miércoles, 24 de octubre de 2018

First Reformed


Ethan Hawke interpreta a un pastor protestante que tiene dudas y que se halla en la desesperación (silenciosa), además sufre de una enfermedad terminal y se siente culpable de la muerte de su hijo al convencerlo de ir a la guerra, como de la desintegración de su matrimonio. Esto luce como la mezcla de Diario de un cura rural (1951) y Biutiful (2010), pero con más diafanidad que Robert Bresson y más acertado que Alejandro G. Iñárritu.

El director Paul Schrader se enfoca en que los seres humanos están destruyendo el planeta y, por ésta razón, Dios nos odia. Hawke como el pastor Toller se siente mortificado además por el silencio de Dios,  por tanto mal en el mundo. Esto se pone en la palestra cuando el pastor conoce a una pareja, y el marido de ésta se halla muy desesperado; aquí se enfocan en el cambio climático, cosa que Schrader potencia y le da varios sentidos, lo que pudo sonar tonto. Toller está a puertas del abismo, a puertas de convertirse en Travis Bickle, y como en esa hermosa y perfecta película algo improbable sucede, algo cambia a último minuto.

Schrader juega con el escape, aprieta la vida de Toller, pero al final hace valer la otra mitad que convive con la humanidad, la esperanza. La luz parece imposible de llegar, incluso desarticula la opción que todo lo mejora, el amor, proponiendo que el necesario cambio interno que todo hombre debe manejar desaparezca, por pesimista. El mundo es caos, la humanidad con el cambio climático va hacia la autodestrucción, el hombre es malo, Dios simplemente se cansó, nos detesta. Todo suena muy dramático, trágico y drástico.

No obstante hay momentos en que se respira normalidad, en el quehacer diario del pastor, teniendo a la iglesia de la primera reforma como un lugar histórico, salvador y turístico, como con las historias de la época de la esclavitud, aunque les persigue el miedo, la muerte. El filme también juega a poner en discusión el poder y la necesidad del dinero, con financiamientos dudosos, obligados, y que uno debe callar, pero pasa, como quien pone la situación más desosegante, y es algo que no queremos ver o ya no tenemos fuerza para enfrentar.   

El filme acierta de lleno cuando logra manejar el silencio de Dios, sin que necesariamente el pastor deba negar a Dios u olvidarse de él, pero debe buscar en aquel mundo que tanto dolor le causa, debe enfrentarlo tal cual, y la salida es sencilla, pero efectiva, una de las pocas, o la mejor. La salida es terrenal, sin tener que odiar o renegar de Dios. Es algo que finalmente no se puede comprender del todo, lo mismo con el planeta y la humanidad. El panorama es cruel y duro en el filme, se siente incluso la soledad en las calles y en el trato de la gente, algo muy americano. Pero no obstante hay momentos donde Toller parece estar tranquilo, aunque su mal es interno y en mucho silencioso.

Lo bueno de la película es que es como una montaña rusa de emociones, hay momentos aparentemente apacibles, suaves, y luego surge –se toca- la desesperación, lo intenso. Una de las grandes escenas del filme donde surge paz es un momento a lo Bruno Dumont que toma plena lógica, que tiene de sensual, de atrevido, de místico, de apocalíptico, todo adornado dentro de una pequeña levitación, un momento erótico convertido en algo intelectual. Schrader yace iluminado en ésta propuesta, abundan los diálogos y son todos muy coherentes y aunque muy argumentales no dejan de ser humildes, con esa humildad que evoca la idea del americano promedio que no se toma tan en serio su inteligencia, su facilidad para pensar lo existencial, la trascendencia, porque finalmente todo pasa por lo mundano, por nuestra simplicidad vivencial, frustraciones, carencias y sufrimientos.