Ésta película rumana, perteneciente a Constantin Popescu, es
sencilla, como suele ser éste cine de la vida común, el cine rumano. Se trata
de la desaparición de una niña, cuando su padre, Tudor (Bogdan Dumitrache), la
lleva al parque. En adelante es el sufrimiento y la desintegración que repercute
en su núcleo familiar y en especial en él. Tudor se siente culpable, su mujer
se lo enrostra y se mantiene separada por ésta razón. Tudor en soledad empieza
a buscarla con ahínco y a enloquecer. Las averiguaciones policiales son lentas
y burocráticas, por lo que Tudor empieza a hacer su propia investigación. Unas
fotos le hacen creer en un sospechoso y el filme se vuelca a ésta esperanza.
Pero el filme de Popescu, que dura 2 horas y media, no retrata un thriller ni
la imaginación que suele habitar en este género, por lo que quedaremos
horrorizados con el devenir del filme, que cruel, pero realista seguramente a
más de uno le impactará. Ésta obra es muy lenta, pudo ser mucho más corta, pero
con todo ese tiempo hace ver el penoso trayecto por el que pasa Tudor, como va
enfermando, como la culpa y el dolor lo absorben. A muchos filmes les cuesta
trasmitir una especial tristeza, pero el largo tiempo que se toma el presente
lo deja bastante claro, su parsimonia suerte el efecto esperado. Hay secuencias
más largas de lo acostumbrado, como las de la desaparición del parque, muy bien
posicionadas que dejan ver bien el movimiento de sus elementos en pleno, aunque
así costará más aguantar la propuesta. Es un filme que uno puede pensar en Taxi
Driver (1976), pero al estilo rumano.