La versión más popular y aclamada es la de El dragón rojo
(2002), de Brett Ratner, pero la primera película donde apareció el Dr. Hannibal
Lecter, aparte del orden de las novelas de Thomas Harris, es Manhunter (1986), como la
llamó el hoy admirado director Michael Mann (cuando por ese entonces fue un
fracaso en taquilla) a la novela El dragón rojo (1981). Manhunter es una película menos
espectacular, menos hollywoodense, más, digamos, realista, de cierto perfil
bajo, muy del tipo neuronal de la serie de televisión CSI (2000-2015) donde el actor protagonista William Petersen por algo
iría ahí a parar. Sin embargo, Manhunter crecería con el tiempo y se
convertiría en una película de culto, incluso hasta mejor considerada que la de
Brett Ratner.
Aunque en Manhunter no esté el más famoso Hannibal Lecter del séptimo arte, el
interpretado por Anthony Hopkins, en tres oportunidades, como en la mejor
película de la serie El silencio de los inocentes (1991), Brian Cox no lo hace nada
mal, y le da un tono mucho más serio, más ligero, fríamente sarcástico y
racional a su Lecter, bastante menos vistoso, menos maniático e histriónico o
fantasioso, sino relajado, seco, menos memorable, pero aun así competente. Éste es el mismo tono que mantiene Tom Noonan como el buscado asesino serial Francis
Dollarhyde, alias “The Tooth Fairy” (El hada de los dientes), y William
Petersen como el policía del FBI Will Graham, en lugar de los más populares,
histriónicos e intensos Ralph Fiennes como Dolarhyde, y Edward Norton como Will
Graham, en El Dragón rojo.
En el fondo es difícil comparar las dos propuestas, a
diferencia de Hopkins que de lejos en la maravilla de El silencio de los
inocentes es bastante mítico, más allá de que -en especial- con la secuela, Hannibal
(2001), de Ridley Scott, y –mucho menos- con El Dragón rojo se haya tornado en
parte caricaturesco, hasta llegar a lo auto-paródico (puede que por culpa de
las novelas o de la propia fama del personaje). Noonan y Petersen
hacen una caracterización harto competitiva y muy lograda, en
otro registro y estilo, con diferente tipo de demente, al igual que otro sufrido
y comprometido agente de la ley, que son bastante ricos en sí en su realismo,
como la espectacularidad hollywoodense y exageración en Norton y Fiennes como
marcados héroe y villano también son tan cautivantes y quizá más entretenidos.
Ambas son dos versiones muy recomendables. Mann hace una
película pegada a la tierra, harto más sutil, habiendo menos visualidad y menos
escenas grandilocuentes, como la apertura con el ataque de Lecter, recreada en
una conversación en un supermercado en Manhunter; o la vuelta de tuerca de la
última parte de El dragón rojo. Contiene una conseguida emotividad con su Will
Graham (pudiendo perder a su familia, más allá de una posible agresión, donde
el hijo tiene particular injerencia), y un especie de deseo de aceptación en
Noonan que maneja bien lo sentimental como detonante. En El Dragón
rojo todo se destaca, se sobre-ilumina, se explica, se amplifican los detalles,
se alimenta directamente el imaginario del espectador (de ahí que lógicamente tenga
mayor recepción del público, siendo una buena versión), con los espejos rotos,
los vidrios en los ojos de los cadáveres, el deseo de transformación en la
pintura de William Blake –bastante trabajado- o el abuso familiar en la
infancia. Todo esto es lo que dictamina el proceder del asesino serial, arguyendo una fealdad – que suma el
filme de Ratner- y un complejo –propio del trauma infantil- por algo minúsculo
como un labio de nacimiento operado. Mann es más artístico, más discreto, espolvorea
los datos, los deja ver poco perceptibles, más para un espectador atento,
despierto, que vaya figurando los
detalles en su mente.
Ratner entrega todo servido (en la obra oasis de su filmografía),
pero consigue (aparentemente) consolidar más el retrato y estructura del
asesino, dando a entender más background, aparte de que Ralph Fiennes como que deja
la vida en el papel, con un asesino demente casi sin concesiones, todo el
tiempo tenso, apunto siempre de sobreexcitarse, de explotar, nervioso, algo
disforzado, inseguro y violento, aunque Noonan y Mann con cierta humildad
expositiva –en todo sentido- perpetran tremendo asesino, así “sin esfuerzo", sin "distracciones", uno
más misterioso, más pedestre y mucho más creíble, con un toque general de cierta vulgaridad en su entorno, incluyendo a la invidente -y la relación- de Reba McClane (Joan Allen), que una tierna y algo cándida,
pero de iniciativa sexual (otro forma de equilibrio) de una más talentosa Emily
Watson.