A Fábrica de Nada (2017), del portugués Pedro Pinho, analiza
el capitalismo, el trabajo, el socialismo, desde una fábrica de ascensores que
va a cerrar y los trabajadores se niegan a perder sus puestos, por más que
tratan de ofrecerles indemnizaciones bastante apetecibles. Los obreros plantean
la autogestión para continuar con la empresa, antes la huelga y la ocupación.
El filme es muy político y social, analítico a ese respecto, hasta observar una
parte documental donde surgen discusiones intelectuales de como subsistir en un
mundo capitalista. El filme no propone una ideología –ni izquierda ni derecha-,
sino que la gente pueda vivir bien, dándonos cuenta que la gente quiere comprar
cosas, tener cosas y aprecian finalmente el mundo tal como es aunque les duele.
Pero el panorama se pone feo cuando pensamos que en Europa y en especial en Portugal
se vive una crisis, y se quiere tener una vida digna y con poder adquisitivo.
No sólo para una clase social, sino para todos. El filme maneja muchos diálogos
sobre subsistencia económica, pero no se hace difícil de aguantar ni de seguir,
están mayormente bien insertados –sobre todo los que están acompañados con banda
sonora, que es bastante buena-, salvo cuando llega el rato documental que se
pierde en el debate y agota un poco. Por el final se vuelve el filme un musical,
los obreros se ponen a cantar y a hacer coreografías. Hay hasta algo de ironía
y relajo hacia el propio director. Esta parte musical no desentona, más bien es
carismática. La propuesta también destaca a un personaje, a Zé, un joven cantante
de punk y obrero de la fábrica del que vemos su vida familiar. Es una película
coherente, inteligente, bastante clara en sus explicaciones, inclusiva, abierta
a distintos puntos de vista, mientras que como narrativa sabe estructurarse,
permitiendo la fluidez de infinidad de discusiones. Es cine social moderno y
rico en material intelectual, que se permite cierta desfachatez y humor,
simpatía y una pizca de sensualidad.