Dirigida y escrita por Ingmar Bergman, uno de los más
grandes directores del séptimo arte, que tiene cierto toque autobiográfico,
ganadora de mejor película extranjera en los Oscar. Trata sobre como dos niños
pierden a su padre, y su madre se vuelve a casar, con un obispo (el magistral Jan
Malmsjo), un tipo estricto que se lleva mal con los pequeños. El filme de
Bergman se enfoca en Alexander (Bertil Guve), mientras Fanny (Pernilla Allwin) es
más decorativa o simplemente sigue los sentimientos y dolencias de su hermano. Alexander
es un niño con carácter –sabe lo que quiere- aunque también luce muy sensible,
de ahí que su choque con el obispo sea tan rotundo, por ser dos polos opuestos.
El filme también abarca la familia de Alexander, los Ekdahl,
una familia pudiente que regenta un teatro y suele celebrar a sus actores. Son
una familia muy fiestera, en especial el tío Gustav (Jarl Kulle), que es un
mujeriego, y tiene una aventura con su empleada, Maj (Pernilla August), una
risueña y robusta mujer que curiosamente todo el mundo quiere, incluida la
esposa de Gustav que muy liberal tolera su relación extramatrimonial. Con
Gustav Bergman da pie a mostrarse audaz con el matrimonio, saltándose cierta moral
muy tranquilamente.
En la familia Ekdahl no hay vistos de maldad o incordio,
todos viven muy felices, no sólo se quieren, se respetan mutuamente, a pesar de
que hay cierta sensualidad trasgresora en ellos, como cierta bohemia por su sangre,
pero finalmente su condición de artistas o próximos al arte los hace más libres
que el resto. El problema llega para el feliz y satisfecho Alexander cuando su
madre cambia la vida alegre de los Ekdahl, que tiene a algún pariente haciendo
fiesta de pedos, que llama fuegos artificiales, por un hombre estirado, frío, poco
afectivo, resentido, que todo lo quiere corregir y dirigir, que quiere dominar
a sus hijastros, castigándolos misma inquisición, quiere convertirlos en seres
tristes.
El presente es un filme básico, pero muy bien hecho, como
cabe imaginar del genio de Ingmar Bergman. La propuesta se realza con cierto
surrealismo, misticismo, lado tenebroso, mágico, cuando en especial Alexander
pasa a vivir con el amante de su abuela, Isak Jacobi (Erland Josephson), un empresario
judío que maneja un teatro de títeres con un sobrino. Ahí un joven extraño,
mitad demonio, mitad el criminal en el que puede convertirse Alexander, por su
odio al obispo, aparece dentro de esa fantasía que muestra a los fantasmas comunicándose
con los Ekdahl, tal cual el padre que jura siempre acompañar a sus hijos aun
muerto.
Fanny y Alexander (1982), pasa de mostrar a una enorme
familia, a muchos personajes -manejados con maestría-, dentro de una fiesta
navideña a comienzo del siglo XX, a poner el lente sobre Alexander, un pequeño
Ingmar Bergman, sufriendo la autoridad patriarcal y religiosa, una dictadura,
al tiempo que le atrapa la nostalgia por la vida artística nacida en el seno de
su gran familia y sus relacionados. Alexander es un héroe común, sin súper
poderes, con una fortaleza que nace de su interior. El filme tiene un uso del
terror recurrente, pero suave, normalizado en el día a día, no por lo sórdido,
sino por lo fantástico, como quien asume mitos y leyendas en su existencia. Lo sobrenatural
siempre está presente como una luminosidad existencial aunque prima lo
universal, lo familiar, el calor humano, la libertad.