lunes, 23 de julio de 2018

Robar a Rodin


Robar a Rodin (2017), el documental del chileno Cristóbal Valenzuela Berríos, es como su protagonista, Luis Emilio Onfray Fabres, un filme vital, lleno de intensidad, algo de gracia, cierta particularidad o extravagancia, y dedicado al arte. El filme también nos informa de un incidente, por el que se mueve, el robo del Torso de Adele, del famoso escultor francés Auguste Rodin. Fue sustraído por Onfray Fabres cuando tenía 20 años y causó como hemos de esperar mucho revuelo en Chile, incluso internacionalmente.

El robo ocurrió el 2005, la escultura de Rodin de 20 kilos fue cogida por Onfray Fabres del Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de Chile. El documental recorre ese incidente y apunta a mostramos todo alrededor de quien hurtó la pieza. Nos dicen que Onfray era un chico especial, y lo vemos hablando también. Éste de muchacho quiso hacer una acción de arte robando el Rodin y querer guardarlo por 2 semanas y esperar a ver como repercutía en el entorno, en la sociedad, pero cuando se dio cuenta del castigo judicial que podía caerle, no hace mucho se estipulaban 5 años inmediatos de cárcel, pensó en como devolverlo enseguida.

El filme nos menciona tres versiones que quedaron en la memoria de los chilenos, creando cierto mito alrededor. Todo esto pasa por una mirada de juventud, de inmadurez y de audacia. También de no meditar muchas consecuencias, lo que hace pensar en la necesidad de un castigo sugerente, aunque al final el documental lo llama un triunfo para el joven. Lo pusieron a trabajar una vez a la semana por un año en la biblioteca de una cárcel.

El filme tiene un lado hippie que se pega al muchacho aunque más contemporáneo, y nos va enseñando curiosidades, como mencionar también un precedente en  el hurto de La Gioconda, del Museo del Louvre en París, ocurrido en 1911. Se entrevistan a todos los implicados, a la jueza, abogados, amigos, etc., y hablan hasta analistas franceses. El filme lo hace con un tono relajado, muy personal y cierto humor además.

Se habla de cómo son los chilenos y de la importancia del arte, hasta presenciar como enardece a muchos una escultura de arte moderno donde cualquier cosa absurda puede convertirse en excepcional, como una silla de playa, que fue robada también como una acción de arte. Consideraban un insulto aquella exhibición y fue defender la verdadera trascendencia. El robo del Rodin aunque denota algo más casual tiene la idea del deseo por la ausencia, que puede ramificar hasta la propia ausencia del padre de Onfray a quien rechaza finalmente.

Se habla de una necesidad del arte, de algo que está muy cerca a uno y no es algo elitista. El Rodin que es una pieza para conocedores es tratado como una joya al alcance de muchos, dicho simbólicamente, porque es una pieza de museo. No obstante el arte que subyace en el trabajo presente del joven ladrón o activista es uno minoritario y más de arte moderno, ironías de la vida aparte, pero también por lo extravagante que es como persona. Sin embargo lo importante es que tiene la necesidad de trasmitir un mensaje en el que cree, discusiones al margen, y eso fue al parecer el robo del Rodin y eso es lo que queda en la propuesta.

Éste documental es ameno, muy moderno, ligero e interesante. De poco saca mucho, sin buscar inventar, forzar nada, sino recurrir a mil ideas y detalles que generan complemento y una visión global, poderosa, que le rinde culto al arte y a una juventud tal cual, criticable en su cierta inmadurez, pero también culta pero de a pie, sin rimbombancias intelectuales, con una rebeldía y locura que el filme celebra, que mira con complicidad.