El amante doble (2017), del francés Francois Ozon, es una
película compleja estructuralmente, con varios niveles de lectura, de narración
al mismo tiempo, con varios relatos superpuestos, se leen varias historias como
centro en la película. La trama va mutando, pero toda ésta complejidad tiene
suma coherencia, los cambios y las plasticidad suman, se entiende el filme, es
un trabajo creativo exigente, un triunfo del ingenio, sorprendiendo
constantemente al espectador. Por media película lo que parece más suave, menos
elaborado y algo menos sólido toma potente forma aun en el riesgo.
El filme arranca fuerte pero estético, para luego bajar la
velocidad, y más tarde disparar todo su ingenio y audacia. Empieza con la
visión en plena pantalla de la observación de una vagina en una sala médica,
para terminar la escena con el lagrimeo de un ojo. El filme tiene éste tipo de
osadía, lo sexual es parte importante de la trama, es una arista del conjunto,
la frigidez y la consiguiente experimentación libre del sexo hasta lo
excéntrico, que finalmente en el strap-on toma forma en la psicosis que plantea
el filme.
La película nos muestra a una bella mujer, a Chloé (Marine
Vacth), que asiste al psiquiatra, donde Paul (Jérémie Renier), a quien le
cuenta que tiene un dolor psicológico en el vientre, posiblemente asociado con
su madre. Paul termina enamorándose de ella y la mujer se va a vivir con él.
Pero como dice el propio Paul él es un desconocido para ella, y para nosotros,
lo cual significa suspenso y misterio. En el camino Chloé descubre que Paul
tiene un hermano gemelo llamado Louis, y se plantea el juego del gemelo malo y
el gemelo bueno. Recuerda indefectiblemente por una parte a Dead Ringers (1988).
Aquí el filme se pone un poco sórdido y pone el énfasis en el sexo y en las
sospechas, en las dudas y miedos que siempre carga Chloé.
Hay un gran ejercicio de ambigüedad en el filme, por un buen
tiempo, porque luego todo se entenderá sin problemas, y es tremenda virtud del
filme ya que es uno complicado en su estructura formal y narrativa. Se percibe
la tensión de que algo oscuro hay por debajo, inclusive una vecina se vuelve
sospechosa, recordando al cine de Roman Polanski, a Rosemary's Baby (1968) y Le
locataire (1976). Los gatos toman un
cariz macabro y misterioso. El filme maneja rareza, en un sentir atmosférico y
en sus personajes.
Avanzada la película ésta se convierte en un thriller pleno,
lleno de intensidad y velocidad, con lo que saltamos de sorpresa en sorpresa y
sobresalto en sobresalto. El filme se mueve en base a varias historias de
gemelos, y tiene una argumentación muy creativa e interesante al respecto. Uno
empieza a hilar y hallar más de un posible argumento, más de un resultado, el
filme juega con las posibilidades, y todas encajan perfectamente. Es meterse en el ámbito de la locura, pero como si el filme fuera esa
locura, esa mente, esa subjetividad, y no algo visto por fuera,
superficialmente, a un loco actuando para la cámara. La locura no es vista como
algo extremo, sino como algo “manejable”, lo cual es algo atípico, porque se
tiende a dramatizarlo, con lo que recuerda a Bajos instintos (1992).
El filme como thriller con un toque sórdido pero finalmente
estético y un aspecto muy contemporáneo recuerda al cine de Brian de Palma, al
mejor Brian de Palma. Pero agregando ese atrevimiento y esa liberalidad
expresiva tan europea. No la más extrema (extravagante), sino un filme que
apuesta por esta identidad –también se basa aunque libremente en la novela de
la americana Joyce Carol Oates-, pero haciéndolo muy coherente al mismo tiempo que arduo.