lunes, 3 de diciembre de 2018

Lembro mais dos Corvos


En el documental de Gustavo Vinagre un transexual, Julia Katharine, como si estuviera en un pequeño escenario de teatro le habla al director que yace fuera de campo, le cuenta sobre su vida, sobre su sexualidad –que es lo que suele llamar más la atención y nos tiene en primera instancia aquí escuchándole-, y su afición al séptimo arte que llama su salvación frente a la depresión, e invoca una vida dura. Julia habla con mucha soltura y facilidad, tiene habilidad como narradora y su (casi) monólogo –con intervenciones muy breves y contadas del director- entretiene y es interesante. Julia refiere que a los 8 años descubrió por completo su tendencia sexual con un abuelo tío de 55 años que aunque no se quiere victimizar porque se sentía mujer y la concibió como una primera relación se da cuenta que en realidad si fue una relación de abuso sexual, de pedofilia. De ésta manera, su vida se va mostrando -aunque ésta la rehúsa a concebir así-como una historia triste. Pero su cinefilia también otorga respiro al filme, como su elocuencia y actitud positiva frente a todo finalmente.

Lo bueno del filme es que no ahonda en lo tradicional, en esa parte sexual tan determinante en Julia y en la transexualidad, quien también ha experimentado con ser una actriz porno amateur. El filme se apoya en la personalidad amable de éste medio especie de personaje, porque Gustavo Vinagre también construye uno con una pequeña puesta en escena, un escenario de estilo japonés, dándole a Julia una vestimenta de geisha y servir el té a la manera tradicional nipona –no obstante, Japón es parte de su identidad familiar y vivencial, además-. Pero esto es breve también. Katharine, nombre escogido en honor de -la mítica y dicen también de vida secreta extravagante- Katharine Hepburn, vuelve a su calidad de narradora de su vida. Ahí brilla en su cierta delicadeza para hablar, pero abriéndose al mundo.

Nuestra narradora tiene una anécdota con el perfume Chanel No. 5 que es bastante curiosa, cruel, pero a su vez lleva ironía. Julia de cierta manera intenta desmentir que solo sea un ser sexual –también tiene cierta despreocupación o dejadez por su apariencia física, aunque esto lo toma como una autocrítica-; la cinefilia ocupa entonces otra dimensión importante de su personalidad. Julia conoce muy bien el cine arte, idolatra también a la legendaria Vivian Leigh, actriz sufrida, maniacodepresiva; conoce a Bergman, a Mizoguchi y a Ozu, a éste último lo llama su favorito, y lo describe muy bien; se siente identificada con Terms of Endearment (1983), en su relación con su madre, parte trascendental de quien es y de quien habla bastante. Aunque llega a decir que Nymphomaniac (2013) le queda chica, le parece inocente, al lado de sus experiencias sexuales, es notable que opte por mostrar otra dimensión de su ser.

Hay momentos donde la alegría natural de Julia se convierte en melancolía, el filme del brasileño Gustavo Vinagre logra coger algunos de estos momentos, como cuando hace sonar una pequeña cajita musical. Julia dice ser una mala actriz, pero espera desarrollar una carrera, ir creciendo con el tiempo y la práctica, como su heroína, Katharine Hepburn. Julia menciona amar los premios tipo los Oscars y trasnochar mirándolos en youtube. Ella es insomne, y hoy el filme aprovecha uno de estos habituales días para contarnos su historia, su vida, que como cuando finalmente mueve la cámara hacia la ventana nos descubre que no estamos frente a ningún escenario de teatro, a una puesta en escena, sino a la mismísima realidad.