Que Drácula haga su aparición embistiendo en
forma de un búho y no como un murciélago da la nota de cómo será la presente
película, del maestro del giallo, Dario Argento, que tiene películas destacadas
como Profondo rosso (1975), Suspiria (1977) o Phenomena (1985) que todo amante
del cine de terror debe ver. Es así que Dario Argento seguirá la historia
clásica del Conde Drácula, con el secuestro de Jonathan Harker, la
transformación de Lucy (Asia Argento, fetiche cinéfilo que explota un potente
lado carnal) y la victimización/enamoramiento de Mina Harker (una bella y competente Marta
Gastini), junto a personajes típicos de la novela, sumando a la propuesta varios
cambios narrativos, distintas secuencias de trepidante acción de terror, intervenciones
de nuevos roles y sobre todo de un estilo particular y personal, el que caracteriza a éste genio italiano del terror, como en su extravagancia y su toque sangriento, excesivo y
chillón, donde pocos saldrán con vida. Al respecto hay muchas escenas que si
uno se deja llevar, y conoce como trabaja el arte del horror de Argento, las
encontrará sumamente entretenidas, vivas e intensas, por encima de cierto
rechazo e incomprensión, como de algunos efectos especiales (véase la
incineración de un vampiro), apreciando por el contrario que la película está cargada de un grato hedonismo cinematográfico. Hay mucho de lo cual agarrarse y sentir entusiasmo, como ver una mantis religiosa
gigante haciéndose cargo de algunas muertes, o cuando hace presencia el temido Conde
Drácula (Thomas Kretschmann), en una sala de justificados conspiradores, de
siervos traicioneros, y hace un festín de sangre con todos ellos, a poco de
converger tras un enjambre de moscas. El
Conde Drácula de Argento posee la mezcla de la elegancia ortodoxa de la historia
de Bram Stoker con la modernidad del exceso de las muertes, de la mano
de una gran sensualidad y belleza, hasta el punto de sobrellevar un momento
homoerótico, cuando Drácula grita ¡es mío!, peleándose por chupar la sangre de
Jonathan Harker con la vampira Tanja. Más adelante hará su esperada aparición Van
Helsing (el viejo pero mítico Rutger Hauer) que le otorgará un porte mayor al personaje, aunque
no demasiada solemnidad al filme (Argento mantiene su esencia de dominante
relajo, al tiempo que cree en lo que cuenta), con lo que el devenir final será la eterna
reencarnación de la pasión de un hombre por una mujer, tal como el fuego que
brilla en el alma de un imperfecto, pero auténtico -y admirado por ello- Dario Argento.