La
propuesta presente es bastante explícita en lo sexual, bajo un contexto en plenas vacaciones de verano de una paradisíaca playa gay nudista, a
orillas de una zona boscosa que clama ser totalmente liberal, y que llega al libertinaje, sólo que dentro de un orden, donde los hombres van desnudos enseñando de
forma directa sus partes genitales, constantemente, para así generar un especie de mercado de oferta y demanda donde gratis se ofrecen para el agrado físico
mutuo e ir a copular entre las plantas. En el filme llegaremos
a presenciar la ambientación de las aventuras sexuales casuales, el coito,
el sexo oral y la masturbación bajo pelos y
señales (sobre todo de éstos dos últimos, en que llega a implicar lo
pornográfico, lo innecesario), que para el director francés Alain Guiraudie es parte importante de lo que quiere retratar.
No permite concesiones que puedan generar mayor recepción, su decisión es férrea y se hace de un compromiso de entrega, transparente y total, dedicado mayormente a un público objetivo, que debe tenerlo si se ve lo que hace, y no tanto como articula la revista francesa Cahiers du Cinéma que la cataloga como dentro de una lista de las 10 mejores películas del 2013. Tenemos la auscultación de comparar el ambiente sutilmente con el amor, criticando el desenfreno y el apasionamiento superficial de los homosexuales, su tendencia a ello. Y es que éste filme va dirigido demasiado a esta comunidad, y no como muchos querrán adjudicarle, de que va hacia lo universal. No obstante, que tiene algo no se puede negar, desde luego, aunque más como segundo plano, porque su adjudicación es el de un mundo, eso sí, concebido con mucha solvencia y autenticidad.
No sólo por ser contundentemente realista regodeándose en
todo ello como quien no puede dejar de ver en dichas características. Yo creo que es demasiado, va más allá de la atribución de ambición de
veracidad, y no parece que ese haya sido el móvil. Es retratar lo que te gusta,
gustará a un sector determinado y le es natural al autor, y por más paradójico que suene,
implica menos arte y alcance, aunque más emotividad seguramente en quienes se sientan
reflejados. El filme es harto exhibicionista, pone incentivos claros y continuos a
cierto hedonismo, porque incluso lo que retrata es propio de su idiosincrasia,
de seguir la perspectiva de dar mayor predominio a lo carnal, a lo pasajero, hablando
dentro de estados de madurez y aceptación cabal de un rasgo de adaptación evolutiva,
pero haciendo la salvedad de que pretende sopesar otra alternativa, lo
sentimental (aunque escogiendo finalmente ir hacia las tinieblas y el abismo o, en lo literal, hacia la muerte, donde la pasión domina el escenario y a eso se
adscribe), el amor puro digamos, en el trato, en la afinidad, en la
personalidad, en el diálogo y en la empatía, en el gordito
que no se saca nunca el pantalón corto, el que yace sólo cada tarde, como que
no genera entusiasmo, solamente afabilidad, y por una parte su
representación luce irónica –como ese voyeur que se masturba a la vista de la promiscuidad
reinante- con tanta muerte y proclividad hacia ella (¿es
una treta de Henri señalarle la culpabilidad a Michel, una connotación sexual hacía sí?, quizá, pudiendo ser la acción contra él una negativa), de lo que se
deduce que Guiraudie no anhela ningún mensaje profundo, y es que en general su historia es un tanto relajada, aunque con posibles lecturas, que bascula entre cierto lugar
común –lo cual tampoco es una tragedia- y en el afianzamiento muchas veces gratuito o redundante.
Lo mismo pasaba con su anterior filme, Le roi de l'évasion (2009), aunque éste era
más abierto en su anhelo de risa, si bien comparten -en ese aspecto- sutilidad,
sólo que yace inclinada a pertenecer a la comedia, pero sin llegar a ser tampoco
bastante directa (o es que yo no me rio así no más ni encuentro la broma con
facilidad), si bien tiene mucho de descocada con este Armand Lacourtade (Ludovic
Berthillot) que cae en una crisis de pasados los 40s cuando se ve soltero
viviendo con su madre, y decide enamorarse de una mujer siendo un homosexual
declarado y activo (aprovechando una raíz “mágica” que permite la excitación sin
importar con quien uno esté), de una chica de 16 años, Curly (Hafsia Herzi), y
tirar a escaparse con ella de la policía y los padres de ella, como quien no
quiere afrontar una realidad, una elección y una idiosincrasia, como indica el
título traducido, en El rey de la evasión, mientras que El desconocido del lago tiene una cierta discreta ironía. Guiraudie tiene un
sentido del humor bastante fino, hay que admitir, y a su vez dentro de toda
crítica en contra, audacia e inteligencia en su quehacer cinematográfico, aun
siendo la actual, L'inconnu du lac en el original, no una obra de envergadura
dentro del cine arte, que tampoco mala. No obstante es bastante seguro que termine
convirtiéndose en un clásico gay (gratitud no le va a
faltar).
El filme es sumamente simple, tanto que su trama “arranca” a
partir de los cincuenta minutos de metraje más o menos. Sin embargo hay que
decir que economiza muy bien sus elementos y los proyecta con cierta novedad
aunque llana (en especial con la participación del inspector de policía, y el desenlace de la película, que además resultan muy lógicos al uso). Trata sobre como un joven gay,
Franck (Pierre Deladonchamps), pierde la cabeza por otro sin siquiera
conocerlo, por Michel (Christophe Paou) que esconde –y no tanto- algo turbio, oscuro
(los motivos son bastante flojos, y ni el título, El desconocido del lago,
ayuda), siendo alguien voluble, frío, temperamental y peligroso. En medio están los diálogos con Henri (Patrick d'Assumçao), los que son buenos siendo cotidianos,
parte virtuosa del conjunto, como las reflexiones e interrogantes que suelta el
inspector Damroder (Jérôme Chappatte). Todo resulta fácil de comprender, ostentando su buena
fotografía como la del lago iluminado por el sol ante la vista del protagonista
recogido expectante en la arena, como por algunos ratos de buen suspenso en el
agua o en la oscuridad de lo impredecible de éste thriller tardío, salvo por cierta dificultad de digerir su explicites y la excesiva rotundidad de su
contexto, que es chocante de soportar en buena parte y no la hace recomendable para cualquiera, pero ahí también está su
gracia.