Un joven y nuevo alcalde llega a una villa remota llamada Karatas, y descubre que hay una plaga, una enfermedad grave en toda la
villa, pero las autoridades corruptas le llaman una simple gripe. El pueblo parece endemoniado, en una atmósfera que inmediatamente recuerda al
videojuego Silent Hill. Tiene un ambiente de aire fantástico, aunque
conteniendo una historia con figuras reales, bajo una marcada estilización, pero
con austeridad, con muy pocos elementos dentro de los lugares, como en una obra
de teatro. Presenta notoria artificialidad, muchas sombras y la intervención de
espacios subterráneos, exhibiendo un visible sabor a cuento.
La obra del kazajo Adilkhan Yerzhanov, ganadora del premio
NETPAC (de cine asiático) en el festival de cine de Rotterdam 2016, tiene una
trama que se puede corroborar tranquilamente con la realidad, cumpliendo con esa
imagen, pero perpetrando ciertas formas propias, una estética y estilo, donde el
contexto funcional de la plaga resulta simbólico, remite al estado de la nación
(y fácilmente a muchos otros países, como el nuestro plagado de corrupción),
otrora perteneciente a la URSS, con una peste que invoca el pasado y sus rezagos
actuales, colocando a la tradición emparentada con la enfermedad.
No obstante todas las formas se visualizan medio antinaturales y se comportan de esa manera, exageradamente, marcadamente histriónicas, sin ser formas tampoco demasiado extrañas, espectaculares. Manifiesta una narrativa que tiene una extravagancia y locura que luce infantil, naif, ñoña, tales como bailes ridículos o niños burlándose de escenas lúgubres y mortuorias, aunque logrando cierta originalidad y distinción sobreviviente en el trayecto. No resulta al fin y al cabo una película familiar, una historia a lo Disney, porque presenta oscuridad argumental y algo de sugerida brutalidad escénica, sobre todo al final.
No obstante todas las formas se visualizan medio antinaturales y se comportan de esa manera, exageradamente, marcadamente histriónicas, sin ser formas tampoco demasiado extrañas, espectaculares. Manifiesta una narrativa que tiene una extravagancia y locura que luce infantil, naif, ñoña, tales como bailes ridículos o niños burlándose de escenas lúgubres y mortuorias, aunque logrando cierta originalidad y distinción sobreviviente en el trayecto. No resulta al fin y al cabo una película familiar, una historia a lo Disney, porque presenta oscuridad argumental y algo de sugerida brutalidad escénica, sobre todo al final.
Las autoridades corruptas de Karatas las representa el tío de la esposa del protagonista, pero existe una idea detrás de conjunto, gaseosa, fantasmal, ubicua, no específica. Estos corruptos defienden básicamente su estado de poder
tradicional y el orden actual de las cosas, atendiendo por otra parte que defender
la epidemia luce algo “raro”, surreal, kafkiano, como la figura del propio
protagonista, éste alcalde joven, un héroe ordinario, solitario e idealista, que
no es ninguna luminaria, está en el puesto por su parentesco familiar.
The plage at the Karatas Village (2016) puede ser vista como una historia de terror, pero, claro, una bastante ligera, poco terrorífica, apenas algo sórdida en casos contados (se intenta enterrar a alguien vivo o se quema con vida a un ser humano, pero todo bien cuidado, sin gore, o de forma teatral). Tiene algunos detalles de horror como las máscaras, la idea de la secta o ese ambiente tétrico en sombras que tiene el filme, con cromatismos dominantes en la tendencia a los ocres, amarillos y marrón, o a lo rojizo, o a lo azulado.
Además está la idea de la villa, llegar a un lugar particular, excepcional, contaminado. Tenemos la propia maleta que se carga, un estado general, que incluye a la familia del recién llegado, que se descubre traidora, manipuladora, sumisa al orden reinante, abocada a los propios intereses. Es un relato nocturno, que ya da una pista premonitoria en ese rostro de una máscara artesanal por el que pasa sin notarlo el nuevo alcalde, por sobre el agua estancada, a su llegada. Nos hallamos en el ingreso a una pesadilla, mezcla de enajenación y epidemia, que termina con el amanecer.
The plage at the Karatas Village (2016) puede ser vista como una historia de terror, pero, claro, una bastante ligera, poco terrorífica, apenas algo sórdida en casos contados (se intenta enterrar a alguien vivo o se quema con vida a un ser humano, pero todo bien cuidado, sin gore, o de forma teatral). Tiene algunos detalles de horror como las máscaras, la idea de la secta o ese ambiente tétrico en sombras que tiene el filme, con cromatismos dominantes en la tendencia a los ocres, amarillos y marrón, o a lo rojizo, o a lo azulado.
Además está la idea de la villa, llegar a un lugar particular, excepcional, contaminado. Tenemos la propia maleta que se carga, un estado general, que incluye a la familia del recién llegado, que se descubre traidora, manipuladora, sumisa al orden reinante, abocada a los propios intereses. Es un relato nocturno, que ya da una pista premonitoria en ese rostro de una máscara artesanal por el que pasa sin notarlo el nuevo alcalde, por sobre el agua estancada, a su llegada. Nos hallamos en el ingreso a una pesadilla, mezcla de enajenación y epidemia, que termina con el amanecer.