La película de Jean-Pierre Melville empieza con una mujer
llamada Barny (Emmanuelle Riva) que confiesa estar enamorada de otra mujer (Nicole
Mirel), una mujer bella de su trabajo. Barny tiene una hija y es así de
rebelde, de fuerte personalidad. Es el tiempo de la ocupación alemana en la
segunda guerra mundial, y Melville retrata de manera original a sus personajes.
Un americano intenta aprovecharse de Barny, un alemán juega con la hija de
Barny, en el camino de esperar lo impredecible, aunque finalmente las cosas
toman el orden normal.
Entre lo atrevido está que Barny quiere seducir a un cura, a
Léon Morin (Jean-Paul Belmondo), a quien admira y es gran amigo de ella. Barny
regularmente va a conversar con él, hablan de filosofía, de religión, de
literatura. Barny se considera atea pero mediante los diálogos con Morin se
volverá creyente, católica, se rendirá a sus argumentos que le contestan
sabiamente siendo ella también inteligente. Barny en un inicio quiere vencerlo
–negar a Dios-, cuando es época de renegar incluso de ser judío, para salvar la
vida, sabiendo que Jesús fue judío.
Barny en un ataque de audacia conoce a Morin cuando quiere
enojarlo, ridiculizarlo con su inteligencia, quiere entrar al confesionario y
vencer a éste padre que ha elegido por su condición humilde, por su cercanía al
pueblo, ya que Barny rechaza la burguesía. Morin muy austero –como vemos cuando
el cuadro se posa sobre el detalle de su ropa- incluso defenderá a la gente con
mucho dinero, a todo ser humano frente a la misericordia de Dios.
La gran escalera subiendo al cuarto de Morin es tomada por
la cámara como el constante preámbulo de emociones, generando momentos de mucha
expresión, dramatismo, temor, pena, curiosidad, entusiasmo. Son mujeres las que
visitan a Morin, en tiempo de guerra son las que esperan en casa. Todas quedan
enamoradas de él, por su solidez al hablar, e incluso alguna más avispada, más
puta, quiere llevarlo a pecar, a que tenga sexo, sin mayor razón.
La curiosidad es que Barny sensibilizada le pide a Dios que
le conceda acostarse con Morin, también quiere pasar por alto que es pecado e
ir contra el gran temple del cura, aunque hay más entre ellos –respeto y
cariño-, mediante una escena muy hermosa donde ella –la toma- mira –sugiere-
hacia la cama, a su cuarto, a pasos de ella y Morin. Pide con fervor poder
tener sexo con el cura. Morin que es muy religioso y honesto escapa, entre
furioso y recio a odiarla.
Morin es noble y tolerante, de mente abierta –como cuando
oye de la bisexualidad-, pero tiene carácter también. Se enoja de manera
brusca. Es tosco, pero no violento, como cuando tiene un hacha entre las manos.
No es para nada delicado en muchos de sus actos. Esto le otorga mucha masculinidad,
un toque que mezcla sensualidad, provocación pasiva, y fe muy firme. Son dos
grandes personajes en disputa y atracción, pero no solo ellos, el grupo de
mujeres del trabajo de Barny también muestran mucha personalidad y proponen
interesantes momentos alrededor del antisemitismo, la convivencia, el poder, la
admiración y la seducción.
El filme hace mucho hincapié en lo maravilloso que es Morin,
puede notarse mucho esto, lucir a ratos algo fácil, pero ese es el eje de la
propuesta, la atracción del cura inteligente y auténtico, que contrasta con
tantas críticas a la iglesia y a la debilidad y hasta la corrupción del cuerpo.
Mientras todo esto sucede tenemos un escenario especial, aunque muy afín al
cine de Melville, la segunda guerra mundial que también aporta. Es un filme
amable de bellos momentos en la interactuación y que no es cruel ni demasiado sufriente
–más es sugerente- a pesar de tremenda guerra o estar uno por conocerse más en
profundidad y cometiendo fallas, que es lo que sobrevive cuando la protagonista le agradece
finalmente a Dios.