lunes, 30 de julio de 2018

Ride in the Whirlwind


Éste western de Monte Hellman fue escrito por Jack Nicholson y es un filme convencional, pero muy intenso, bastante bueno aunque común, sin mucho de por medio. Arranca con el robo detallado de una diligencia y se pone en perspectiva cuando tres vaqueros cruzan la zona y ven a un hombre ahorcado colgado de un árbol. Esto sonaría a película de terror sino fuera un western, lo que significa una alarma para los héroes o, mejor dicho, víctimas.

El filme pone a los tres hombres a descansar en la cabaña y escondite de los asaltantes, liderados por el tuerto Dick (Harry Dean Stanton), y grave error, terminan siendo confundidos como parte del grupo por unos vigilantes de la zona, los hombres que ahorcan criminales. El filme tiene a estos vigilantes como tremenda banda de implacables perseguidores, que se toman la ley en sus manos. Esta premisa sencilla da mucho entretenimiento.

Tanto la banda del tuerto Dick como los vaqueros de paso, Wes (Jack Nicholson), Vern (Cameron Mitchell) y Otis (Tom Filer), quedan sentenciados a muerte y empieza una fuga y un combate fiero contra los vigilantes, que son en mucho anónimos y un número gaseoso, enorme. Salir vivo es casi imposible, pero se lanzan a intentarlo, no les queda otra. El filme genera mucha adrenalina, lo que suma al no poder los vaqueros quitarse de encima el estigma de criminales, y no les queda más que sobrevivir como pueden, aceptando verse como tales, porque los vigilantes disparan a matar y solo piensan en ahorcarlos.

El filme apenas dura 1 hora y 20 minutos y desde que son marcados los tres amigos vaqueros se ven en el infierno, acorralados, agredidos a una cuenta de tres, escondidos, huyendo, hasta llegar a una casa de colonos donde los sobrevivientes juegan damas pensando en la muerte; los flashbacks, la tensión y lo que se avecina parpadea en sus mentes. Nicholson y Mitchell trabajan muy bien el miedo y la expectativa, como su valentía frente a la adversidad.

Es un filme sumamente básico, pero genial por el ritmo que posee y la acción trepidante viéndose vehementemente perseguidos, sin tregua alguna, mientras los criminales capturados son inmediatamente colgados de la manera más sencilla, sin juicio, tal cual abre el robo de la diligencia que es también brutal y abusivo. Justos pagan por pecadores. La propuesta suena a un buen alegato contra la pena de muerte.