Fue la última película del polaco Andrzej Zulawski
habiendo dejado 15 años de diferencia con su película anterior, y la que terminó de despedida, quien murió poco después, recientemente, un 17 de febrero del 2016. Adapta a su compatriota Witold Gombrowicz, un escritor de una
obra difícil, de la que decían era inadaptable, y se nota en el filme, además
de que Zulawski no es tampoco un autor fácil, sino extravagante y original, como
podemos ver en una película parecida en complejidad, en El globo plateado (1988),
pero en donde en ella primaba el discurso filosófico y serio. En El globo plateado estaba la proclividad humana
a la decadencia y corrupción, tomando de partida el incesto, igual al que
fomentan Adán y Eva; estaba la lectura política e histórica religiosa detrás de la ciencia
ficción; y el deseo de sumisión, orden y
control de lo místico ante el desamparo, mientras aquí a lo existencial se le
agregan los juegos literarios y la retórica en el lenguaje, mezclando
sofisticación y humor “pedestre”, como dejan ver unos diálogos entre vacíos, lúdicos,
auto-paródicos y experimentales.
Cosmos (2015) es una propuesta que trabaja la sátira y el
absurdo, habiendo mucha extrañeza y hermetismo más que risas sencillas, una cierta
sinrazón constante. Tiene de línea argumental la investigación casual de
sucesos extraños, al poco de la llegada de dos muchachos, Witold (Jonathan
Genet), un obvio alter ego, un escritor en ciernes y en estado de búsqueda de
iluminación, la que extrae de su entorno y de su condición de freak; y su
compinche gay, medio ignorante del arte –aunque no de lo popular- y amante de
la moda Fuchs (Johan Libéreau). Llegan a un hospedaje en la casona de una familia de
locos, maniáticos e histéricos, creando una burla de la supuesta perfección, como
la belleza de la hija, Lena (Victória Guerra), invocando la imperfección, haciéndola chocar con ella, algo a lo David Lynch, pero con descaro absoluto personal,
como representa la fijación con la empleada con un labio deforme vestida de
monja (habiendo predilección por lo “feo”, a la par de la mofa de lo eclesiástico),
como que cohabitan dos mundos, el estético y aparentemente normal y cotidiano,
y el impredecible, paranoico e inexplicable que fomenta Witold, viendo significados
donde no existen, de quien se ausculta a sí mismo, tratando de hallar algún sentido
poco común, forzar hacia su propia cosmovisión, o en el camino descubrir las
caretas, a través de la relación amorosa con la que fantasea.
Witold atrae los ahorcamientos, en su locura y en sus
ambiciones más íntimas, primero el de un gorrión, luego el de un pedazo de
madera, más tarde una persona. Culpa de paso sarcásticamente a un cura, siendo un infiltrado contaminado (sufriente) de su entorno. Se crea una
dualidad en el cierre del filme bajo la pregunta ¿consigue o no su cometido
Witold?, el amor de Lena, que representa el triunfo de su obra literaria. Y
queda sin aparente respuesta, aunque todo apunta a que el subconsciente y
simbolismo del protagonista ha tenido éxito, quizá solo plasmándolo en Cosmos,
cuando alrededor se habla de Spielberg, Star Wars o de estar haciendo un
thriller. El director de La posesión (1981) se identifica con Witold
Gombrowicz, señalando que hablan el mismo arte y lenguaje, el de los raros.