La película del paraguayo Marcelo Martinessi pudo pasar por
la historia de dos hermanas mayores enfrentándose al mundo, más un
descubrimiento sexual adulto, pero prefiere ser más original, más impredecible,
y es en su lugar el relato de una pareja lésbica de mujeres mayores que se
enfrentan al desgaste de su relación amorosa, sólo que una únicamente se da
cuenta, la más pasiva y clásica femenina, la que anda en el hogar, la que
depende de la otra, la del carácter fuerte, más masculino. Al mismo tiempo es
la historia de la decadencia de una cierta aristocracia o burguesía paraguaya,
desde el plano económico.
Una de las mujeres protagonistas, Chiquita (Margarita Irun),
termina en la cárcel por fraude, pero dentro
se maneja con aplomo, a pesar de venir de una familia con dinero, no se
intimida por el lugar bullicioso, vulgar y peligroso, con gente agresiva, loca
y algunos extravagantes. La que sufre más el embate por paradójico que suene es
la que yace afuera, Chela (Ana Brun), que no sabe cómo subsistir. Ya por entonces
ambas se encuentran vendiendo las pertenencias de su casa, y se ve ese fastidio
y pena silenciosa de ir perdiendo su opulencia, que llega hasta el extremo de
que Chela empieza a hacer taxi.
La idea del empleo de taxista exclusiva proviene de una mujer
amiga de Chela, una anciana llamada Pituca que va a jugar cartas con amigas de
su edad y todas éstas se convierten en clientes en potencia. Pero la que más
llama la atención es una mujer adulta, Angy (Ana Ivanova), que también asiste.
Angy es una mujer sensual, muy femenina, que pronto genera ésta cierta originalidad
narrativa, fomenta la tentación de una infidelidad lésbica.
Chela guarda mucho silencio, yace como intimidada por la
seguridad de Angy que es la que toma la iniciativa. En ese trayecto de vender
los muebles del hogar y relacionarse con Pituca y sus amigas en el taxi y una
comedia suave con sus engreimientos y posición económica Chela duda en serle
fiel a Chiquita que yace buscando salir legalmente de prisión. La infidelidad
domina el filme por completo, sumido el contexto en la decadencia económica. De
ahí el título de las herederas, el cambio generacional, los nuevos tiempos.
El filme tiene un aire clásico con Chela, que guarda mucho
las formas, de esto que uno pensara que en lugar de lesbiana era una solterona,
pero es el silencio en realidad la simple duda de cambiar a Chiquita por Angy
tras varias décadas de estar juntas y una lealtad que le debe. Pero el
desmoronamiento económico la tiene a punto de quebrarse. Es un filme con una
protagonista que su pasividad se pone en juego en busca de la trasgresión, de
buscar pensar más en ella, ser algo cruel también, aunque Chiquita luce muy fuerte.
Lo que es un lugar común es la representación burgués de las
empleadas, las tienen por brutas, no trasmiten mucho, y hasta hablan de
regalarle a una un desodorante. Esto es algo un poco fastidioso y no aporta
mucho, es un recurso fácil además. Es mejor para conseguir el aire
aristocrático esa elegancia que mantiene Ana Brun en todo momento, esa
introversión, ese recato, hasta un estado infantil y de timidez, muy apropiado
con el sobrenombre de muñeca dado por el padre, niña mimada, niña bonita. Brun
ganó mejor actriz en el festival de Berlín, y es muy merecido, porque sostiene
una cierta original ambigüedad en su manera de ser.
El filme al final parece plantear un robo de juventud, en
todo sentido, de aire fresco, un llenado de intensidad, de vitalidad, como que
al terminar una mala racha viene algo nuevo, una renovación, una nueva marcha, algo
bueno, una nueva Paraguay también, creer en una nueva generación y es algo
social y político, aunque la protagonista sea una mujer mayor, una
representación simbólica del mismo país, expuesto con la chiquillada de escapar
en el auto.
Cierto, dirán, tremendo rollo por una infidelidad –dicho como
cine, porque el cine suele ser más radical, audaz, crudo o trasgresor que la
vida misma producto siempre de buscar impactarnos, de impresionarnos, de
hacernos vivir lo impensado, mil experiencias-, pero es también el arte de la
delicadeza, también 30 años de pareja no es poca cosa, una herencia difícil de
desprenderse, una fuga suena prácticamente inviable. El filme se mueve mediante una aproximación lésbica
de sugerencia, sin contacto físico en pantalla, todo trabajado a través del
personaje de Angy, la provocación abierta, con sus ademanes y confianzas. Es un
cine arte latino que tiene ya su identidad atrás, bien y mal nos reconocemos
en éste estilo.