Lo más rescatable de éste filme destinado a la supuesta complacencia
general, sopesando cierta calidad merecedora de la nominación a mejor película
en los Oscars, y lo que hace que uno en lo personal lo salve de la quema, haga
un balance “perdonándole” sus incontables errores, es que tiene un pequeño tono
cosmopolita dentro de sus parámetros narrativos hollywoodenses de buen ritmo,
mucha corrección política y hasta naturalmente simplista, aunque tiene algunos conocimientos
complejos entre manos, pues tratamos con un matemático, científico y padre/precursor
de las computadoras.
El filme viene a lucir frio por un lado –valga la inmediata relación, como el propio país del que viene el director, el noruego Morten
Tyldum- y del tipo británico al otro –por
la ambientación, el origen de los actores, y de los personajes; sobre todo
siendo el biopic de un inglés emblemático como Alan Turing-, es decir, parece
desapasionado, seco, pero también asoma lo contenido, el guardar las formas, la
buena educación, esconder la intimidad, imponer el recato, la elegancia común y
la discreción, cosa muy de acuerdo con el tipo de hombre que se retrata (más
allá de obviedades o recursos planos del guion, tanto como para dar giros), al
que vemos más tarde abrirse como una flor en toda primavera sólo en el
desenlace en que resulta muy emotivo, realmente conmovedor, hilando bastante fino,
pero contundente en nuestra reacción, perpetrando realismo con un toque
artístico, lo que reflota cualquier antecedente negativo, en un clímax perfecto,
hablándonos de un estilo deliberado en toda la propuesta, el de escoger no
mostrarse sentimental en su mayor parte, mientras recordamos atentamente ese
epilogo tan pletórico de sensibilidad, que remite indisoluble e inmediatamente
a la noción de una vida muy triste que a un punto se nos estaba velada. Se suma además que se trata de la complicada
personalidad de un hombre raro, no porque sea homosexual, sino alguien que
tiene la dificultad de interrelacionarse socialmente, un solitario, que yace como
atrapado en una “única” expresión que
parece albergar un rostro medio tonto en quien fue un genio, en la performance
del querido por el gran público Benedict Cumberbatch.
Enumerando los tantos defectos del filme, véase el verbalizar
mucho y no saber enseñar con imágenes –que no se trata de sensacionalismo ni de
bajos refugios- su tendencia sexual, su señalada soberbia o su clamada
crueldad, emparentada con su excesivo racionalismo, salvo en un momento en que la
película se salta la norma, sin ser audaz, ni darlo todo, cuando el código Enigma
se descifra y hay que sacrificar muchas vidas, incluyendo a un familiar directo,
por una táctica vencedora en la guerra, que recuerda la argucia militar de Winston
Churchill.
A la película le falta perversión, padece de mucha asepsia, falta
ensuciarse, adolece de mucho atrevimiento,
aun con su cierto cariz de indefinición, su sentir nórdico (que también por un
lado parece un defecto), su extraña algo esquiva empatía primaria, su mínimo de
cine arte europeo oculto tras el cine de gran envergadura comercial que es la
presente. Es la historia del hombre atípico o inesperado al éxito o a la
grandeza (visto desde su adolescencia), a quien se le atribuye anormalidad, al final el
germen del prodigio, como se arguye, otra excepcionalidad (en esos flashbacks
de chiquillo secretamente enamorado de un compañero e influencia, por ser él compasivo,
noble), que enfatiza el filme infantilmente, aunque de manera llamativa, para tener al
espectador atento, pero ligero, implicando en realidad un lugar de confort, uno
que vive de las apariencias –que la trama igual maneja de manera esquemática, o
no lo explota como es debido- pero que resulta vacuo en buena parte.
En lugar de repetir el incansable estribillo de que la
crueldad otorga satisfacción, que en primera instancia funciona, para luego
perder la atención por no hallar gran sustento (un quehacer didáctico básico, que
no llega a proyectarse más allá de lo inmediato en los acontecimientos), hubiera
cogido esas líneas efímeras o algún pasaje breve que parecen escaparse del
conjunto formal y era la oscuridad que le ha faltado cuando el personaje de Keira
Knightley sostiene que requiere de su casamiento porque no quiere irse con sus
padres, anhela un beneficio o salvoconducto, y se vislumbra de ella cierto
aprovechamiento, y obligación, tras un pacto; o se diga una realidad madura de que
el trabajo de “oficina”, monótono, apagado, tiene mucho mérito, aunque suene un poco
a manual de autoayuda (conmiseración social); o se haga ver que la guerra es
menos romántica de lo que la historia pretende. Puede que sea duro con el filme, y es que tiene
plaga de defectos, dando por descontado la buena factura, la verosimilitud de
la recreación y contar una historia de forma amena, que por ello va
a gustar a muchos. Sin embargo, es más atizar la vista, son los pequeños atributos los que hacen la
gloria, o mejor dicho, le dan una cierta redención, con esa mirada a la resolución
de los códigos nazis, la genialidad, en aquel invento de nombre familiar, entrando
hacia la oscuridad, emparejado el discreto héroe, Alan Turing, con su humanidad/sufrimiento.