Presente en el festival de Cannes 2015, concursante por la
palma de oro y ganadora del premio del jurado ecuménico. La mejor película del
2015 para la usualmente extravagante lista del año de la revista Cahiers du
Cinéma. La que recuerda la sensibilidad, la delicadeza y la inteligencia de un
tema difícil como la muerte cercana de un ser querido, antes un hijo, ahora una
madre, de la aclamada, palma de oro y premio fipresci, La habitación del hijo (2001)
del mismo Nanni Moretti.
La película gira en torno de la mirada de un directora de cine
comprometida con el cine social (hace una película sobre el desempleo, la
huelga, las barricadas policiales y un nuevo empresario haciéndose cargo del
asunto en el rol del discretamente famoso actor americano, experimentado y todoterreno
John Turturro), llamada Margherita (la muy bella a su edad, 53 años, talentosa
y expresiva, Margherita Buy) que tiene a la madre hospitalizada, consciente,
pero grave, a puertas de la muerte, a la tierna, natural y coherente Ada (Giulia
Lazzarini), provocándole a la protagonista un trance complejo en su vida, mientras
piensa su estado existencial, su soltería tras un lejano divorcio y su
proclividad a desechar “burdamente” a sus parejas, así como el trato duro a sus
semejantes tras una latente tensión natural, solo que bajo verosimilitud, sin
ninguna exageración telenovelera, pero sí muy propio de un carácter voluble,
engreído y bastante femenino, viendo que ella es el verdadero amo y señor de la trama del filme. Al igual
que estudiamos su profesión tras el tipo de obra que realiza, en comparación a
un cine íntimo, emotivo y minimalista, como (invocando irónicamente) el séptimo
arte de Moretti, y es como si Moretti se hablara a sí mismo en su alter ego
femenino, ofreciendo algunos puntos de vista de su arte, tanto como perpetrar
la broma suave en ciertos casos a ese respecto, véase cuando Margherita le pide "pretenciosa" a sus
actores que pongan a la actriz/actor (a ellos mismos) al lado del personaje, lo cual suena
curioso y difícil de interpretar según los propios diálogos del filme, pero se entiende tranquilamente, apuntando de que
el cine se conversa, sin ninguna gravedad, estando muy presente en la historia, y no solo por las
escenas de la película que graban en la trama que contiene sobresaltos, trabas
y ocurrencias, exaltaciones, perplejidades y entusiasmos, sino porque ausculta su propia
idiosincrasia, a través de la comedia, la sutilidad y una narrativa y argumento
general, haciendo una clase maestra directa, in situ, a continuación.
Es una historia que sabe crear momentos creíbles, realistas,
cercanos a uno, cuando así lo pretende abiertamente, apasionándose con
sabiduría, y lo dice. Mezcla el cine, el dolor, goces "menores" (lecturas y estudio en latín en conjunto, un aprendizaje en moto, desbordes de alegría en el auto), lo común, y deja mucha naturalidad
en el ambiente con sus momentos intrascendentes, esa familiaridad con la que la
familia de Margherita interactúa, sorteando además pequeños problemas cotidianos,
que es la esencia de Moretti, lo casual y sencillo de la vida, y así es la
muerte, un trance más de nuestra cualidad terrenal, pero que se hace tan
difícil para quienes deben superarlo, el amor aflige en la pérdida de un ser
importante en nuestra existencia, aun siendo un camino normal. En ello el
director italiano hace gala de un equilibrio magistral, no hace un filme lacrimógeno,
pero se percibe emotivo, en una dosis perfecta, gracias a momentos digamos que externos, supuestos
complementos que en realidad son el foco central del filme, en esas exaltaciones laborales, sus meditaciones, en ese análisis del mañana, del abandono y la desaparición, esas visitas "aburridas" y otras de agradecimiento y admiración, cambios repentinos de cuarto, esa
rotura de la cañería que late en cierta desesperación, ese palpitar de la casa materna ausente de su figura
capital, esos afectos y amabilidades, esos diálogos indagatorios y decisivos en el hospital, y un sinfín de lapsos claves que van haciéndonos comprender la temática de
una dolorosa despedida, lenta, que va cocinándose y calando hondo.
El trabajo cinematográfico de Margherita continua su andar y
hace de teatro del mundo, de puerta “secreta” a una realidad intima, en un
lenguaje al descubierto, que revela la autobiografía de Moretti, en una obra que
se ennoblece con el sentir de que a todos nos pertenece (el séptimo arte y una
madre moribunda). En la existencia de una potente fémina madura como Margherita,
semejante a muchos seres humanos, imperfecta; cálida, buena persona, entregada,
pero con torpezas y decisiones no todas acertadas (leves deficiencias en su
trato, que se verbaliza en gran parte, hasta romper la figura narrativa en una
fila hacia un cine, o chocar el auto de la anciana progenitora contra la pared,
ya que predomina mucho más la empatía primaria con ella). Visionando a la mujer,
madre e hija que hay en ella, en que se hace uso del ingenio de crear un
personaje con matices (aunque notorio hacia lo loable, incluso reconoce fallas
con presteza y enmienda enojos superfluos), luciendo emotiva y compleja a un punto,
con un Moretti que también actúa en el filme (efectivo, pero sumamente discreto,
de expresión precisa y fácil), pero quien queda de lado ante el protagonismo casi absoluto de Margherita
Buy que en su rol vive a través de su madre, su trabajo, su prole y allegados,
sus efímeras y cambiantes parejas (su talón de Aquiles, aun ya cerca de la vejez) y hasta por un actor
americano en el papel de Turturro que le sirve de catarsis y de pretexto para
explayar sentimientos y crear novedades. En un filme “chico”, pero simpático y
creativo, multifacético, y autentico queriendo tocar el interior del espectador.