viernes, 4 de enero de 2019

En la boca del miedo (In the Mouth of Madness)


John Trent (Sam Neill), un hombre que investiga fraudes es contratado para hallar a un escritor de novelas de terror y a su última obra perdida, a Sutter Cane (Jürgen Prochnow). Éste escritor de novelas tiene la particularidad de que sus obras vuelven literalmente demente a la gente y hay una ola de violencia por su culpa. Trent no cree en ello pero lentamente cae en esa vorágine mental –el filme muestra en el inicio a Trent en un manicomio- . Su llegada al pueblo de las novelas es el momento en que la ficción sobrepasa la realidad, como una llegada a un mundo de Oz –genial la constante repetición de volver donde una turba-. Verá monstruos y todo tipo de formas de espanto. Lo de la viejita de la novela con el marido atado a su talón con grilletes y desnudo es todo un acontecimiento. El filme vuelve plástico, recurrente, lo sobrenatural, que recuerda en parte a H.P. Lovecraft, con esos monstruos de rostro tipo pulpo. El filme tiene cantidad de escenas memorables de terror; por mencionar algunas, ésta esa en la carretera oscura cuando pasa el anciano demoniaco en bicicleta o cuando de una iglesia aparecen perros dóberman para atacar a pobladores armados y enardecidos. El filme de John Carpenter plasma que todo es producto del metalenguaje, como si el mundo fuera una enorme sala de escritura creativa y algo tan superficial pero adictivo como el entretenimiento –libros, películas- movilizaran al planeta hacia el apocalipsis. Es un filme divertido más que terrorífico, partiendo solamente de que es extravagante y algo irónico en su inicio con un Trent en el manicomio poniendo cruces por todas partes. Se percibe querer entretener, aun manipulando algo como la locura. Es el miedo a lo irracional, convertido en sobrenatural y realidad, a la vera del hedonismo masoquista. El final en el cine es de antología.