Unos extraterrestres han dominado el planeta y para
sobrevivir las personas no deben emitir ningún sonido, por más pequeño que éste
sea, los extraterrestres destruyen a los seres humanos en cuanto los perciben,
pero son ciegos y se guían por el ruido. En esas circunstancias una familia
trata de sobrevivir. El padre (John Krasinski) y la madre (Emily Blunt)
plantean la preocupación de cuidar a sus hijos, hiperbolizando la situación
normal del amor maternal y paterno. Los padres sufren pensando en el porvenir
de sus hijos. El filme arranca aún más grave todavía, cuando el hijo pequeño es
asesinado por uno de los monstruos. La sensación de culpa acompaña su recorrido
y la atención se duplica.
La primera parte del filme es no emitir sonido, se mantiene
el suspenso, la muerte asecha al mínimo error. En la segunda parte empieza la
acción, se desencadenan secuencias muy bien preparadas y ejecutadas. Un clavo
brilla por su premeditación. En la bañera la madre va a dar a luz y no puede
gritar, el escenario es tenso y sublime. Los monstruos están cerca. Así, secuencia
tras secuencia abunda la emoción. En la caminoneta los hijos están a la merced
de los extraterrestres y surge una acción desesperada, aunque mecánica y
predecible para tanto background cinematográfico. Krasinski un actor cómico
hace gala de un buen histrionismo, se vuelve un conductor y protector
melodramático efectivo. Blunt y la hija que hace Millicent Simmonds sobresalen
al respecto, provocando gloriosos momentos emotivos. La familia ama y muere por
cada uno de sus integrantes.
El filme que dirige John Krasinski tiene cohesión entre la
responsabilidad de ser padre y la amenaza sobrenatural de la muerte. En una
escena el padre enseña a su hijo (Noah Jupe) a ser valiente a pesar de la
adversidad, le trasmite seguridad, con la pequeña caída de agua. Los monstruos están
muy bien manejados, recuerdan al uso de la saga de Alien. El final aunque se va
preparando no luce excepcional ni especialmente argumentado, tan sólo correcto.
Termina con el remate clásico de que ya la humanidad está preparada para hacer
frente a los monstruos, tienen el valor correspondiente, ya no se trata de ser
sigiloso, que es parte trascendental de la propuesta, que lleva un uso
magistral del silencio y la amplificación de sonidos en especial. A quiet place
(2018) es memorable en su lenguaje de señas y falta de diálogo, creando mucho
suspenso y luego mucha acción, como con la inundación del sótano y el ruido del
llanto del bebé que atrae el miedo y la zozobra, la obra del peligro latente.