En éste filme uno se puede enfocar en la escenificación de la
interrelación entre dos clases, la gente adinerada y sus empleados, con el
humor negro de que los primeros terminan comiéndose –literalmente- a los
segundos. Antes disfrutan de tener sexo con ellos o presenciar cómo lo tienen
con otros, y recuerda a ese grupo aristocrático o de poder, oscuro y secreto, de
orden sexual de Eyes Wide Shut (1999).
Pero el director brasileño Guto Parente hace cine de género
más que cine social o se deja llevar más bien por el terror y por el humor, con
su gore bien salpimentado. El filme es curioso, aunque sencillo, con una pareja,
un matrimonio, Otavio (Tavinho Teixeira) y Gilda (Ana Luiza Rios) que al estar
a la vera de la aventura sexual, de la infidelidad, terminan paradójicamente más
unidos que nunca, matando salvajemente y comiéndose a los amantes de Gilda,
empleados de la casa, con Otavio dejando todo planeado para que así suceda, con
hacha, esperma y sangre de por medio tras tremendo –impactante- arranque, muy
visual.
The Cannibal Club (2018) toma un pequeño giro cuando Gilda descubre algo muy
íntimo y oculto que el líder del club de los caníbales y jefe de Otavio, Borges
(Pedro Domingues), guarda para sí, y se despierta el suspenso; el temor y la preocupación
de la pareja. Con ello se plantea notable acción, aunque hay
muchas escenas de simple interacción, intrascendentes, algo sosas. El filme es
entretenido cuando se pone perverso, cuando te impacta con sus ocurrencias. Es
una propuesta bien tratada, no es tan sórdida, aunque tiene escenas fuertes. El
filme cree en lo que cuenta, es serio digamos, el humor no domina, permite el
terror, el drama, la tensión.
Tiene a Otavio y Gilda, a
los ricos, como dominantes de la trama, aunque más tarde esto cambia, sin demasiada argumentación, producto de perder el dominio de la situación, al tener presente a la
traición, germen que empieza a germinar por temor a sean descubiertos –individual
y colectivamente-, cosa que es más una paranoia o un elemento dudoso que una
realidad que se palpe o sea solvente, ya que incluso los guardias –sucedáneos de
la policía y la sociedad que los recluta dentro de una pirámide de poder- sirven de
sexo y alimento, mezcla explosiva.
Por el final The Cannibal Club se vuelve impredecible –moviliza muchas
posibles salidas-, venciendo cierto nacimiento de desorden, apoyándose en breves
aclaraciones, y queda bien pegado finalmente. Ésta parte genera mucha acción,
harto gore, un estado salvaje, muy buena cuota de terror. Es una propuesta que
gana más bien cuando es básica, cuando recurre a lo más práctico, que cuando
intenta argumentar o desarrollar más trama, aunque se expande a ambos lados. Deja como lectura anexa o secundaria lo social; plasma escueto
y esencial, aunque potente, el abuso del poder y de la clases. Prima el
placer, la extravagancia, cierta originalidad, con un atrevimiento que no se sobreexcita,
percibiéndose un decente control a ese respecto, aun cuando trata mucho con el sexo
y con asesinatos violentos.