Le corbeau (1943), de Henri-Georges Clouzot, le trajo un
baneo de por vida como director en Francia al ser señalado de colaboracionista
con los alemanes durante la ocupación, ya que éste filme fue financiado por Continental
Films, productora alemana, además de que muchos creyeron leer un discurso
negativo en la película hacia la población francesa, luego rectificado y el
bloqueo suspendido, duró 4 años. Se pensó también después que Le corbeau
guardaba una lectura contra el nazismo, contra la labor de la Gestapo
en Francia. Todo irrelevante frente a un filme que es maravilloso como ficción
y eso es lo importante.
Ésta propuesta nos remite a unas cartas anónimas firmadas
por quien se hace llamar el cuervo contando intimidades de cada receptor,
señalando las bajezas de todo el mundo en un pueblo como cualquier otro en
Francia, en cualquier parte, como menciona la apertura del filme. El más
perjudicado, con el que más se ensañan las cartas es con el doctor Rémy Germain
(Pierre Fresnay), a quien indican ser un doctor encargado de abortos, cuando están
prohibidos, y de ser un mujeriego propenso a las mujeres casadas.
En sí el doctor Germain que encima es muy arisco y sobrado,
de pocas pulgas, es una joyita. Germain carga una mochila secreta, un pasado
turbio. Pero es un antihéroe al que se le permite cierta poesía como galán e
investigador y la (poca) simpatía de otros personajes, como ilógicamente la del
doctor en jefe, el psiquiatra Michel Vorzet (Pierre Larquey), un hombre
sofisticado, un pensador, pero de trato humilde, cuando Germain engaña a Vorzet
con su joven y bella mujer, Laura (Micheline Francey), y Vorzet lo sabe y se lo dice, lo entiende.
El filme tiene mucho suspenso, un gran misterio trabajado
con maestría, es muy cautivante pensar en quien puede ser el cuervo, se cuecen muchas
hipótesis, hay muchos personajes como posibles culpables. Se da por ello una persecución
terrorífica de la hermana de Laura Vorzet, una enfermera solterona acusada de
vender ilegalmente morfina, por las calles con la sombra de un linchamiento en
ciernes, de un apedreamiento. El pueblo recibe aquellas cartas perversas y yace
envenenado, enfurecido, sobre todo porque genera una muerte de alguien
inocente, y ni así el anónimo cuervo se detiene. Se hace presente en el cortejo
fúnebre e incluso ironiza con la iglesia descubriéndose que es feligrés de ésta.
Denise Saillens (Ginette Leclerc), una mujer promiscua, aun
cuando yace casada, carga un hondo complejo que la mueve a conquistar a todo el
mundo, pero yace en particular locamente enamorada del serio y sobrio doctor Germain, su vecino, y ésta
con su rostro agrio de femme fatale produce un tira y afloja sensual con el
doctor, mientras la otra amante, Laura, es más delicada y cínica, guarda falsas
apariencias, se presenta como una mujer suave, a expensas de su hermana
amargada.
El cuervo es emocionante y vastamente entretenida, el tiempo
fluye de lo genial que es, la maldad del cuervo es enorme, pero lo que revela
no es poca cosa, es un pueblo cargado de corruptos, todos tiene algo sucio
detrás. El filme permite escuchar unos diálogos gloriosos sobre el bien y el
mal, la luz y la oscuridad, la ineludible maldad en toda vida, pero cuando se
trata de justificarla el filme le hace cierta justicia a la ética, aunque es un
retrato de lo más pesimista con la humanidad, al punto de cerrar la película con
un crimen.
La gente del pueblo mantiene la imagen de ser muy dignos, de
caballeros y damas, muy alturados y honorables, pero ninguno se salva de haber
intentado salirse con la suya frente a algo sucio, incluso hay sospechosos muy jóvenes.
El odio hacia el cuervo no enseña ni pizca de autoconsciencia, ni arrepentimiento,
es puro enojo. Es una sociedad muy falsa y dura. Temible retrato de nuestra humanidad.
No obstante el doctor Germain es nuestro (anti)héroe, un tipo que no ha
aprendido mucho de su pasado, con respecto a las mujeres, y un placer carnal –que
no es explicito, pero sí ubicuo- más fuerte que la racionalidad.