La última película del danés Lars von Trier recuerda a su anterior
película, Nymphomaniac (2013), en las citas intelectuales que acompañan la
narrativa central, que pueden parecer intrascendentes, pero hacen más divertido
el filme, cuando no exagera. Trier intenta hacer de su cine un cine más
profundo, aunque nunca deja de ser polémico, y con ello tratar de plasmar un
tipo de entretenimiento rebelde, revolucionario no, sino un hedonismo punk.
The House That Jack Built (2018) no es una de las grandes
ideas de Trier, como Breaking the Waves (1996), su mejor película, pero sigue
teniendo su encanto, su interés. No todo es perfecto, a veces la irreverencia
le cobra factura, como con la historia de la familia y la cacería, muy endeble,
muy efectista, pero tiene otras escenas que sobresalen. En particular la
historia de Simple (Riley Keough, la nieta del mismísimo Elvis) luce la más
destacada, con su ironía detrás del lugar común de la mujer hueca, acto
irreverente por donde se le mire.
La interrelación de Simple con Jack (Matt Dillon) está en su
punto, aquí uno se olvida un poco de tener que hacer de Jack un tipo cruel
necesariamente, sabiendo que es un asesino en serie que en la película es quien
cuenta de su vida homicida en cinco capítulos, o cinco separaciones de asesinatos.
La muy bella Riley Keough hace de una mujer distraída que muy lentamente descubre
quien es realmente su novio, un tipo brutal, sádico, sin pizca de misericordia,
al que ridículamente le llaman Señor Sofisticación. Jack construye sus
asesinatos como si fueran arte, justo lo que hace Trier, haciendo de la
sencillez algo más complicado, arduo.
En el filme hay de donde escoger, hay momentos buenos y
otros menos logrados. La interrelación con Uma Thurman, que hace de una mujer antipática
y muy inteligente pero paradójicamente descuidada, es otro momento cumbre. Se
resuelve de la manera más siniestra, pero antes hay unos diálogos y
prolongaciones jugosos. Así Trier no es estricto en sus 5 capítulos, vuela
libremente, se expande a su gusto, mete otras cosas, todo formando la imagen de
quien es Jack, un tipo que hasta tiene un toc de limpieza extrema y desde luego
lo pone en práctica en perturbadora y satírica manera.
Trier muestra que es un tipo muy inteligente y tiene un
sentido del humor perverso, y puede que no todo sea genialidad, pero le quedan
varias cosas muy a su favor también. Todo tiene un giro de último minuto o más
de uno o una estructuración de cierta manera extraordinaria, siempre hay un
reto, un lugar en que Jack ha cometido un error y va a ser atrapado, pero
aunque esto es divertido es en realidad lo que menos importa, ya que Jack es un
monstruo condenado a ese glorioso epilogo del filme, que es muy surreal y hasta
el final irónico.
Jack habla con Verge (Bruno Ganz), que puede ser varias
cosas, aunque al final se muestra. Pero lo importante es que esto ilustra a Jack
como un psicópata absoluto, y no, no es
Verge un demonio o quizá sí, sea un especie de Mefistófeles, como lo es el
mismo Jack, aunque un demonio más perverso. Él llama cínicamente salvación a
que muera, mientras sigue en pie tras su existencia podrida, sin ley. Valga mencionar
la intrépida curiosidad de su infancia, la de amar ver segar la hierba, ver
esas enormes hoces en movimiento perfecto, rítmico, un último bastión de
inocencia rural -inocencia que el filme intelectualiza-, en medio de una
herramienta que simboliza también la muerte. Trier trabaja con mitología y
crueldad.