Robar a Rodin (2017), el documental del chileno Cristóbal
Valenzuela Berríos, es como su protagonista, Luis Emilio Onfray Fabres, un
filme vital, lleno de intensidad, algo de gracia, cierta particularidad o
extravagancia, y dedicado al arte. El filme también nos informa de un
incidente, por el que se mueve, el robo del Torso de Adele, del famoso escultor
francés Auguste Rodin. Fue sustraído por Onfray Fabres cuando tenía 20 años y
causó como hemos de esperar mucho revuelo en Chile, incluso internacionalmente.
El robo ocurrió el 2005, la escultura de Rodin de 20 kilos
fue cogida por Onfray Fabres del Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de
Chile. El documental recorre ese incidente y apunta a mostramos todo alrededor
de quien hurtó la pieza. Nos dicen que Onfray era un chico especial, y lo vemos
hablando también. Éste de muchacho quiso hacer una acción de arte robando el
Rodin y querer guardarlo por 2 semanas y esperar a ver como repercutía en el
entorno, en la sociedad, pero cuando se dio cuenta del castigo judicial que podía
caerle, no hace mucho se estipulaban 5 años inmediatos de cárcel, pensó en como
devolverlo enseguida.
El filme nos menciona tres versiones que quedaron en la
memoria de los chilenos, creando cierto mito alrededor. Todo esto pasa por una
mirada de juventud, de inmadurez y de audacia. También de no meditar muchas
consecuencias, lo que hace pensar en la necesidad de un castigo sugerente, aunque
al final el documental lo llama un triunfo para el joven. Lo pusieron a
trabajar una vez a la semana por un año en la biblioteca de una cárcel.
El filme tiene un lado hippie que se pega al muchacho aunque
más contemporáneo, y nos va enseñando curiosidades, como mencionar también un
precedente en el hurto de La Gioconda, del
Museo del Louvre en París, ocurrido en 1911. Se entrevistan a todos los
implicados, a la jueza, abogados, amigos, etc., y hablan hasta analistas
franceses. El filme lo hace con un tono relajado, muy personal y cierto humor
además.
Se habla de cómo son los chilenos y de la importancia del
arte, hasta presenciar como enardece a muchos una escultura de arte moderno
donde cualquier cosa absurda puede convertirse en excepcional, como una silla
de playa, que fue robada también como una acción de arte. Consideraban un insulto
aquella exhibición y fue defender la verdadera trascendencia. El robo del Rodin
aunque denota algo más casual tiene la idea del deseo por la ausencia, que
puede ramificar hasta la propia ausencia del padre de Onfray a quien rechaza
finalmente.
Se habla de una necesidad del arte, de algo que está muy
cerca a uno y no es algo elitista. El Rodin que es una pieza para conocedores
es tratado como una joya al alcance de muchos, dicho simbólicamente, porque es una
pieza de museo. No obstante el arte que subyace en el trabajo presente del joven
ladrón o activista es uno minoritario y más de arte moderno, ironías de la vida
aparte, pero también por lo extravagante que es como persona. Sin embargo lo importante es
que tiene la necesidad de trasmitir un mensaje en el que cree, discusiones al
margen, y eso fue al parecer el robo del Rodin y eso es lo que queda en la
propuesta.
Éste documental es ameno, muy moderno, ligero e
interesante. De poco saca mucho, sin buscar inventar, forzar nada, sino
recurrir a mil ideas y detalles que generan complemento y una visión global, poderosa,
que le rinde culto al arte y a una juventud tal cual, criticable en su cierta inmadurez,
pero también culta pero de a pie, sin rimbombancias intelectuales, con una rebeldía
y locura que el filme celebra, que mira con complicidad.