El coreano Lee Chang-dong hace un filme prodigioso y sutil
con ésta adaptación de un cuento de Haruki Murakami, todo es sugerente y ambiguo
en el filme. Uno puede tratar de interpretarlo, pero se entiende que puede
haber más de lo literal. En general se entiende que un hombre compite con otro
por el amor de una mujer; uno de los hombres es común y más pobre en varios
sentidos, Lee Jong-su (Yoo Ah-in), mientras el otro es rico y mucho más
sofisticado, igual en muchas cosas, Ben (un maravilloso Steven Yeun).
Lee es un tipo un poco lento o, más bien, de los que miran y se
guardan sus pensamientos, que tienen dudas, anda achicopalado o es propio de
silencios y miradas. Ben es algo perverso, astuto, parece jugar con Lee y con
su entorno. Ben suele decir que hace todo por diversión, y puede uno llegar a
pensar en American Psycho (2000). Esa es la idea que anida en la mente de Lee,
que tiene mucho de sospechoso también. Puede que Ben sea un desdoblamiento,
aunque el filme da a entender muchas cosas hechas por Ben y hay correlación con
el entorno. Pero cuando Lee quema un invernadero parece un momento tramposo y
estar haciendo de Ben sin darse cuenta, aunque puede parecer que trata de
incriminarlo a su vez.
Lee tiene obsesión con Ben, hay una fuerte envidia ahí, más
allá de los celos por Hae-mi (una entregada y talentosa Jun Jong-seo). Ben se
nota que no está tan interesado en Hae-mi; ella en cambio como es una chica
voluble y algo fácil, aparte de un poco rara, sí se siente atraída por Ben,
pero al mismo tiempo por Lee. Todos estos intercambios entre los tres dan mucha
materia para imaginar mil y un cosas, gracias también a que el filme riega
montón de lugares ambiguos, como con el gato primeramente invisible o el cuarto
sucio y luego limpio. Pero al mismo tiempo el filme es literal, simplemente
pudo desaparecer Hae-mi, ya que tenía muchas deudas, además de que con el pozo
queda la idea de que puede ser una mentirosa compulsiva.
El filme da pie a que uno lo manipule bastante. También el
final visto literalmente es de una brutalidad y fuerza descomunal, verlo así
tal cual es impresionante y una expresividad artística. Pero se puede entender
como el hartazgo de las frustraciones, aunque algo demencial. Puede ser el
sueño recurrente del protagonista, un anhelo oculto y no tan oculto. Ben con el
comentario de los invernaderos deja la puerta abierta a la especulación y la
imaginación, pero pudo ser simplemente ganas de perturbar a Lee, una maldad,
que al final le cobra factura.
Ben es el malo de la película teniendo a Lee por nuestro
supuesto héroe, muy entre comillas, ya que queda medio mal desde su rareza,
cuando lo vemos masturbándose en el cuarto de Hae-mi, incluso hasta soñarla masturbándolo
-lo sensual, tan propio de Murakami-, representación de un ego solitario
en movimiento. Lee también tiene de malvado, como termina en el final –en una de
las versiones-, o igualmente todo puede ser producto de su escritura, por cuando
aparece viviendo en el cuarto de Hae-mi más tarde. Pero ese final también puede
ser una catarsis, aunque a un lado salvaje, y en otro, no literal, borrar su
fastidio. De todas maneras es un final brutal como novela, y eso puede bastar y
sobrar.
Tampoco faltan las escenas domésticas y cotidianas –campo,
ciudad- muy bien esparcidas y ejecutadas, los momentos de pasar el rato, que
explotan en escenas poderosas como cuando Hae-mi se desnuda del pecho, se híper-sensibiliza,
se pone eufórica, luego decae en llanto. Todo es discutible, cada uno de los
tres protagonistas puede presentar una versión y hasta más de una, es la
libertad de la interpretación en lo plástico de la ambigüedad. Lee o Hae-mi pueden
tener problemas de normalidad, ya lo dice las relaciones de familia o la
soledad, mientras Ben es sólo un demonio asiático, un pretexto para inquietar
el gallinero.