Segundo largometraje del director colombiano William Vega
que se contextualiza en el desierto de La Tatacoa donde hay salinas. Es un filme misterioso con
un personaje que busca a su padre. Éste personaje se ha accidentado en moto y
se recupera con el cuidado de una pareja de mediana edad. La película tiene una
parte poética e histórica leída a colación del árido territorio por una chica
de ascendencia china que repite varias veces estar soñando, y aunque vemos al protagonista
interactuar en un momento con dicha chica y hablar de su viaje al desierto puede
ser toda su vicisitud éste sueño femenino. Ésta parte es la menos conseguida en todo sentido.
La búsqueda del padre es metafórica al igual que el desierto.
Puede ser un Purgatorio, un limbo o un lugar de muertos. También puede ser
reflejo del conflicto armado colombiano, aunque se oye hablar de entes violentos
más fantásticos. El filme tiene una atmósfera apocalíptica y el protagonista habla de
estar atrapado en éste lugar. El filme a su vez tiene una estética de espacio rústico muy atractiva -lo mejor de la propuesta-,
como su anterior obra, La Sirga (2012).
La recuperación del protagonista y el arreglo de su moto tienen bastante espacio
narrativo. El filme se siente muy libre, como que no le importa contar
una historia, pero tiene mucha visualidad. Vemos como la mujer lo cura -el antebrazo rociado de sal es una bella imagen-, como el
marido le ayuda con la moto y hay un tercer hombre que es un negociante y remite a la desesperación. El
protagonista dice ser poeta, pero es muy pedestre y humilde también. El padre
puede ser muchas cosas, incluso el hombre que le ayuda con la moto llega a
autodenominarse así. Entonces el desierto puede representar en una
interpretación el hogar familiar. El desierto tiene un claro sentido surreal
con el centro de la recuperación de un gran golpe. Es un filme de datos mínimos
y ahí está el juego. No es un filme de certezas.