Uno de los cineastas más admirados del orbe, Abbas
Kiarostami, ha muerto, el 4 de julio del presente año 2016, con lo que le rindo homenaje pasándole revista a una etapa particular de su filmografía,
su etapa experimental o de quiebre.
Ten (Dah, 2002)
Anexo ésta película a ésta etapa, por lo que también se
distingue del conjunto de su obra, tratándose de una propuesta de denuncia y de
lucha frontal por los derechos en su sociedad, precursora de Taxi Teherán (2015). Muestra 10 secuencias de encuentros en el carro de una
joven y bella iraní anónima por ese entonces, Mania Akbari, declarada feminista
y un año después directora de cine. Ten es una docu-ficción en la que se habla de
su vida personal, la cual invoca conocer la realidad del país a través de ella
y mediante algunos pasajeros curiosos, polémicos y representativos de la nación.
En las secuencias aparece Akbari conversando con su propio hijo, de 10 años de edad, Amin Maher (un despierto, muy expresivo y avispado muchacho, con grandes dotes de actor), discutiendo sobre el divorcio del padre de Amin y su nuevo matrimonio, cuando en Irán la única forma de anular el matrimonio es señalando maltrato doméstico o por abuso de drogas. La última fue la falsa acusación que usó Akbari para separarse, que ella justifica en la recriminación abierta hacia los pocos derechos femeninos que existen en su país, lo que es interactuar con la visión típica masculina del islamismo iraní.
Entre los otros pasajeros están la hermana de Akbari, con la que discute la conflictiva relación con Amin y la figura de la libertad y la no dependencia más que de uno mismo, centro del filme; otro pasajero es una amiga medio moderna –como en buena parte implica el look y actitud de Akbari, apuntando a su interacción en la calle con los conductores varones- que es abandonada por su pareja y yace afeitada de la cabeza como reacción de fuerza y rearme, en contraste con esa otra pasajera dócil y ortodoxa que no para de llorar por parecida situación y se siente acabada (ahí se deja ver que uno pierde y gana en la vida, sufres y eres feliz, la naturaleza humana, y hay que enfrentarlo); también tenemos como pasajero a una anciana piadosa, una conocida, que recoge al paso y se dirige a un mausoleo a rezar por todos; y a una prostituta, que como retrato occidental resulta bastante obvio con su risa vulgar, su desfachatez y unas respuestas de tipo cliché, pero para Irán es todo un acontecimiento, algo inaudito.
Five dedicated to Ozu (2003)
Éste filme lo conforman cinco secuencias reducidas al minimalismo máximo, aún más que antaño, sin diálogos, hablándonos en el lenguaje universal del mundo, a través de las imágenes, como encontrar posibles significados a la ruptura de un pedazo de un pequeño tronco que yace a la vera de las olas (la dureza, la perseverancia, los ciclos vitales), o teniendo una sinfonía de ranas, signada por una tormenta y un amanecer que resulta épico, con tan solo un estanque a oscuras bajo el reflejo de la luna en el agua, un retrato de la vida misma, que junto a esa enorme cantidad de patos atravesando la pantalla de izquierda a derecha y regresando cogen toda la esencia cómica, amable, humana y tierna del cine a quien se le dedica el filme, a Yasujiro Ozu, bien ilustrado en la camaradería de unos perros haciendo siesta a los lejos en la orilla o con unos ancianos deteniéndose a saludarse y conversar en un muelle.
En las secuencias aparece Akbari conversando con su propio hijo, de 10 años de edad, Amin Maher (un despierto, muy expresivo y avispado muchacho, con grandes dotes de actor), discutiendo sobre el divorcio del padre de Amin y su nuevo matrimonio, cuando en Irán la única forma de anular el matrimonio es señalando maltrato doméstico o por abuso de drogas. La última fue la falsa acusación que usó Akbari para separarse, que ella justifica en la recriminación abierta hacia los pocos derechos femeninos que existen en su país, lo que es interactuar con la visión típica masculina del islamismo iraní.
Entre los otros pasajeros están la hermana de Akbari, con la que discute la conflictiva relación con Amin y la figura de la libertad y la no dependencia más que de uno mismo, centro del filme; otro pasajero es una amiga medio moderna –como en buena parte implica el look y actitud de Akbari, apuntando a su interacción en la calle con los conductores varones- que es abandonada por su pareja y yace afeitada de la cabeza como reacción de fuerza y rearme, en contraste con esa otra pasajera dócil y ortodoxa que no para de llorar por parecida situación y se siente acabada (ahí se deja ver que uno pierde y gana en la vida, sufres y eres feliz, la naturaleza humana, y hay que enfrentarlo); también tenemos como pasajero a una anciana piadosa, una conocida, que recoge al paso y se dirige a un mausoleo a rezar por todos; y a una prostituta, que como retrato occidental resulta bastante obvio con su risa vulgar, su desfachatez y unas respuestas de tipo cliché, pero para Irán es todo un acontecimiento, algo inaudito.
Five dedicated to Ozu (2003)
Éste filme lo conforman cinco secuencias reducidas al minimalismo máximo, aún más que antaño, sin diálogos, hablándonos en el lenguaje universal del mundo, a través de las imágenes, como encontrar posibles significados a la ruptura de un pedazo de un pequeño tronco que yace a la vera de las olas (la dureza, la perseverancia, los ciclos vitales), o teniendo una sinfonía de ranas, signada por una tormenta y un amanecer que resulta épico, con tan solo un estanque a oscuras bajo el reflejo de la luna en el agua, un retrato de la vida misma, que junto a esa enorme cantidad de patos atravesando la pantalla de izquierda a derecha y regresando cogen toda la esencia cómica, amable, humana y tierna del cine a quien se le dedica el filme, a Yasujiro Ozu, bien ilustrado en la camaradería de unos perros haciendo siesta a los lejos en la orilla o con unos ancianos deteniéndose a saludarse y conversar en un muelle.
Shirin (2008)
Tiene un dispositivo harto interesante, estamos ante la presencia de un falso documental donde más de 100 actrices iraníes de teatro y de cine (rostros hermosos, sabios o curtidos), a los que se suma la francesa Juliette Binoche, yacen supuestamente mirando una película, la historia del famoso poema persa del siglo XII “Khosrow y Shirin”, de Nizami Ganjavi, que cuenta la tragedia romántica de la princesa Shirin, de Armenia, y el príncipe Khosrow, de Persia.
Frente a ésta historia cada actriz exhibe sus propias emociones que emanan de lo que sienten al ver este filme imaginario que yace en fuera de campo. Mejor dicho, sólo lo interpretan por el oído, y eso. Nosotros vemos éste filme imaginario de la mano de ellas. Lo vemos a través de sus expresiones, complementadas con un párrafo o efecto. Kiarostami ansía referir el poder de un lenguaje universal, atendiendo sólo a los primeros planos de los rostros de las colaboradoras en una sala de cine, un lugar social simbólico, en contra del hermetismo y la oscuridad, con los hombres en segundo plano, pero todas respetuosas, con velo.
Tiene un dispositivo harto interesante, estamos ante la presencia de un falso documental donde más de 100 actrices iraníes de teatro y de cine (rostros hermosos, sabios o curtidos), a los que se suma la francesa Juliette Binoche, yacen supuestamente mirando una película, la historia del famoso poema persa del siglo XII “Khosrow y Shirin”, de Nizami Ganjavi, que cuenta la tragedia romántica de la princesa Shirin, de Armenia, y el príncipe Khosrow, de Persia.
Frente a ésta historia cada actriz exhibe sus propias emociones que emanan de lo que sienten al ver este filme imaginario que yace en fuera de campo. Mejor dicho, sólo lo interpretan por el oído, y eso. Nosotros vemos éste filme imaginario de la mano de ellas. Lo vemos a través de sus expresiones, complementadas con un párrafo o efecto. Kiarostami ansía referir el poder de un lenguaje universal, atendiendo sólo a los primeros planos de los rostros de las colaboradoras en una sala de cine, un lugar social simbólico, en contra del hermetismo y la oscuridad, con los hombres en segundo plano, pero todas respetuosas, con velo.
Se ha dicho que en realidad estaban en la casa de Kiarostami
quien adaptó un espacio en su sala, creando una ilusión, y que la idea de estar
percibiendo el material de una película fue colocada después de conseguidas las
expresiones, contando solamente con narraciones en off,
aunque bien detallistas, efectos especiales sonoros y banda sonora, más no imágenes del supuesto filme que ven, partiendo como dentro de una especie de prueba de casting
donde Kiarostami simplemente les dio pautas a cada una de sus actrices.
De Shirin se puede extraer la magnánima artificialidad en el
cine, que produce un estado mágico de naturalidad y emotividad por medio del talento íntimo, tal que me recuerda a esa
maravilla de Eduardo Coutinho llamada Jogo de Cena (2007), aunque aquí es
imaginar qué sentir. Hay mucha mayor distancia emocional como inspiración real,
menos compenetración vivencial, pero otro tipo de poética, una más elaborada en lo auto-referencial.
Las actrices se distinguen por propia elucubración aunque siguen algunos (pocos) parámetros. Es para ellas un reto de originalidad expresiva, de conseguir un determinado sentimiento, o apenas un gesto sutil que trasmita un mundo interno frente al propio cine, sintiendo las muertes en el combate, las risas diáfanas del pueblo o el sacrificio de la princesa Shirin, es decir, llorar, reír o sufrir, aparte de retirar la mirada de la pantalla, meditar, maravillarse, sentirse incómodo o dejarse llevar. Shirin es una realización poderosa trasmitiendo la pasión por el séptimo arte, en todo aquello que nace de ver una película, en la plasticidad de más de un centenar de actrices, amantes del cine que viven cada instante.
Las actrices se distinguen por propia elucubración aunque siguen algunos (pocos) parámetros. Es para ellas un reto de originalidad expresiva, de conseguir un determinado sentimiento, o apenas un gesto sutil que trasmita un mundo interno frente al propio cine, sintiendo las muertes en el combate, las risas diáfanas del pueblo o el sacrificio de la princesa Shirin, es decir, llorar, reír o sufrir, aparte de retirar la mirada de la pantalla, meditar, maravillarse, sentirse incómodo o dejarse llevar. Shirin es una realización poderosa trasmitiendo la pasión por el séptimo arte, en todo aquello que nace de ver una película, en la plasticidad de más de un centenar de actrices, amantes del cine que viven cada instante.