El mexicano Daniel Giménez Cacho es Don Diego de Zama, un
corregidor español que espera ser trasladado de una colonia salvaje a otra
colonia más moderna donde le espera su esposa e hijos. El filme de la argentina
Lucrecia Martel adapta una novela de las llamadas imposibles, de su compatriota
Antonio Di Benedetto.
Zama es una película de aire enrarecido, fantasmal y a ratos
surreal. Su atmósfera va yendo y viniendo presentando estos estadios. La banda
sonora, las extrañas acciones y las tomas de la cámara van creando estas
puestas de escenas tan virtuosas, tan atmosféricas. Todo Zama es un juego de
estéticas. A esto se le suma una historia que parece un poco episodios, como si
no hubiera demasiada trama entre manos en realidad.
Lo mejor de Zama es esto, su carácter de presentar poca
narrativa, pero envuelta en un trabajo cinematográfico minucioso, donde cada
detalle visual otorga la complementariedad que engorda su trama. Las acciones de
los esclavos negros es todo un repertorio si sabemos prestar atención,
recurriendo a lo histórico y a la imaginación, mensajeros semi-desnudos,
amantes a lo Cleopatra, simples abanicadores, cargadores o burros de carga,
prostitutas u objetos sexuales, mucamas castigadas por su color. Esto es
curioso y puede pasar por políticamente incorrecto.
Diego de Zama es un héroe ordinario, un tipo simple, pero
cuajado, quien tiene la mala suerte de estar bajo el yugo de un gobernador que
no pretende ser su amigo, un gobernador engreído y todopoderoso que lo sabe y
le es indiferente Diego de Zama. Ya sabemos que vive impaciente por irse, pero
siempre lo detienen. Su desesperación lo lleva al arrojo de perseguir a un famoso
delincuente brasileño, y la mala suerte nunca lo abandonará. Zama descenderá al
infierno, un infierno indígena, donde la muerte pende de un hilo.
Diego de Zama tiene un poder ultrasensonrial, ve a un niño indígena
fantasma perseguirle por donde va, ve también a unas mujeres virreinales
asecharle, yace entre la pesadilla y la realidad. Ese niño a veces es material,
es real, es su hijo, otro es como un ángel, algo que debe descifrar. Zama está
enfermo, y “extrañamente” ha venido al mundo a ser castigado, aunque nuestro
protagonista es un buen hombre.
El filme parece obrar sobre la calidad de autor de los
artistas, agobiados por la burocracia, la apatía e indiferencia, la monotonía,
la derrota. Pero sin esperanza, lo suyo es sólo una acción autómata, buscar a
la familia, un poco de seguridad y calidez. Ya las putas que engolosinaban al
hombre de guerra no le llenan la vida, ni siquiera tiene fuerzas y encantos
para una del poder de seducción y sofisticación de Luciana Piñares de Luenga (Lola
Dueñas).
Lo curioso es que Diego de Zama no es un revolucionario ni
un hombre que quiere ser intrépido como el asistente que escribe contra la
corona y enoja al gobernador, a Zama le da todo igual, es un hombre agotado,
sensato, pero listo para ser aplastado, aun cayendo en la desesperación y ser
un traidor en varias ocasiones, un traidor para todo el mundo.
¿Quieres vivir?, es la pregunta capital del filme, Zama es
un muerto en vida, sólo quiere irse. Es valiente e inteligente, es racional, es
justo y hasta tiene de noble, es humilde, pero el mundo es de los gobernadores,
del poder, y de los tipos serviles, básicos y poco reflexivos como el Capitán
Hipólito Parrilla (Rafael Spregelburd).
Zama es un hombre de las orillas como algunos peces suicidas,
pero finalmente tampoco se complica, traiciona, mientras pierde aquella figura gallarda
del inicio. Y es un enemigo –hasta para sí mismo- al perder la esperanza,
porque todo requiere de fe, de sueños, de cierta necedad, como la de los criminales
que siguen a Vicuña Porto en la ilusión folclórica de aquellos cocos que llevan
riquezas dentro. El resto por ende es pesadilla para Zama, una aventura a la
selva, al corazón de lo salvaje, de lo primitivo, sin romanticismos, puro
cuerpo.