Una mujer hermosa, pero pobre, Elle (Dominique Sanda),
visita a menudo a un prestamista, a Luc (Guy Frangin), y éste queda enamorado
de ella, busca conquistarla, ella lo rechaza, pero finalmente accede y se casa
con él. Basada en un cuento de Fyodor Dostoevsky la película de Robert Bresson
nos habla de una mujer que nunca será feliz. El arranque lo señala, vemos que
se acaba de suicidar, se ha tirado por el balcón de su apartamento.
El que cuenta la historia, en flashbacks, es Luc a la
criada, mientras Elle yace muerta sobre la cama con un pequeño hilo de sangre
en la frente. Luc rememora todo el amor que sentía por ella, estaba enloquecido
por Elle, y como ella se aisló en el silencio, metida entre sus discos y
libros, manteniendo un estado de insatisfacción y rebeldía hacia él. En un
momento puede la mujer engañarlo, y no lo hace. Supone una cierta incógnita, pero
Luc entiende que rechaza al hombre en última instancia. Luc llevaba un arma,
pensaba dado el caso matarla, luego ella tiene la misma posibilidad, y esto
genera una distancia lógica entre ellos.
El filme de Bresson no especifica la razón de la infelicidad
de la mujer, como todo su cine es austero, mínimo, de pocos diálogos, de
acciones muy concretas y sencillas. El filme pasa revista a la mirada de Luc, y
de ahí hay que sacar conclusiones para saber cómo fue ella, que sentía. Esto,
desde luego, es una mirada parcial, incompleta, y puede que distinta a la
realidad en sí, pero es interesante para ver como el hombre adoraba a ésta
mujer que nunca le correspondió en realidad y que prácticamente vivió obligada
a él, puede que por su pobreza.
Se observan pequeñas fallas en él que apuntan a esa falta de
amor. Una es su manera de adorar el dinero y de ser tacaño y abusivo con
quienes atiende como prestamista, que incluye recordarle que ella si no fuera
hermosa y la amara la hubiera tratado de la misma manera. Hasta le recrimina su
soltura cuando lo ayuda en su negocio. Otra son sus celos y desconfianza que lo
llevan a querer matarla y ella a intentar vengarse. No es mucho entre manos,
pero va sumando en el escenario. Otro punto que se ve es la soledad y estar encerrados
frente al otro, en un momento ella hace ver que solo estarán ellos y pregunta
si todo seguirá igual.
Cuando ella se encomienda a él tras perdonarse, promete
amarle y respetarle, al poco tiempo viene el impremeditado suicidio. Es un
claro mensaje de que ella no quiere deberse a él, pero como es una mujer
integra no intenta engañarlo, o lo hace y luego se arrepiente, o puede que tema
que él ocasione un crimen. No siente tampoco el deseo de dejarlo o lo cree
imposible. Hay la puesta en práctica de obligaciones que resultan lógicas en
ciertos cánones, pero que consume a la persona, esto se puede leer como una
crítica a convenciones cristianas.
El filme nos habla de no querer a alguien y que se nos
obligue a mantenernos junto a esa persona. Elle es objeto de adoración, es el
centro del mundo de un hombre, y presenciamos como en la práctica, al comprarla
quizá, hace que al tener el objeto lo destruya. Pero desde el arranque esto
está presente. No es lo mismo anhelar que ser, tampoco. La mujer al parecer no
se tiene en el mismo estándar que el ente adorador. Ella ante sus propios ojos
es mucho menos que lo que ve el hombre, es una mujer humilde, abocada a la
inteligencia, por hermosa que sea. Elle a todas luces parece un ser enfermo en
distintas maneras, también.
Van conviviendo en ésta incomunicación, en estos eternos
silencios, en un estado de cierta pasividad y sentido del destino, a través de
un panorama sencillo, algo inexpugnable, cuando esta película pudo ser más artificial, más llamativa o mucho más efectista. El filme prefiere el misterio, la duda, la
depresión secreta, el desamor. Bresson escoge actores en su primera actuación,
pero Dominique Sanda logró trascender, tras impresionar en su
debut, y hacer una carrera con títulos memorables como El jardín de los Finzi
Contini (1970) o Novecento (1976).