El reino de la sirena
Documental austero, de Luis Rincón, que se contextualiza en
un pueblo de pescadores en Nicaragua, que mezcla fantasía con violencia. Vemos la
cotidianidad de un hombre en silla de ruedas y lentes negros de sol que ha sido
buzo y se dice que quedó así producto de una maldición de sirenas. Dos personas
mayores son entrevistadas, hablan de las sirenas, lo hacen de manera muy básica
y poco original. El filme tiene mucho de cine social; la gente que observamos
es humilde. Otro ex buzo dice haber dejado atrás la vida de gángster y además rechazar
el mar. Una mujer joven embarazada que le invita un vaso de agua no le cree,
pero él persiste en decir que es cierto aunque con una sonrisa de ironía. Éste
mismo hombre habla coherentemente de la precariedad con la que se realiza el
buceo en la zona, y cómo ésta misma precariedad es la culpable de tanta
invalidez y muerte. Lo dice sin esforzarse en convencer a nadie. Al mismo
tiempo el filme deja correr los relatos locales de sirenas, mientras
presenciamos las labores de los pescadores. Hay hasta cámara submarina. En un
efecto de la cámara –sencillo, pero que queda bastante bien- ésta entra o sale
como si formara un pasadizo imaginario, entra a un mercado, sale de un puerto. También
el paisaje tiene su belleza, el día común de los pescadores igualmente su
interés. El lado más logrado de la propuesta es lo social, que en mucho
simplemente vemos, y no lo oímos machacar. Los dos ex buzos protagonistas
tienen atractivo narrativo, uno por carismático, otro por muy natural.
Siempre andamos caminando
El documental de Dinazar Urbina Mata abre con un camioncito llevando
gente a un pueblo llamado Santa Rosa de Lima. Apiñados atrás observamos una
escena sencilla, como una madre da de beber agua a su hijo. El filme tiene a
tres mujeres de protagonistas, nos ubicamos en el estado de Oaxaca y se ve como
la gente pasa de la sierra a la costa en busca de trabajo. Alberta tiene 21
años, trabaja de agricultura, pero se da tiempo para cuidar a su hijo. La vemos
en una bella escena bañando a su bebé en una batea, muy ducha en su cuidado. Catalina
vende comida, mientras nos cuenta de una decepción familiar y de cierta
humillación de la gente por no hablar bien el castellano. Catalina se siente
bendecida por tener un lugar propio, para sus hijos. Julia tiene 28 años y celebra
no tener hijos, imagina hijos malogrados, pero llora por una pareja que yace a
la distancia. La miramos robusta recogiendo limones. Siempre andamos caminando
es una frase que sale de su boca y refiere a estar expuestos a los peligros, en
la humildad del trajín diario, pero agradeciendo estar libre de daño. Las tres
mujeres son fuertes y sencillas. Las tres hablan muy bien, de manera clara y se ven humildes y auténticas. Es un filme que está ahí para oírlas, para
conocer de su sobrevivencia, sus logros, sus afectos. Ninguna habla con
amargura, a pesar de tanta dificultad. Hablan sí de la necesidad de migrar para
vivir mejor, hablan de gente que las ha decepcionado, pero las tres en su
naturalidad muestran felicidad, tranquilidad, en un retrato diáfano y austero de
nuestra humanidad.