Sentenciado a no poder dirigir películas, no dar entrevistas ni a viajar fuera del
país, el talentoso director iraní Jafar Panahi ha demostrado ser un hombre
coherente consigo mismo, tanto fuera como dentro del arte, e igualmente
valiente, como a la par (lógicamente) rebelde, también noble en el compromiso, y
audaz con aquellas prohibiciones del estado que lo han señalado de atentar
contra el orden islámico de su país, que en la realidad es estar contra las tantas
limitaciones de la libertad natural de todo ser humano, viendo que la obra de
Panahi refleja un deseo contrario a la castración de la vida normal de
cualquier ciudadano occidental o común en la mayoría de sociedades, donde como
vemos en la presente película está censurado discutir lo político y social, acallando
de esa forma no razonar casi ninguna problemática nacional, lo que es llamado de realismo sórdido, al igual que exigir
evitar la atribución de ser denominado de pesimista, propiciando una mirada
ligera, lejana o nula e indiferente a la realidad imperante que pide cambios y
diálogo, como no tratar los males que aquejan al país, sea la pobreza, la
violencia, la igualdad de género, la pena capital o la libertad de expresión
artística, pidiendo un sinnúmero de reglas que implican yacer en la imagen
islámica que impone el régimen político y religioso iraní, como hasta lo más
banal y nimio, no usar corbata, y tener nombres islámicos, ser tradicional a la
fe reinante, que implica el cómo deber hacerse cine, para ser aprobada su
comercialización o su cualidad de
apertura general o de estar limitada a pequeñas esferas, dicho de paso que Taxi
Teherán no cuenta con los créditos finales, es decir no tiene la venia del
estado censor.
De lo que se trata la propuesta es como implicaba la premisa
central de Esto no es una película (2011), el primero de los tres filmes que
han seguido a las extremas restricciones cinematográficas de este director, al
encierro domiciliario temporal, documentar el trabajo de director sin poder
hacerlo, “engañando” al régimen, por lo que inteligente como
subrepticiamente con ironía Panahi se convierte en taxista, recorriendo las
calles de Teherán, interactuando con pintorescos pasajeros, que hacen de
reflejo de la realidad del país, tocando muchos temas que yacen prohibidos,
pero en lugar de hacerlo retando al gobierno, lo hace en un tono amable y
relajado, bastante humano. Con lo cual
no quedan muy lejos películas como El globo blanco (1995), apreciando además
que hay retratos y experiencias en el taxi que recuerdan a toda las obras de
Panahi, pero en lugar de aducir vanidad, se trata de la demostración de un
compromiso con su sociedad, denotando que ha tocado los temas propios de la
realidad más acuciosa.
Dentro de los pasajeros tenemos a un vendedor de delivery de
Dvds piratas, que salta la censura y promueve el cine de Woody Allen o las
series americanas contemporáneas, al mismo nivel que películas de cine arte de
latitudes como las de Bilge Ceylan, que no presentan otro tipo de difusión
nacional, y se habla de una necesidad, como para estudiar el cine, que incluye
a Panahi como un antiguo comprador; o por mencionar otros pasajeros, surge un
especie de foro con una profesora de escuela
-una intelectual, digamos- y un trabador no identificado –un hombre
ordinario, del pueblo llano- sobre la delincuencia –robar llantas- y la cruda,
inmisericorde, o, justa, necesaria, pena capital, y por otro lado, la lucha
modernidad contra tradición. También imposible no mencionar a la abogada
silenciada por su propio gremio, que carga un simbólico ramo de rosas rojas, que
invocan pasión, resistencia, honor, afectos identificadores. Y en especial a la
sobrina de Panahi, Hana Saeidi (quien recogiera el oso de oro de la Berlinale
2015, y terminara derramando lágrimas de emoción por la situación de su tío), que
es una carismática, locuaz y lúcida cineasta en progreso, la que discute directamente
que justifica la aceptación de las películas por parte del gobierno, producto
de un trabajo escolar, llegando a contextualizar un caso que surge casi de la
nada, con un niño reciclador que encuentra dinero que no pretende devolver,
como la circunstancia del amigo de la infancia de Panahi cierra el círculo con
ella, remitiendo a las discusiones que propicia la niña, la pobreza, lo
correcto y el libre albedrio. La que recuerda la igualdad que clama la
femineidad iraní moderna, como en Offside (2006).
El tener una cámara rotativa “oculta” en la parte frontal
central del vidrio delantero no impide que la filmación tenga un muy destacado y
limpio registro, y un uso profesional de las tomas, logrando una elaborada y
completa narrativa, muy distinto al intento precario de Esto no es una película
que tenía un cariz amateur y, valga la redundancia, casero, la de una home
movie, más allá del logro de sobrevivir a una dictadura, y plasmar en qué
consiste la vocación del arte y como se perpetra el cine, encerrado, censurado,
pero libre mentalmente y con intrepidez.
Taxi Teherán aparte del excepcional talento de una
estructura y creatividad milimétrica donde se perpetra la ilusión del tiempo
real, la de una salida en taxi que fluye sin parar hasta desembocar en la
paranoia del régimen, tiene una estética de gran nivel, y no solo es enfrentar
al gobierno, que desde luego, resulta un paso osado e importante, pero hay que
destacar que no faltan las formas haciendo arte de este filme de muy merecido
premio en el festival de Berlín, con esa bella humildad y calor de las mejores
obras iraníes y la filmografía de un Panahi que logra ser un personaje simpático
típico de su séptimo arte.