lunes, 28 de febrero de 2022

Licorice Pizza


Paul Thomas Anderson no es un director fácil, del todo complaciente. Tiene un cine amable en gran parte sí es cierto, pero no convencional. Siempre presenta algunos elementos extraños, pero desde cierta discreción, aunque también puede ser intenso. Puede que muchos no lo noten así. Lo suyo es cine arte con personalidad, aunque sacrifica agradar por completo. Es un director que no es pop convencional, pero tiene de pop y de muy americano. Éste es un retrato de gente joven creciendo, anclado a lugares comunes americanos, pero desde la memoria y biografía de un Paul Thomas Anderson que tiene de tipo curioso, medio especial también. Su cine es sensible, humano, pero con su distinción; es así que mezcla lugar empático con un lugar más de personalidad tradicional y quizá menos atractivo para mucha gente. Plasma empatía general (de hoy en día), como cuando pone el ejemplo del novio gay maltrato por el político, para hacer reflexionar a la protagonista, Alana (Alana Haim), de cómo se viene comportando con Gary (Cooper Hoffman), que es todo el metraje que veremos -aunque hay una justificación-; y algo personal, como con ese despelote en la cena con la familia de Alana -que es la verdadera familia de Haim- y ese novio haciendo de judío original, hippies los llamarían algunos. Ahí queda claro que ser judío es irrenunciable, cójase la religión. Esto puede sonar autoritario, pero esto se percibe como una opinión, aunque también quizá propio de cierta extravagancia artística. El filme es una comedia romántica, con un chico de 15 años lleno de encanto, emprendimiento y atrevimiento, pero desde un chico simpático por personalidad (más común físicamente), pero que puede mostrar imperfección, persiguiendo a una chica de 25 -llena de personalidad; su belleza atípica es secundaria- que lo rechaza por menor de edad, pero que entiende que éste chico le gusta e intuye que él es esa otra mitad de su vida, pero no se puede permitir aceptarlo del todo. Gary no se hace problemas, sufre un poco, pero sigue adelante, aunque no deja nunca de estar cerca de Alana. Los emprendimientos y afinidades los mantienen unidos, como con el trabajo de las camas de agua, que tiene un quehacer cinematográfico sólido trabajando diferentes formas del erotismo, hasta la ironía con ello. Es notable la actuación sensual pero cuidada de una joven morena vendedora de las camas de agua. También es curioso ver al papá de Leonardo DiCaprio haciendo del dueño de ésta empresa de camas, pero George DiCaprio también tiene de showman, en éste su debut como actor, debut también de la pareja protagonista, pero que llevan la actuación en la sangre. Cooper porque es el hijo del querido Philip Seymour Hoffman y Alana porque desde muy joven pertenece a una banda de música compuesta por ella y sus dos hermanas. El filme posee recuerdos curiosos si se quiere, refiriéndome a las aventuras de la pareja. Uno de éstos es cuando vandalizan un auto y se acaba la gasolina del camión de delivery de las camas que manejan y en retroceso peligroso buscan escapar. Hay dos personajes secundarios muy atractivos en particular en el filme. Uno lo interpreta Sean Penn, a quien se le puede criticar de todo, menos de no tener talento como actor; hace un papel breve inspirado en William Holden, un hombre de acción, y llena esos zapatos completamente, cuando no parece fácil. Éste produce una escena romántica donde Gary corre a recoger a su amada -en su mente no hay más ahí que ella-, gesto sano que jamás pasará de época. Correr en ésta propuesta es objeto de transición, de crecimiento. El otro personaje curioso lo interpreta Bradley Cooper como Jon Peters; en la vida real, peluquero convertido en productor y pareja de Barbra Streisand de quien aprendió; en el filme es un mujeriego y tipo violento y medio loco.