miércoles, 30 de mayo de 2018

Nunca pasa nada

Nunca pasa nada (1965), del español Juan Antonio Bardem, nos remite a un doctor, Enrique (Antonio Casas), que lamenta su vida, que siente que no ha hecho nada importante, y que incluye sus conquistas, hasta que un día, una francesa (Corinne Marchand) cae enferma y es atendida por él. El flechazo es inmediato para el doctor que trata de retenerla a toda costa a su lado. Como el lugar donde se encuentran es una pequeña ciudad muy pacata ésta francesa es la comidilla de las habladurías, producto de que es una vedette de cabaret y trae la sensualidad y el desparpajo a ésta pequeña ciudad española.

Corinne Marchand -la actriz de Cleo de 5 a 7 (1962)- es una rubia muy bella, tiene porte y elegancia, por lo que no se ve vulgar en ningún momento, pero Juan Antonio Bardem la hace rebelde en el lugar de manera más inteligente, sin caer en lo barato. No solo tiene una relación de infidelidad con el doctor a oídos de todos los chismosos sino que suele ir a bares y a lugares poblados de hombres del pueblo y echar a bailar música moderna aplaudida por todos. No hay bajezas en ella, pero si mucha espontaneidad, mucha comunicación con su carácter festivo. No usa ropa atrevida, pero como es bella y alta es el centro de atención.  

La esposa de Enrique, Julia (Julia Gutiérrez Caba), es una mujer muy tranquila, una esposa típica, obediente, silenciosa, aguantadora. Pero despierta la atracción de un joven profesor de francés, Juan (Jean-Pierre Cassel), que va a darle clases a su hijo, y no pierde la oportunidad de acercarse a ella con el pretexto del mutuo aprecio por la poesía. Esto da la idea de que ella aunque es muy formal y humilde también despierta pasiones como cualquier mujer, aun cuando su marido es déspota y machista y la ningunea como mujer.

En ese cuadro las relaciones se mezclan aún más cuando la francesa conoce al profesor de francés y siente atracción por él. Ella es coqueta y acepta andar con el doctor, pero éste está obnubilado con su belleza y libertad, que por supuesto luego le molestará, sentirá celos. Bardem es muy audaz y entretenido con las relaciones que fomenta, hay mucha química, carácter y simpatía de parte de todos sus protagonistas. Se da mucha magia clásica en su película, como la dificultad de entender los idiomas, que aporta.

El filme hace en buena parte insoportable a Enrique, que es el típico macho egocéntrico y abusivo, mientras a su mujer la hace ver muy sana, pero le da un diálogo donde ella se defiende bastante bien. El filme tiene un aire aun no tan feminista –especialmente con la esposa dócil y de corazón muy grande-, pero sí defiende la libertad femenina a un punto con la francesa, que se explaya muy bien defendiendo su juventud, en un llamado contra los regímenes castradores de libertades, proponiendo no liberalidad, sino algo básico, el derecho a ser libres.

Recordemos que la francesa jamás cruza la línea de lo obsceno o vulgar -hasta hay una escena donde al meterse un hombre y una mujer a una habitación alquilada es momento de broma por ser tachados de sinvergüenzas-; además el manejo de la infidelidad está tratado con delicadeza, hasta lucen como chiquillos románticos y divertidos. En un momento efectivamente vemos a la gala como banal y avispada, pero luego rechaza ser comprada, se nota enamoradiza e inocente.

Bardem golpea a todo el mundo, salvo a la francesa, ya que su espontaneidad no presenta cortapisas, habladurías sí por montón, pero ella como un huracán se ríe de todo, es a quien no le importa ésta ciudad y se va a ir de todas maneras, los demás están amarrados de alguna forma, y sojuzgados a sus idiosincrasias, creándose un cierto aire melancólico, suave, cuando el filme mayormente es festivo. Bardem siente pena hasta del abusivo Enrique, que grita como un toro. El final es hermoso, aunque está sujeto a las convenciones del pasado. Aunque la resolución es clásica el director español apuesta por la juventud, con la intromisión de lo francés, la libertad, el amor con pasión, la promesa y la fuga.