Un médico cardiólogo (Colin Farrell) se siente inclinado a
caerle bien a un muchacho, a Martin, producto de haber tenido de paciente a su
padre quien murió en sus manos. Pero pronto el filme del griego Yorgos
Lanthimos –coguionista con su habitual Efthymis Filippou- desencadenará en la
venganza sobrenatural de éste extraño muchacho, que interpreta a la perfección Barry
Keoghan. El filme tiene una narrativa más amable y fácil que otros filmes de
Lathimos, salvando que el director griego utiliza la masturbación para generar
sordidez.
El filme avanzado el metraje empieza a ponerse raro, que es
lo que se espera de un filme de Yorgos Lanthimos. Martin le dice al cardiólogo que
tiene que hacer un sacrificio para salvar a su familia de la muerte, tiene que
matar a uno de ellos para que sobreviva el resto, para nivelar la pérdida de
Martin, y pagar su karma. Éste asunto que no se explica cómo puede suceder es
el eje y motor de la propuesta y la mayor rareza e incógnita y también libertad
creativa. Cierto, es algo sobrenatural, pero ¿qué o quién es Martin?, supone Dios,
pero es sólo un muchacho, se comporta y se ve como tal, aunque sea un freak.
En el filme la familia del cardiólogo tiene una relación
amor –odio con el muchacho, inclusive una devoción santificadora o demoniaca
por un lado. La película tiene su toque de horror, sobre todo por el final,
pero es más un misterio, una pequeña extravagancia y locura. El médico entra en
desesperación y debe decidirse. Su decisión alberga un poco de sinrazón, uno
no sabe cómo podría resolver semejante asunto, pero suena improbable de la
forma particular que lo asume. En un principio el filme juega a refutar lo
sobrenatural, e implica coherencia y normalidad, pero pronto el surrealismo
toma la posta, está bien, no hay razón para justificarse en adelante si propone
un juego vistoso y entretenido. No obstante genera algunos fastidios –que se
superan con lo que significa-, uno es ver como Martin se lo toma todo
ligeramente, como si todo fuera una simple lección -supongo una propia de los
dogmas más calculados- y sea él el encargado en impartirla aunque parece un ser
inmaduro y frío.
Esto último es como se representan muchas escenas en el
filme, en particular con el sexo que está totalmente ausente de erotismo.
Nicole Kidman se echa en la cama para tener sexo como un maniquí y no como la
mujer apetecible que es. Esto no tiene gracia, puede pasar por mero estilo, pero
también puede creerse que es un lugar común de lo que implica el matrimonio o el
reflejo de una monotonía que lleva al caos, como en la inclinación del cardiólogo
a la bebida.
El filme usa con regularidad la música y el gran angular
para generar un estado de suspenso, extrañeza y misterio. La primera parte del
filme no genera demasiada sorpresa, el filme tiene un desconcierto más bien
controlado en general, pero es un filme amable, que se cuenta bien y que
salvando un par de ocurrencias, como la mordedura con ejemplo naif -aunque la
golpiza tiene sentido-, tiene su encanto. Los hijos moviéndose sobre el piso
como gusanos de manera normalizada recoge lo mejor de Lanthimos o ver a Martin
seducir a la hija del cardiólogo escuchando su bella voz, también el
ofrecimiento sexual de la madre de Martin, con una Alicia Silverstone aun
sensual, la que hace de primera opción de equilibrar el mundo, que es de lo que
va el filme, que tiene su crítica a aquellos que piden por un Dios más activo, juzgar
el libre albedrio a través de una justicia divina, una egocéntrica y poco
humanitaria, y caer en el mismo infantilismo de Martin, igualmente que en su siniestra
y perturbadora violencia pasiva.