miércoles, 20 de junio de 2018

La soledad del corredor de fondo


Lo mejor del filme se concentra en una chispa, en la sonrisa de un outsider, del que rechaza el statu quo, la subyugación, por un pequeño, poético y efímero triunfo, contra la fuerza de los poderosos, de los que rigen el mundo. Todo esto parte de algo reprochable, un acto criminal, un joven roba por inmaduro, por querer tener dinero para divertirse con su novia y amigos, y termina en un centro de disciplina.

El protagonista y joven criminal roba una panadería, más que por hambre por querer tener para divertirse. Se llama Colin Smith (Tom Courtenay) y es llevado a una escuela para delincuentes juveniles. En éste lugar descubre que tiene mucho talento para el atletismo, la carrera de larga distancia, y esto lo hace ver con gran favor del director del centro de detención, que pronto pondrá a prueba a sus internos en una competencia inter-escuelas.

Mientras estamos en el presente de la detención presenciamos la vida de Colin poco antes de caer preso, como llegó hasta éste lugar. Colin no es un criminal en toda la palabra, no es un tipo desadaptado ni violento, tampoco un bruto. Por raro que suene Colin es una persona con convicciones aunque un joven aun no del todo maduro. Colin no ambiciona riquezas, ve el dinero como algo útil simplemente, como cuando su padre muere y él muestra un desapego por la gran cantidad de dinero que recibe su madre del seguro paterno.

El padre de Colin fue un burro de carga, un hombre explotado hasta la extenuación, un hombre muy trabajador y pobre, Colin sabe que la vida es pesada y que a los hombres los consumen las necesidades y responsabilidades, el orden de las clases sociales. Colin ve tal cual la situación social del mundo en ese microcosmos de esa competencia de atletismo, en como lo entrenan como caballo de carreras, frente a la mirada de recelo de la manada, que aceptan su condición de cierto privilegio entre comunes, pero con cierto fastidio.

Colin no es un hombre de grandes actos –no hasta cuando reflexiona- ni sublimes palabras aunque se ve alguien inteligente. Tiene también sensibilidad, dentro de cierto hermetismo, machismo y sencillez, como con entender la vida de su progenitor –un obrero de carácter fuerte- con quien guarda distancia en la práctica –es algo más de meditación- y verlo amar a una chica linda y pasear por lugares bonitos con ella, olvidando la realidad del mundo, pero que al final lo llega a alcanzar y lo lleva a la correccional.

El protagonista no es el típico criminal, ensimismado en el mal o perdido en la corrupción, pero sí es característico de su edad, y en algo más esporádico y propio de emociones encontradas, como la falta de empatía con la madre, donde ella está en segundo plano en sus sentimientos por convenciones, contrarias al feminismo que se enarbola hoy en día, y por sumar un reemplazo rápidamente al difunto, el del padrastro autoritario, cuando Colin es rebelde y anhela la absoluta libertad en un mundo típicamente restrictivo.

Es especialmente gracioso cuando finalmente se descubre donde yace el dinero robado, y enternecedor cuando Colin comparte con una chica dulce y muy de a pie sus momentos de ocio, que yacen combinados con el ritmo, simpatía y magia cinematográfica de aquellas escenas en que lo observamos corriendo por lugares rústicos con un poco de libertad, jugándose su participación en el mundo, pasando revista a su existencia, a lo que tiene vivido y aprendido, que hace de punto de meditación de quien quiere ser o sueña ser, y no es un llamado a la criminalidad, sino a algo evolutivo, pero paradójicamente con mucho parecido, expuesto sin romanticismo, sin lo bonito o aparente, sólo es un destello de gloria.

La soledad del corredor de fondo (1962), del británico Tony Richardson, es una película de las más representativas del movimiento free cinema y de la filmografía del mismo director, cine social armado tras una buena ficción, un buen espacio de reflexión con mucho más que lo evidente, un filme con belleza narrativa, estética en los escenarios urbanos y campestres y protagonistas que se ciñen a la clase humilde o trabajadora espléndidamente retratados. Ciertamente es un filme algo convencional –aunque representó una cierta revolución como parte del free cinema-, cine social al fin y al cabo, pero muy valioso hasta la actualidad.