Una mujer ha pérdido a su esposo y se halla en duelo,
tiene 2 hijas pequeñas, y, como todos, debe rehacer su vida, para lo que se le
presenta un buen pretendiente, un hombre seguro de sí y decidido a casarse con
ella. Erica Rivas la interpreta, con toda esa carga emocional a
cuestas, con una circunspección, meditación y congoja interna, la que yace reacia
a buscarse a otro hombre, a formalizar con Ernesto. Y de eso trata la película,
la lucha de Luisa, de poder pasar la página, que no puede, por más que
su madre y su suegra la apoyan en su nueva relación.
Un filme como La luz incidente de Ariel Rotter es por una
parte difícil de imaginar en Latinoamérica en otra parte que no sea dentro del ecléctico
cine argentino, muchas veces sobrevalorado, pero también irreprochablemente audaz,
teniendo la presente una delicadeza y elegancia que la vulgaridad y criollismo
que se clama por la necesaria e ineludible realidad por estos lares nos impide
poner más a menudo en pantalla.
La luz incidente es un filme que está anclado fuertemente al
duelo, a la pérdida de una relación, la del amor de nuestra vida, y a la
recomposición en otra relación que luce ideal y saludable, sobre este eje gira
toda la película, y no deja de ser interesante, aunque uno llega a pensar que
tanto rodeo pudo evitarse o reducirse sin problemas (cinematográficamente
hablando), pero igualmente es pedirle al autor que corte sus alas, minar la
voz, el motivo y sobre todo el sentimiento complejo. El de un enorme dolor, centro
de la propuesta, en cómo suena complicado meter a una nueva persona –en palabras
de Luisa- en la que ya es una familia. A pesar de que arrecian las deudas y sobrevuela
cierto machismo, Luisa no puede defenderse -al parecer- sola en el mundo.
Es importante tener en cuenta el contexto económico y social, y por una parte, en menor medida, la época, ubicada en un tiempo con algunos aires más conservadores y clásicos, por medio de un elocuente y distinguido blanco y negro. Luisa pertenece a la clase media alta, donde la mujer suele disfrutar de
comodidades sin hacer nada. Entonces, la relación con Ernesto es perfecta en
todo sentido, de lo cual se extraña un poco de problemática, más allá de una “simple”
decisión, volver a casarse o no. El sexo no es dificultad (la aventura casual), sino otra cosa, la
impresión de llenar un lugar emocional, lo económico -aun en su situación- se
encuentra en segundo plano para ella. Luisa se siente atraída por Ernesto, pero
extrañamente –por su comportamiento amoroso actual- sigue sin querer olvidar a
su marido fallecido. El filme en ello juega mucho al tira y afloja, y luce algo
incoherente. Porque no sé qué preocupación le puede crear Ernesto a sus hijas
que están aún desentendidas del mundo. Parece un pretexto endeble, por más que
Luisa hace hincapié en que las niñas son lo primero, y justamente entra a
tallar el reponer la figura paterna. Lo cual es como un respeto a perder la
imagen fantasmal, ubicua en el filme, pero anónima en detalle, del marido difunto, que trasciende una mera fotografía anodina.
Rotter trabaja más que decentemente la imagen de duelo, el espíritu
del muerto, explotándolo al máximo, aunque notándose que estira demasiado el
chicle. Para lo cual Rivas esta espléndida, trasmite mucho desamparo, provoca protegerla,
y entra a tallar una digna sobrevivencia en ella. Ernesto es una figura algo
cómica, de lo notoriamente simpático que intenta ser, se ve ligero, pero como los
reflectores yacen sobre Luisa el filme resulta mejor (la actuación de Marcelo
Subiotto está muy bien, el problema es su contenido intachable, es un solterón,
se pudo albergar ideas a ese respecto). Rivas se las arregla para poner gestos
variados en su rostro, a la vera de la tristeza, y no agotar, algo muy palpable
y siempre en la cuerda floja. El filme esta manejado con suma delicadeza, donde
hay muchos hermosos silencios, como quehaceres rutinarios que inundan la
pantalla, desde el hogar o alguna fiesta, proponiéndose potentemente
sugerentes. Como ese del matrimonio donde Luisa está pendiente del teléfono, en
la que es una relación de madurez, ya sin fuego e irreverencia, sino de calma,
meditación y pequeños momentos.