Ésta película es interesante para hablar, es un poco picante,
porque a muchos cinéfilos hardcore les parece lo peor de lo peor, teniendo en la
mente al Godard que representa al cine experimental y al cine arte minoritario.
Sería casi impensable querer ésta película. Encima el director que hace la Le
Redoutable es el mismo que el de The artist (2011), el francés Michel
Hazanavicius. The artist es una película que muchos amaron odiar, tanto como
quienes disfrutaron su buena onda hacia el cine mudo, un cine poco o nada visitado
por quienes se dirigía The artist. Se trata de esa pequeña lucha entre ser un cinéfilo
hardcore, un cinéfilo respetado, o un cinéfilo light, un cinéfilo de cartelera
digamos.
Jean-Luc Godard nunca ha sido un cine light, o sea un cine
que no trasciende, que se olvida, pero el creador de maravillas como À bout de soufflé
(1960), Le mépris (1963), Pierrot le fou (1965) o Alphaville (1965) entre
muchas otras ha sido muy popular, su cine ha sido la representación del cine
que más ama el mundo, el hedonista, un cine no sólo amado, sino sumamente respetado,
mítico. Pero un día, Godard, como nos los cuenta fiel a la verdad Le Redoutable
se aburrió de su mejor cine, decidió que la política vale más que el cine, que
el cine en sí no tiene sentido, que el cine debe estar al servicio de la ideología,
de su ideología maoísta, de cambiar al mundo, como pensar en Vietnam, y en todas
las luchas sociales, en pleno mayo del 68, en medio de la lucha de los estudiantes
franceses, de los nuevos revolucionarios, entonces Godard decidió participar no
solo en presentaciones y reuniones socialistas o de los estudiantes sino con su
cine. Ese día el Godard más amado murió.
El filme de Hazanavicius se basa en un libro de memorias de
la que fue esposa de Godard con tan sólo 19 años, una actriz más tarde respetada
aunque de pequeña carrera, nieta del Premio Nobel Francois Mauriac, Anne
Wiazemsky, que aunque finalmente llega a ser parte del grupo de los
decepcionados del cambio de Godard, guarda una eterna e irrompible admiración
hacia él (como todo el mundo), e igualmente, por más que Hazanavicius
ridiculiza -un poco- a éste genio del cine, por su inclinación política dominando
su cine y renegar del anterior esto se mantiene finalmente, tanto que la última
palabra del filme es el intento de suicidio de Godard y el auto-gestionamiento
de su cine maoísta en el denominado grupo Dziga-Vertov que formalmente nunca
iba a ser un cine popular, pero sí uno comprometido con las revoluciones, con
la propaganda soviética, con la propaganda marxista.
Le Redoutable definitivamente no es una gran película, es
sólo una pequeña comedia, una obra menor, un gustito pícaro del director,
incluso para algunos un pastiche, ya que la película además copia un poco o,
mejor dicho, juega, imitando algunas técnicas visuales de la nouvelle vague y,
por supuesto, de su máximo artífice, el maestro Jean-Luc Godard. Como comedia
no puede faltar bromear con la figura de Godard, a través de su historia y vida,
contada de primera mano además por Anne Wiazemsky, de cómo se va haciendo
imposible su matrimonio, como va destruyendo sin aflojar un centímetro al
antiguo Godard, como defiende el movimiento marxista o de mayo del 68 y no
tiene la simpatía de los estudiantes galos ni de los revolucionarios chinos, de
cómo protestó e hizo cerrar el festival de Cannes un año, de cómo aunque hizo
poco en sí en mayo del 68 anduvo en marchas y tuvo que correr de los golpes y persecuciones de los policías.
El filme muestra la cotidianidad de su matrimonio con Anne Wiazemsky
que anduvo alrededor de la ideología de Godard, una fijación, donde todo debía
centrarse y girar, no había espacio para olvidarse de lo terrible del mundo.
Todo esto no suena malo en sí, es la preocupación por los demás, por los
desfavorecidos y más sufridos, pero lo que duele y decepciona es destruir el
cine como placer, como liberación, como escapismo, su libertad, su eclecticismo,
su magia, su cercanía con paradójicamente
la gente de a pie, para proclamar la política, la ideología, la propaganda, el
mensaje, por sobre el cine en sí, el cine ya no tiene valor para Godard como
tal, la política es lo único que importa. No parece un mensaje muy cinéfilo,
pero a pesar de todo lo admirable e interesante no es que un burgués y un
director tan reverenciado haya echado a la basura un cine tan querido a cambio
del marxismo, sino que Godard haya sido siempre él, tan auténtico, a pesar de (la
banalidad de) la poderosa seducción de la celebridad y popularidad. Godard terminó
enfrentando con convicción mucho rechazo.
Pero quienes aman el cine como vemos en el recuerdo que
figura a Bernardo Bertolucci no necesitan dejarlo de lado en su libertad y se pueden mantener ideas socialistas, pero Godard escogió ser un radical, y lo que
muestra Hazanavicius tiene su justificación –como Godard su libertad- aunque el
filme lo haga desde la comedia, también único espacio para no satanizarlo,
porque el filme no lo hace, no pretende tomarse demasiado en serio con su crítica,
porque finalmente el cine es cosa de cada uno, y Godard también como ha
defendido de manera tan digna a pesar de todo y a un punto y por una parte admirable
es ante todo una persona como cualquiera, no un dios, aunque se diga que Dios también
hizo mierda y la baba por el cine que dejó, su primer cine, haga tan difícil y
abrumador haberlo perdido, aunque en realidad Godard vive en toda su filmografía,
en absolutamente toda su variedad, y el filme no apunta a detestarle, sino a
mostrar una decepción, como quien ha insultado algo sagrado, pero es alguien
querido, y Godard es el triunfo de la personalidad, como hacer que su última
película, Le livre d'image, una película radical, compita por la palma de oro
2018, aunque en el cartel oficial del festival de Cannes está la nostalgia por su mejor cine, el cine
hedonista.
Louis Garrel y Stacy Martin lo dejan todo en la cancha,
bromean hasta con las frases afiladas de Godard, un tipo que admiraba a los
estudiantes revolucionarios y sentía simpatía por cada uno de ellos aunque
estos lo pifiaban y atacaban en las reuniones públicas socialistas, según vemos
en el filme. Garrel y Martin convencen, en papeles exigentes, sin lograr fuegos
artificiales, como tampoco los logra el filme de Hazanavicius, pero tampoco es
un bodrio, permite mucho diálogo, y tiene su lado interesante y hasta –dígase placer
culposo- entretenido, como cuando Godard, esposa y amigos no pueden parar de
discutir en su regreso de un Cannes frustrado por Godard, vemos a un Godard muy
humano, muy de a pie, y uno gracioso (como dicen que no es). Garrel expresa que es
un actor malo fingiendo ser Godard, hasta ahí llega su entrega a la broma. Pero
apreciando que con su interpretación se ha ganado respeto. Martin bromea también
así, con la facilidad para el desnudo. El filme no es uno de cine intelectual,
es de acceso mayoritario, pero su tema y eje da para pensar.