domingo, 21 de octubre de 2018

The Coca-Cola Kid


Dusan Makavejev hace una película ambientada en Australia con el actor americano Eric Roberts como un genio del marketing y de la promoción de la gaseosa Coca Cola –promoción que será bastante nutrida en la película, aunque al final prima lo nacionalista-, para ello él mismo suele decir que es él quien decide quien lo necesita y no al revés. Bajo esa idea se pone la tarea de visitar un pueblito aledaño a la sucursal local de su empresa, donde no venden Coca Cola, esto por el éxito de otra bebida, perteneciente a T. George McDowell (Bill Kerr).

El filme es muy suelto con ésta trama, pero se puede entender como lectura el poder empresarial avasallador americano por sobre lo autóctono, pero sin romperse las vestiduras, ya que prima la extravagancia, la comedia, el romance algo atípico, la aventura. En el romance tenemos a Terri (Greta Scacchi), una divorciada medio rara que se enamora del igualmente particular Becker (Roberts), alias The Coca-Cola kid, y lo persigue con ahínco. Con ella tenemos una escena de navidad y seducción –vestida la fémina de papá Noel- que suena ocurrente, moderna y muy cálida. Terri tiene también una hija y la pequeña pone la cuota de ternura. En sí todos aportan buena onda y simpatía, como el padre de la niña que se presta al asunto aun cuando tiene todas las del alcohólico, generando momentos de locura naif.

Se trata de entretenimiento, con una historia que quiere ser original y un tratamiento a esa vera. No es una obra muy excéntrica pero tiene lo suyo –como cabe esperar del cine de Makavejev-. Eric Roberts personifica a un tipo que se comporta distinto al común, que busca la novedad, como cuando se pone a lanzar golpes de karate al aire, hacer ejercicios y como bailar cerca de una piscina, pero sin exagerar su distinción o empalagar, aun cuando en un inicio parece algo autista –recordemos el rato en que le preguntan si quiere té o café y no responde cual pero siente que ya respondió-, y ciertamente es una muy buena interpretación.

Es una propuesta que tiene de memorable, pero sin ser tampoco plus ultra, es sencilla, sólo que con gracia y encanto, produciendo diversión e interés, se deja ver bien. En otras manos sería una historia convencional, pero Makavejev le da estilo y personalidad y la narrativa proyecta más de lo que se tiene en realidad. Hay hasta una pequeña historia de conspiraciones y una avioneta persiguiendo al paladín marketero cuando yace en su vehículo. Todo esto pareciera que huele a Hitchcock, tanto como a ratos a la comedia americana, pero el filme prefiere bañarse en la personalidad del cine australiano, junto a la locura de Makavejev que pretende coger el sonido australiano (implicando su esencia), dicho en la trama, expuesto en un jingle, compuesto por el neozelandés Tim Finn. Finalmente sobresale la hechura de personajes curiosos, locales, en medio de una mirada cosmopolita.