Jean Vigo murió muy joven, a los 29 años, de tuberculosis,
pero dejó 2 obras muy importantes para el séptimo arte. Una es el mediometraje –de
unos 40 minutos- Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933), sobre una rebelión
de alumnos de colegio ante un profesorado castrense acostumbrado a poner cero
en conducta y castigar los domingos sin salida a los pequeños salvajes, traviesos,
que inspiraría la película emblemática de la nouvelle vague, Los cuatrocientos
golpes (1959), y la otra su único largometraje L'Atalante (1934).
L'Atalante es una película romántica, narra el amor, el
casamiento y convivencia, de Juliette (Dita
Parlo) y Jean (Jean Dasté), que viajan en el barco llamado L'Atalante, junto a un
segundo a bordo, el extravagante tío Jules (Michel Simon), y un muchacho
ayudante. Todo es hermoso hasta que Juliette se da cuenta que vive en un barco
muy descuidado y tiene que hacer muchos deberes como ama de casa, con lo que se
habla de cierta esencia femenina o humana en general de búsqueda de grandes
aventuras frente a una vida sedentaria, humilde.
Juliette quiere conocer lugares bellos, quiere experiencias
memorables, por ello se emociona cuando se entera que pasaran por Paris y saldrán
de éste viejo barco. Jean es más perfil bajo, típico hombre, quiere una vida
hogareña y tranquila, lo que puede sonar a aburrimiento. Juliette no es tampoco
una mujer banal, pero sí sencilla, y le gusta la novedad. En ese trayecto un
hombre (Gilles Margaritis), un vendedor de chucherías y galán charlatán, que se
mueve como Chaplin, gimnástico, arriesgado y humorístico, intenta enamorarla, y
despierta los celos de Jean. De esto surgirá un problema de distancia
engrandecido por la imaginación, a la vera de una prueba de lo llamativo y
efímero, lo fulgurante, con los conocido y apacible.
Éste hermoso filme tiene escenas bastante sensibles y otras divertidas,
como los tatuajes y recuerdos de los viajes del Tío Jules, todo un personaje
con su amor a los gatos, un tipo fuera de lo común, raro, algo gracioso, pero que
guarda cuantiosas memorias y aventuras. También hay una mención poética con el
reflejo del ser amado al sumergir la cabeza en el agua. O una escena sensual
sin haber ningún toque físico. L'Atalante es una película de grandes pequeños momentos,
ya desde el principio lo vemos con aquel cortejo matrimonial rumbo al barco,
hasta colgarse de un palo de madera para meterse dentro de L'Atalante, lo cual
señala como será la vida en su interior, algo rústico y laborioso, pero plagado
de amor.
Cuando Jean se deprime y Juliette quiere volver y yace
perdida por las calles parisienses sobrevuela el fuerte romanticismo, antes
desplegado el carácter masculino de indiferencia y revancha, el exabrupto, que
crea un efecto de boomerang, ante el encanto sensual del pecado, lo material,
lo suntuoso y lo carnal, que nos pone a prueba para ver si somos dignos del
hogar, del amor verdadero, representado en L'Atalante, espacio humilde y
prioritario, pero donde una máquina de coser y un fonógrafo, lo moderno, hacen
entrada y nos llena la vida de ilusión.
Es un balance lo que señala el filme. Es creer en lo mágico o
poético -el reflejo en el interior del agua-, el amor más inocente; y concebir
la sensualidad, lo físico, el anhelo, el placer, en la vida diaria –en aquel simbólico
recuerdo de compartir la cama con el ser amado-. Cuanta delicadeza posee éste filme
y al mismo tiempo esa fuerza de lo vital y lo sanamente cómico. También es un
lugar reflexivo –su parte de realidad- y un lugar de grandes emociones.