Un chico serio, muy concentrado en lo que hace, de rostro
melancólico y sutilmente sorprendido es el protagonista de éste documental, del
argentino Manuel Abramovich, que parece un poco docuficción, por recoger
ciertos momentos perfectos, tan tranquilos, donde el ejército no es todo lo
molesto que uno creería que es para un cadete, pero el muchacho por su
sensibilidad dice que no es lo que creía en un inicio. No obstante quiere un
trabajo y hacer feliz a su madre con su decisión de ser parte de éste. En el
filme vemos constantemente tomas de primer plano, muy próximas al rostro del
muchacho, lo demás queda fuera de campo, y para la imaginación, aunque está
claro qué hay ahí, marcialidad, ordenes, disciplina. Un discurso enaltece al
ejército argentino, dice que son 200 años de éxito. Todo ejército siempre anda
preparándose para una hipotética guerra, para un eterno enemigo, pero éste yace
antes fantasma, y todo ejercicio militar se enfoca en ello, pensar que es ridículo
es subjetivo, pero hay un cierto estado de sobredimensión y cierta paranoia
normalizada. El cadete protagonista de ésta película se mete a la banda, toca
el tambor, y el filme se vuelca a un lado musical que parece desligarse de lo
castrense. Suaviza la realidad militar, y sólo cuando se oyen voces señalando
la importancia del ejército -aun para una banda y viceversa- es que regresamos
al lugar objetivo. Son nuevos tiempos, el ejército argentino trata de dejar
atrás su mala reputación, y enfocarse en un lado más sensible, el protagonista
aporta mucho a ello. Abramovich muestra un ejército más humano, ser tambor es
light y eso es mucho el filme.