lunes, 29 de octubre de 2018

Los comulgantes (Nattvardsgästerna)


Éste maravilloso filme de Ingmar Bergman abre con una liturgia, que observamos de manera pormernorizada, dentro de un logrado estado de austeridad visual, donde hay pocos elementos, pero yacen ayudadas las imágenes de tomas que hacen más palpable, más próximo, más potente cada movimiento y momento. Veremos cómo viven el orden religioso unos feligreses, entre ellos un pescador y su mujer embarazada, Jonas (Max von Sydow) y Karin Persson (Gunnel Lindblom). Cinco personas yacen arrodilladas frente al pulpito, toman la sangre y la carne de Jesús, de manos del pastor Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand).

Pero detrás de éste muy representativo y bello momento, no tan extenso tampoco, se esconde el sufrimiento y la frustración que esconde el llamado silencio de Dios, es decir, que los hombres estén expuestos a un mundo cruel, a la desesperanza y a la desesperación, sientan que están abandonados, perdidos en su soledad. Todos los personajes del filme sufren de esto, a pesar de que todos de alguna forma viven alrededor de la trascendencia eclesiástica, incluso los que no creen o dudan de Dios.

Lo más llamativo es que el pastor Tomas es el peor de todos en cuanto a poner en juicio a Dios, el peor en carecer de fe, el que más lo recrimina, el que dice que es pastor por medio imposición de su padres,  o sea que ni vocación dice tener, quien no puede tolerar la muerte de su mujer, muerta hace 4 años, y que trata a la gente con dureza –principalmente por sus argumentaciones sobre su falta de fe-, y esto es grave porque gente creyente pone su esperanza en él y éste los desalienta, pero aun así éste tipo no muestra mucho remordimiento o se maneja con cierta frialdad, lo que lo hace ver como un terrible ser humano. No solo se niega el amor, y una oportunidad de ser feliz, con la maestra de colegio, Marta (Ingrid Thulin), su ex pareja, sino que envenena al resto, hace más trágico el mundo, influye en los demás.

No hay mucha conmiseración o respiro para con el protagonista, para con el pastor, pero éste sigue en pie, se mantiene igual, y se nos habla de hipocresía, de falsedad, de ruina, cuando claramente tiene un muro mental que no lo deja avanzar, y no se siente como un callejón sin salida, una historia melancólica, porque simplemente la salida es renunciar a ser pastor, y quizá se nos esté hablando de la fe, cosa que ya depende como discusión. En él queda muy claro, no obstante el filme deja discurrir todo. Lo desnuda, dentro de un existencialismo cruel, un existencialismo solitario, poco empático, el más pesimista. El pastor es un hombre analítico, pero poco receptivo, y esa imagen del cadáver que debe ayudar a recoger es un momento imponente, muy simbólico, abre un hueco en el alma y en la discusión.

El filme tiene monólogos muy poderosos e inteligentes, como aquella carta de Marta, puesta la cámara sobre su rostro en primer plano. El filme hace llamado del amor, de la sensibilidad, aun cuando la personalidad del pastor, sus dudas, lo inundan todo, de paso lo destruyen todo. La gente es dura en éste retrato de Ingmar Bergman. No obstante los que más se perjudican son los más débiles, como el pescador y su familia, porque aun cuando el pastor sufre se ve que es un tipo fuerte, que sigue dando sus liturgias, continua fingiendo.

Otros, como el organista (Olof Thunberg), no creen en nada, son seres fríos, insensibles, discuten todo sin alma, juzgan desde lo alto, sin ponerse en el lugar, de esto que sus bostezos y picardías lo dibujen de cuerpo entero. En cambio en el sacristán (Allan Edwall) aún se puede percibir fe, aunque argumenta; deja ver que la situación es difícil, con el silencio de Dios, que es de lo que gira la propuesta. Su interesante monólogo habla sobre que Jesús no sufrió tanto físicamente –cosa que suena ligero y muy discutible, pero coherente a su argumento- sino enormemente el sentirse solo, no únicamente de la humanidad, sino de Dios; padeció con mayor brutalidad el hecho de que el silencio ponga en tela de juicio su camino, cosa que suena al sucedáneo del encuentro bíblico con el demonio. Esto nos refiere que somos como hijos que quieren que su padre los reconforte, nos abrase, nos salve del dolor y, según el filme, no sucede.

Pero el amor de Dios toma distintas formas –que aquí se puede oír y ver que se le resta importancia o se le mata; la maestra es fuerte también-, pero el retrato como el clima del pueblito perdido en que nos ubicamos es muy duro, como le afecta a Jonas, la maldad de la humanidad, reflejada en la tensión que le produce la guerra nuclear, curiosamente la frialdad de los seres humanos, pero acudiendo al más frío (exterior) de todos, porque el pastor sufre (internamente) y odia su existencia, y no puede contenerse, y culpa a Dios, a su silencio.