Escrito en honor al Drácula más popular del séptimo arte,
Christopher Lee, que murió el 7 de junio del 2015, a los 93 años, dejando una
muy extensa carrera, donde su máxima mítica yace en la saga de Drácula de la
famosa productora británica de cine de terror de bajo presupuesto Hammer; saga a
la que le paso revista, contando con 8 películas, en las cuales el muy querido Christopher
Lee representó al legendario vampiro en las siete primeras.
Ésta es una de las inmortales obras de Terence Fisher, la mejor de
la saga, claro, la primigenia, que se pega más a la historia de la novela. Sin
embargo hace ciertos cambios, otorgándole agilidad al producto. Ésta vez Jonathan
Harker arranca con una misión secreta, como un cazador de vampiros, pero no es
hasta que el Doctor Van Helsing (Peter Cushing), su maestro, interviene que
Drácula enfrenta su gran reto. Ese choque vital entre dos nombres míticos del
cine de terror, Cushing y Lee, otorga un entusiasmo memorable, visto tales
clásicos roles en su mayor exposición. La intromisión de los colores intensos, pastel,
como esa sangre de aspecto exagerado, el espacio rural y lo aristocrático, los
modales ingleses, la mirada penetrante y furiosa de Christopher Lee, todo es
simplemente un goce mayúsculo, de lo que se subvierte escuchar por enésima vez
la historia típica de Drácula, que en el conjunto histórico del cine afírmese que
yace en lo más alto del podio, la que tiene excelente ritmo que la deslinda de
muchas otras igual de famosas, brillando un encanto de lo bellamente clásico,
que está por encima del presupuesto, donde sorprende ver la alta calidad del
producto, sin ostentación.
Secuela dirigida por Terence Fisher, un grande del cine de
terror, que lo demuestra fehacientemente en un filme que es bastante bueno,
sobre todo en la escena de resurrección de Drácula que está de lujo para la
época. Es una película en que Christopher Lee no habla nada, asumiéndose como
un monstruo absoluto, que sólo quiere asesinar a la gente que atrapa en su
castillo, habiendo dejado la orden de que su siniestro mayordomo y esclavo llamado
Klove atraiga a los curiosos ante sus garras, cuando el pueblo yace advertido y
niega la existencia del castillo, en un bar típico, antesala en que se anuncian
peligros y temores. A éste sitio caen dos parejas, dos elegantes hermanos y sus
esposas, que torpemente no escuchan y son guiados por fuerzas mayores al
castillo. El salvador es un cura tosco, que yace armado y es peleón. El filme
cumple con entretener y bastante, con una historia muy práctica y sumamente
sabrosa.
Dirigida por el británico Freddie Francis, mejor director de
fotografía (ganó por ello 2 premios Oscar, por Sons and Lovers, 1960, y Glory,
1989) que director de cine, pero que en algo se distingue haciendo un filme con
toques frescos y llanos de romance y rebeldía juvenil. El héroe es ateo y no lo
esconde a nadie, tiene el mal de decir la verdad todo el tiempo, aun cuando su
amada vive bajo el ala bondadosa de un tío que es obispo; el héroe se mueve
trabajando en el clásico bar de borrachos y risas vulgares (gente que lo quiere),
aunque soñando con progresar estudiando a la par. Acoto que en las historias
de Drácula, como el apasionado vampiro es un seductor siniestro que se mete con
las mujeres de sus víctimas, no faltan los rescates heroicos de pareja. El
argumento del filme es simple y pedestre, el obispo ha exorcizado el castillo
de Drácula, dejando una enorme cruz en la puerta, y cuando éste regresa a la
vida se enardece y promete vengarse, para lo que persigue al religioso a su
pueblo. Antes, hace algo sacrílego, toma como esclavo a un párroco. Es curioso
recordar que Christopher Lee como Drácula es un abusador de mujeres, no sólo
las domina con la hipnosis y su mordedura, sino las trata peor que trapeador,
sin importarle belleza alguna, como la que exuda la damisela en peligro, la
rubia actriz Veronica Carlson (haciendo además mención honrosa de otra actriz,
Barbara Ewing, por su llana sensualidad y su inocente juego de tetas). Uno
podría pensar que el ateo novio aprenderá una lección, pero ésta queda de tarea
para la casa.
Aun siendo la cuarta de la saga sigue siendo entretenido ver
una película de Drácula. Dirigida ésta vez por el húngaro Peter Sasdy. En ésta
trama tres hombres acaudalados de poco más de mediana edad, misma lectura
literaria de Fausto, vender el alma al diablo, aburridos de la cotidianidad de
sus vidas y su imagen de gente prominente, supuestos maridos y padres correctos
de la buena sociedad, cosa que se desmiente por completo, conocen a un vividor practicante de ritos ocultistas. En busca de emociones jamás vividas, cansados ya de los burdeles, éste les
propone beber la sangre de Drácula. Tras ser hallado donde la última película
lo dejó, la aventura concluirá fuera de lo esperado. Se desencadenará la ira y la venganza
del vampiro más célebre, que irá uno por uno tras ellos, a poco de un rato
clave y distintivo del filme. Habrá un rito negro que aplica devoción, y al mismo
tiempo una aventura extravagante. Tendremos dos o tres buenos momentos; es un filme que tiene su sana cuota de originalidad, a pesar de que a Christopher
Lee se le muestre harto ordinario en varios lapsos. Se trabaja la ejecución de
la frase de desembarazarse del pasado, que suele reinar en toda necesidad de
desarrollo artístico y de madurez; también un ataque repentino y facilista de
“enfermedad” de un posible psicoanálisis a Drácula en el desenlace.
La quinta película de la saga se pone algo barata, pero
sigue entreteniendo. La dirige el inglés Roy Ward Baker. Parte de las
correrías sexuales del hermano pícaro menor, Paul, con historias medio salidas
del imaginario porno, aunque sin, obviamente, su explicites. Sólo presenciamos algún trasero
desnudo femenino bien formado a lo máximo. Paul es perseguido por la policía por tener sexo con la hija
del poderoso burgomaestre del lugar que escondiendo la alegre fémina su
aventura lo acusa de aprovecharse de ella, todo en un tono bien ligero, al
estilo de las comedias de adolescentes descarriados. Éste es el pretexto para que Paul
caiga en garras de Drácula, al ir de tumbo en tumbo hasta caer en su castillo,
pasando primero por un atemorizado y castigado pueblo próximo, donde hay una
masacre algo gore en una iglesia, bajo efectos especiales no tan pulidos, pero
con su gracia. El rastro hace que el educado y valiente hermano mayor, Simon,
junto a su bella novia rubia, termine enfrentando a Drácula. En ésta versión Christopher
Lee se muestra todo un caballero y por otra parte del tipo asesino serial, con
el criado Klove teniendo bastante presencia y mayor repercusión que antaño. En la presente película hay mucha sangre, hasta un saludable descuartizamiento. En lo
bueno del filme yace que es impredecible, y tiene una original idea con un
cuarto sin puerta, con una ventana por entrada y una tremenda altura, vista con
un efecto no tan realista, semejante a la intromisión recurrente de murciélagos
gigantes, entre aceptables y fallidos. La propuesta tiene un arranque y final
con personalidad propia, aunque lo justo, nada más. Otro encanto del filme es
la trepada de Drácula al estilo de una araña.
Éste filme se contextualiza en la edad moderna, en el siglo
XX, en los 70s, con un secreto súbdito de Drácula, Johnny Alucard (Christopher
Neame), trayéndolo a la vida una vez más, por medio de una misa negra llena de
sobrenombres del demonio, lo que tiene su incomodidad, pero que ya es algo
visto en la saga. Lo mismo pasa con el propio personaje de Alucard que se
comporta idéntico a Alex DeLarge, de A Clockwork Orange (1971), queriendo
liderar una banda de hippies en la que se halla una descendiente de Van
Helsing, viendo por otro lado que Peter Cushing lo interpreta en ésta película
como un pariente sucesor. Alucard se pinta de seductor para atrapar víctimas,
y Drácula de monstruo tras bambalinas, con lo que hacen de la suyas, y pronto
la policía termina preguntándole a un experto en lo sobrenatural y rituales
paganos, a Van Helsing, quien enfrenta nuevamente a Christopher Lee, pero con un
trazo poco original. Atrás queda la época victoriana y lo
gótico en una trama con una música actual que le da un toque a lo que será Starsky y
Hutch (1975-79) más que de vampiros. Otra curiosidad es ver en la historia a la
bella Caroline Munro, aunque rápidamente sale de escena. Hay que decir que el
director canadiense Alan Gibson intenta ganar vitalidad, con un giro impensado
de actualidad, y no queda del todo bien, pero para fanáticos de la saga ésta de
Drácula todavía guarda algún carisma.
Alan Gibson repite en la dirección y vuelven ideas de su anterior
realización, habiendo igualmente muchas novedades, entre ello otro estilo de
filme. De lo anterior tenemos principalmente la adaptación de la época, los 70s,
pero ahora intervienen magnates y gente de la política o de la ciencia asociada
a un culto satanista, una china como administradora de la mansión de los ritos –por
algo el guionista es Don Houghton que se encargó de escribir las tres últimas
de la saga- y unos motoristas de secuaces y matones, contra policías
infiltrados que parecen jugar al Inspector Gadget, ya que sabiendo donde se reúnen
estos conjurados terroristas no los detienen, sino luchan como si se
enfrentaran fuerzas similares. Ésta es una propuesta que más parece una película de
James Bond que una de vampiros, pero eso ya no es novedad viviéndose la
decadencia de Drácula en la Hammer; incluso el Conde que nuevamente hace Christopher
Lee es un jefe corporativo. Su muerte yace en lo risible, sacando nuevas
formas de matar vampiros, con agua, con espinas y con una bala de plata. Vuelve también de Drácula 73 que la iglesia donde muere Drácula se torna
una pista actual definitoria; también está el mismo agente de la policía como
héroe más activo, interpretado por Michael Coles, y la nieta de Van Helsing, Jessica
(pero con otra actriz, la bella Joanna Lumley, que como no falta tiene muy
bellos pechos), y otro infaltable, el mismo Van Helsing (el noble Peter Cushing).
El filme ahora se enfoca en el apocalipsis maquinado por Drácula; la
grandilocuencia llega al límite. Algunas escenas son buenas, como las que
suceden en un sótano lleno de vampiras, o un ahorcado como ajusticiamiento a lo
giallo, pero predominan los francotiradores, las persecuciones motorizadas y el
combate a puño limpio.
Ésta es una película que mezcla kung fu y vampiros en los 70s. Puede
sonar a varias cosas, a una idea
oportunista o de querer hacer mucho dinero, propia del auge de la época por
este tipo de arte marcial, y a que la Hammer estuviera apuntando a sobrevivir,
también a una idea salida de algún Takashi Miike de antaño (dirige Roy Ward
Baker, detrás del pacto de la Hammer y la productora hongkonesa Shaw Brothers),
por lo que dependiendo puede ser lo peor o una gran ocurrencia. Seguramente
los puristas odien este filme, donde lo fantástico está mezclado con vistosas
peleas con armas tales como hachas, arcos o lanzas y golpes complejos; matar a un vampiro pasa por agarrarlo a golpes primero y luego atacar su
corazón, como quien no quiere olvidar que el maestro chino ocultista y líder de
los 7 vampiros de oro, o guerreros especiales y sobrenaturales, sea en realidad
Drácula transformado. El Conde en su figura tradicional apenas aparece
al inicio unos 10 minutos y 5 minutos al final para morir en su ley e imagen. Drácula
ya no es Christopher Lee, sino John Forbes-Robertson, que sólo lo interpretaría
por ésta sola vez, y no es que le pidas dignidad, que la tiene, en éste tipo de
combinaciones, pero no es Lee. El que vuelve es Peter Cushing como Van Helsing,
y sí que es un genio, porque se acomoda a lo que sea y sale indemne; ahí lo
ves peleando con una antorcha contra guerreros marciales (muertos vivientes,
victimas pasadas, que salen de debajo de la tierra), o matando a traición. No
le queda otra, aunque los hermanos de Hsi Ching, un estudiante chino que quiere
rescatar a su pueblo natal de los vampiros de oro, lo defienden; estos solventan las coreografías de lucha, en un filme que tiene algo de Los siete samuráis
(1954) a pesar de la diferencia de calidad. Los siete vampiros de oro, enmascarados
y desfigurados, gustan de secuestrar vírgenes chinas, a las que les arrancan la
ropa y dejan ver sus tetas, y las usan
de alimento alrededor de una olla de sangre en un accionar que sirve de rito. A
Van Helsing se le hace difícil matar a uno de ellos; no está, claro, en su
elemento con el kung fu, y eso se nota de lejos, pero la propuesta es, dígase
honestamente, más entretenida de lo que uno hubiera pensando, aparte de tener relaciones amorosas interculturales, y una mezcla cosmopolita entre chinos y
europeos compartiendo folclore y tradición.