La primera película de ésta franquicia, The Amityville
Horror (1979), es un clásico moderno del cine de terror que ha inspirado a
otros cineastas del género y que ha brindado mil referentes, pero Amityville
II: The Possession (1982) es una película malsana, más vulgar, más bruta, más
cruel y más perturbadora, una película para pocas personas.
En la trama tenemos dos movimientos claros, dos realidades,
una es que la familia Montelli no es una familia de aquellas sanas y felices,
sino tienen a un padre, Anthony Montelli (Burt Young), que tiene carácter
violento, y golpea a toda su familia, incluso a sus hijos pequeños. Anthony es
aficionado a las armas y las tiene a la vista de todos los integrantes de su
hogar. El otro es que la casa tiene un pasaje pestilente donde se esconde un
demonio, éste se mueve como cámara subjetiva y derriba todo a su paso, se mueve
a vista y paciencia del grupo.
Una primera parte es como éste demonio genera caos y miedo
en la casa, el cual está muy bien escenificado, es directo, sin medias tintas,
pero efectivo. Si algo tiene a favor y en contra éste filme del italiano Damiano
Damiani es que no posee ñoñerías, prefiere ser abiertamente desagradable, cosa
que la hace una propuesta para pocos paladares. No es la clásica película de
terror, ésta genera incomodidad. Todo llega a un punto de no marcha atrás con
ésta familia cuando surge un incesto, rompiendo la confianza y la alegría entre
hermanos, el lado más humano de la familia Montelli. Después de esto está claro
que todos van rumbo al infierno.
Luego llegan las voces y la posesión del hijo mayor, Sonny
Montelli (Jack Magner), y una llamada que no obtiene un importante recado. A
los 50 minutos de metraje aparece lo inminente, el hecho real del filme. Lo que
viene después es cantidad de pequeñas escenas de terror sádicas que entregan
más incomodidad, para pasar a un exorcismo. En esta parte no hay tanta originalidad
por lo fácil del referente que viene a la mente, mientras se juega con efectos
especiales y demonios propios del maquillaje, pero aún hay cierta facilidad
para desagradar.
Éste filme es de culto y, sin duda, para los más dispuestos
a fastidiarse. Jack Magner y Burt Young se prestan para dejarse odiar. Sólo
James Olson como el padre Adamsky posee carisma, quien lucha por esa inocencia y
sencillez que inicialmente muestra el personaje de Sonny, antes de pasar a ser
objeto de lo aborrecible, porque lo feo lo es en ésta propuesta en toda magnitud.
El filme tiene un tono propio, aunque algo barato –y no se trata de mala
estética-, donde su efectividad yace en lo mismo, lo descarnado.