La presente es una película de 4 horas 40 minutos de duración, del chino radicado en Australia Liu
Shumin, que en su mayoría luce como un documental, de cómo se vive en China, de
forma muy moderna, urbanamente, con vistas impactantes y hermosas como la de
una pequeña bahía de enormes edificios, o las tomas aéreas o desde lo alto que
dejan a los protagonistas en muy pequeña dimensión cuando hacen un peregrinaje a
la institución académica donde enseñaron. En su trama recuerda a Cuentos de
Tokio (1953), partiendo del hogar de 2 ancianos que viven con una hija madre
soltera profesora de inglés llamada Liqin y su nieto adolescente, en la
provincia de Jiangxi, ancianos que más tarde visitan a sus otros 2 hijos, otra
hija en la ciudad de Fuzhou –la que tan solo aporta la particularidad del baile
de su pequeña frente al televisor o que el marido llame papá y mamá a sus
suegros- y a un hijo en Shanghai que es ingeniero electrónico, está casado y no tiene vástagos.
En su parte aparentemente documental, la que engañaría a
muchos –que pudo pasar igualmente por una docu-ficción- sino fuera por algunos
momentos que exageran la ubicuidad de la cámara teniendo una intrínseca cierta dudosa
naturalidad (como la de las tantas caminatas, aunque en general las perfomances
son impecables), y sobre todo producto del desenlace, una declaración notoria de
ser una película de ficción, simplemente vemos como los ancianos, Liu y Deng, ambos jubilados profesores
estatales (el poco retrato comunista del filme, que yace en las memorias que
narra la hacendosa mujer de edad, con ternura y credibilidad en la expresión de
admiración y nostalgia), llevan una vida cotidiana como tantos otros, con
paseos, el arreglo decorativo de una nueva vivienda o quehaceres del hogar (todos
registrados hasta el más mínimo, en la cotidianidad absoluta, la de una
familia hogareña de clase media alta). A su vez se ven las preocupaciones
comunes de los hijos de Liu y Deng, sea un mejor trabajo, tener un hijo y poder
mantenerlo o casarse con un hombre que amas y te hace feliz.
Lo que rompe un poco con lo documental es el
privilegio de algunas tomas, como el pedido de un corredor inmobiliario y su
cliente de poder entrar al departamento de uno de los hijos, por ser de la
misma arquitectura del que está en venta abajo, la cámara se posiciona detrás de
los que hacen el pedido y se les termina tirando la puerta en la cara, implicando
la noción de estar siendo filmados, de que yacen actuando, aunque puede que
estés haciendo de ti mismo. Después se nota la ficción con algunas
conversaciones y conflictos que son tan superficiales, donde las reacciones son
demasiado cinematográficas, el hijo reprende a su padre por mentiroso a raíz de
algo insignificante, detrás de haber sido abusivo en su juventud, y queda una
lección en el ambiente, de lo que hay varias, véase cuando la abuela felicita
el heroísmo del nieto por teléfono.
Una enfermedad y guardarlo en secreto mientras todos
siguen exhibiéndose puede ser otra pista, pero el final es el punto de quiebre
y confirmación, cuando se torna la propuesta en un pequeño thriller del tipo asesino
serial disimulado, lo cual rompe la ilusión conjunta
de documentación pormenorizada, pero de igual forma su construcción es en gran parte de cierta perfección, y se trata
de arte lo que invoca, lo cual consigue a un punto, aunque pidiendo paciencia
del espectador, viendo cómo no pasa nada trascendente, aunque ver preparar detalladamente
platos de comida chinos tiene su encanto, parecido a ver vender a la anciana Deng
cartones y botellas a un reciclador regateador. Uno fácilmente se identifica
con esta familia china, que presenta muchas semejanzas con cualquier otra parte
del mundo, tanto que apenas notas que te encuentras en un país como China.