La invasión de los ladrones de cuerpo (Invasion of the Body
Snatchers, 1956), de Don Siegel, es una película bella por donde se le mire,
perfecta. Es una película que en una hora quince minutos sugiere a mil. Parte como un posible caso de psiquiatría en manos del doctor Miles J.
Bennell (Kevin McCarthy), luego se convierte en un sci-fi pleno. En un pueblito
americano donde todo el mundo se conoce dicen muchos que personas queridas no
parecen ser ellos, aunque se ven físicamente idénticos. El filme luego tras el
hallazgo de un cadáver extraño –un cuerpo en construcción- arranca de lleno a
la fantasía y a lo espectacular. En adelante es una carrera desenfrenada por sobrevivir
a una invasión alienígena, producto de entes medio inexplicables, producto de
vainas –como las de las arvejas-, de plantas de otro planeta, aunque se guarda
cierto misterio, de ambigüedad, puede ser algo nuclear se especula. En el
trayecto hay un romance, entre el protagonista y héroe, el doctor Miles, y Becky
Driscoll (Dana Wynter); esto tiene bastante injerencia en el filme y hay mucha química
y simpatía. Cada descubrimiento nuevo es un momento de alta efectividad y grata
impresión, algo puntual se proyecta bastante, genera muchas ideas. El Dr. Miles
nos irá narrando lo sucedido. Es una propuesta veloz y súper entretenida. En
una escena genial cuando son perseguidos los únicos humanos del pueblo por
hordas de usurpadores de cuerpo y deben esconderse surge tremendo suspenso, y
una escena visualmente rica, en el encuadre de aquellas pisadas tan próximas al
escondite. Es un filme clásico y contiene lo maravilloso de esta época de oro. Es
una propuesta diáfana, fácil de seguir, limpia y muy apasionante. Es un filme
que prácticamente nunca descansa, es decir, mantiene el pico de la emoción. Lo
interesante es como lo cuenta, como no requiere de grandes efectos especiales y
todo está ahí. Un perro genera un rato de tensión, algo tan sencillo produce
una gran escena de persecución. Esa es la grandeza del cine clásico, el ingenio
para entretener y ser profundo al mismo tiempo, aun trabajando con el cine de
género. Es una propuesta que tiene de subtexto la desconfianza del vecino
frente a la guerra fría. Me viene a la mente con ésta película, aunque viene después, El pueblo de los malditos (1960).
La invasión de los exhumadores (Invasion of the Body
Snatchers, 1978), de Philip Kaufman, es uno de los mejores remakes de la
historia del séptimo arte, cuando sabemos que hacer una nueva maravilla de un
filme glorioso y celebrado unánimemente es casi imposible y Kaufman logra ésta
hazaña. Casi todo está ahí, todas las grandes ideas de la primera película, la
de Siegel, pero con nueva narrativa, con su aporte de originalidad. Ésta vez la
pareja romántica surge en el transcurso –bien adelantado el filme, pero está muy
bien trabajado- y es original e igual de perfecta que la antecesora. El héroe
es Matthew Bennell (Donald Sutherland), un inspector de sanidad, que pone del
actor su cierta extravagancia y ligereza escénica, sin perder un ápice de
credibilidad. Con él está la actriz Brooke Adams con la que forma una gran química
y se presta para la risa suave, para la complicidad desde el arranque. Leonard
Nimoy hace de un renombrado psiquiatra y tiene un papel sorprendente, memorable
aunque secundario. Veronica Cartwright (Alien, 1979) y Jeff Goldblum hacen de
una pareja de amigos de Bennell. Todos estos nombres aportan bastante, implican
empatía o fuerte identidad, aun cuando Goldblum hace de un tipo medio antipático
producto de sus frustraciones. Éste filme es más claro aún que su predecesor, pero
proponiéndolo en la modernidad; la invasión alienígena de unas plantas de otro
planeta queda totalmente esclarecido con la introducción. El filme igual trata
de sobrevivencia y escape, pero ahora en San Francisco y con media hora más de
metraje para huir, pelear o hacer llamadas. Ésta propuesta contiene gore, sólo
que breve y poco, pero tiene un par de éstas escenas. También lo de los gritos extraterrestres,
histriónicos, exagerados, unos chillidos realmente, es marca de distinción de éste
remake. A su vez es curioso ver que la escena de la mina de la primera está
reinterpretada de otra manera aquí aunque finalmente con una elipsis y un buen
remate, un clásico. La escena de las plantas en plena labor de generar los dobles
de cuerpo no tiene nada que envidiar al cine de Cronenberg, aunque por ese
entonces el maestro canadiense recién empezaba. Don Siegel aparece en el remake
como un taxista en tensión, un soplón; y también el genial Kevin McCarthy,
dando en desesperación la alarma de la invasión, repitiendo una escena icónica
del pasado.