Dirige el español Lois Patiño, es un corto de 25 minutos. Se ubica en Tokio, es un corto experimental. Se trabaja con las luces y la oscuridad literal de la ciudad. Tokio es una ciudad muy luminosa. Patiño manipula tanto las luces que hasta las vuelve un lienzo de dibujo, de pintura o diseño gráfico, es en mucho un juego con ordenador o de posproducción. Las luces parecen parte de una matemática digital; se difumina mucho lo concreto, se simplifica hasta lo esencial, incluso hacia lo indefinible. También posee un aire a sci-fi con sus luces de neón, sus paneles de publicidad luminosos y sus veloces trenes que parecen volar por rieles imaginarios o invisibles. Los edificios giran y se mezclan, hay un quehacer lúdico como parque de diversiones. Además 2 personas niponas -un hombre y una mujer, el hombre parece el maestro- conversan en voz en off; recurren a la literatura, pero sobre todo a la filosofía; lo que dicen se oye algo extraño, pero ese es el juego típico de lo que muchos llaman trascendencia y se gusta aplaudir, pero que agota un poco, extrañándose la inteligencia de la diafanidad, dentro del poder de lo real, de lo práctico, y recurrir menos a lo surreal. También se trata de fusionar lo místico con lo visual, pero pega más lo lúdico que ésta trascendencia, más allá del imperativo usual del cine arte. Es un corto visualmente notable, cómo se salta de lo grandilocuente a lo minimalista, cómo se reduce un edificio con muchos ascensores iluminados a meros puntitos que parecen estrellas. Las ventanas llenas de luz parecen convertirse en letras y movilizarse como tren infantil. Las pequeñas embarcaciones y un puente, el yacer rodeados de agua, todo dentro de la negra noche es esencial, onírico, un lugar que empieza a dejar de ser material lentamente hasta desaparecer, es convertir la ciudad en fantasía.