Éste maravilloso filme de Ingmar Bergman abre con una
liturgia, que observamos de manera pormernorizada, dentro de un logrado estado
de austeridad visual, donde hay pocos elementos, pero yacen ayudadas las imágenes
de tomas que hacen más palpable, más próximo, más potente cada movimiento y
momento. Veremos cómo viven el orden religioso unos feligreses, entre ellos un
pescador y su mujer embarazada, Jonas (Max von Sydow) y Karin Persson (Gunnel
Lindblom). Cinco personas yacen arrodilladas frente al pulpito, toman la sangre
y la carne de Jesús, de manos del pastor Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand).
Pero detrás de éste muy representativo y bello momento, no
tan extenso tampoco, se esconde el sufrimiento y la frustración que esconde el
llamado silencio de Dios, es decir, que los hombres estén expuestos a un mundo
cruel, a la desesperanza y a la desesperación, sientan que están abandonados,
perdidos en su soledad. Todos los personajes del filme sufren de esto, a pesar de
que todos de alguna forma viven alrededor de la trascendencia eclesiástica,
incluso los que no creen o dudan de Dios.
Lo más llamativo es que el pastor Tomas es el peor de todos
en cuanto a poner en juicio a Dios, el peor en carecer de fe, el que más lo recrimina,
el que dice que es pastor por medio imposición de su padres, o sea que ni vocación dice tener, quien no
puede tolerar la muerte de su mujer, muerta hace 4 años, y que trata a la gente
con dureza –principalmente por sus argumentaciones sobre su falta de fe-, y
esto es grave porque gente creyente pone su esperanza en él y éste los
desalienta, pero aun así éste tipo no muestra mucho remordimiento o se maneja
con cierta frialdad, lo que lo hace ver como un terrible ser humano. No solo se
niega el amor, y una oportunidad de ser feliz, con la maestra de colegio, Marta
(Ingrid Thulin), su ex pareja, sino que envenena al resto, hace más trágico el
mundo, influye en los demás.
No hay mucha conmiseración o respiro para con el
protagonista, para con el pastor, pero éste sigue en pie, se mantiene igual, y
se nos habla de hipocresía, de falsedad, de ruina, cuando claramente tiene un
muro mental que no lo deja avanzar, y no se siente como un callejón sin salida,
una historia melancólica, porque simplemente la salida es renunciar a ser
pastor, y quizá se nos esté hablando de la fe, cosa que ya depende como
discusión. En él queda muy claro, no obstante el filme deja discurrir todo. Lo desnuda, dentro de un existencialismo cruel, un existencialismo
solitario, poco empático, el más pesimista. El pastor es un hombre analítico, pero
poco receptivo, y esa imagen del cadáver que debe ayudar a recoger es un
momento imponente, muy simbólico, abre un hueco en el alma y en la discusión.
El filme tiene monólogos muy poderosos e inteligentes, como
aquella carta de Marta, puesta la cámara sobre su rostro en primer plano. El filme
hace llamado del amor, de la sensibilidad, aun cuando la personalidad del
pastor, sus dudas, lo inundan todo, de paso lo destruyen todo. La gente es dura
en éste retrato de Ingmar Bergman. No obstante los que más se perjudican son los más
débiles, como el pescador y su familia, porque aun cuando el pastor sufre se ve que es un tipo fuerte, que sigue dando sus liturgias, continua fingiendo.
Otros, como el organista (Olof Thunberg), no creen en
nada, son seres fríos, insensibles, discuten todo sin alma, juzgan desde lo
alto, sin ponerse en el lugar, de esto que sus bostezos y picardías lo dibujen
de cuerpo entero. En cambio en el sacristán (Allan Edwall) aún se puede percibir
fe, aunque argumenta; deja ver que la situación es difícil, con el silencio de
Dios, que es de lo que gira la propuesta. Su interesante monólogo habla sobre que
Jesús no sufrió tanto físicamente –cosa que suena ligero y muy discutible, pero
coherente a su argumento- sino enormemente el sentirse solo, no únicamente de la humanidad,
sino de Dios; padeció con mayor brutalidad el hecho de que el silencio ponga en tela de juicio su
camino, cosa que suena al sucedáneo del encuentro bíblico con el demonio. Esto
nos refiere que somos como hijos que quieren que su padre los reconforte, nos abrase,
nos salve del dolor y, según el filme, no sucede.
Pero el amor de Dios toma distintas formas –que aquí se
puede oír y ver que se le resta importancia o se le mata; la maestra es fuerte también-,
pero el retrato como el clima del pueblito perdido en que nos ubicamos es muy duro,
como le afecta a Jonas, la maldad de la humanidad, reflejada en la tensión que
le produce la guerra nuclear, curiosamente la frialdad de los seres humanos,
pero acudiendo al más frío (exterior) de todos, porque el pastor sufre (internamente)
y odia su existencia, y no puede contenerse, y culpa a Dios, a su silencio.