Ethan Hawke interpreta a un pastor protestante que tiene
dudas y que se halla en la desesperación (silenciosa), además sufre de una
enfermedad terminal y se siente culpable de la muerte de su hijo al convencerlo
de ir a la guerra, como de la desintegración de su matrimonio. Esto luce como
la mezcla de Diario de un cura rural (1951) y Biutiful (2010), pero con más
diafanidad que Robert Bresson y más acertado que Alejandro G. Iñárritu.
El director Paul Schrader se enfoca en que los seres humanos
están destruyendo el planeta y, por ésta razón, Dios nos odia. Hawke como el
pastor Toller se siente mortificado además por el silencio de Dios, por tanto mal en el mundo. Esto se pone en la
palestra cuando el pastor conoce a una pareja, y el marido de ésta se halla muy
desesperado; aquí se enfocan en el cambio climático, cosa que Schrader potencia
y le da varios sentidos, lo que pudo sonar tonto. Toller está a puertas del
abismo, a puertas de convertirse en Travis Bickle, y como en esa hermosa y
perfecta película algo improbable sucede, algo cambia a último minuto.
Schrader juega con el escape, aprieta la vida de Toller,
pero al final hace valer la otra mitad que convive con la humanidad, la
esperanza. La luz parece imposible de llegar, incluso desarticula la opción que
todo lo mejora, el amor, proponiendo que el necesario cambio interno que todo
hombre debe manejar desaparezca, por pesimista. El mundo es caos, la humanidad
con el cambio climático va hacia la autodestrucción, el hombre es malo, Dios
simplemente se cansó, nos detesta. Todo suena muy dramático, trágico y drástico.
No obstante hay momentos en que se respira normalidad, en el
quehacer diario del pastor, teniendo a la iglesia de la primera reforma como un
lugar histórico, salvador y turístico, como con las historias de la época de la
esclavitud, aunque les persigue el miedo, la muerte. El filme también juega a poner
en discusión el poder y la necesidad del dinero, con financiamientos dudosos,
obligados, y que uno debe callar, pero pasa, como quien pone la situación más
desosegante, y es algo que no queremos ver o ya no tenemos fuerza para
enfrentar.
El filme acierta de lleno cuando logra manejar el silencio
de Dios, sin que necesariamente el pastor deba negar a Dios u olvidarse de él,
pero debe buscar en aquel mundo que tanto dolor le causa, debe enfrentarlo tal
cual, y la salida es sencilla, pero efectiva, una de las pocas, o la mejor. La salida
es terrenal, sin tener que odiar o renegar de Dios. Es algo que finalmente no
se puede comprender del todo, lo mismo con el planeta y la humanidad. El panorama
es cruel y duro en el filme, se siente incluso la soledad en las calles y en el
trato de la gente, algo muy americano. Pero no obstante hay momentos donde
Toller parece estar tranquilo, aunque su mal es interno y en mucho silencioso.
Lo bueno de la película es que es como una montaña rusa de
emociones, hay momentos aparentemente apacibles, suaves, y luego surge –se toca-
la desesperación, lo intenso. Una de las grandes escenas del filme donde surge
paz es un momento a lo Bruno Dumont que toma plena lógica, que tiene de
sensual, de atrevido, de místico, de apocalíptico, todo adornado dentro de una
pequeña levitación, un momento erótico convertido en algo intelectual. Schrader
yace iluminado en ésta propuesta, abundan los diálogos y son todos muy
coherentes y aunque muy argumentales no dejan de ser humildes, con esa humildad que evoca la idea del americano promedio que no se toma tan en serio su inteligencia, su
facilidad para pensar lo existencial, la trascendencia, porque finalmente todo
pasa por lo mundano, por nuestra simplicidad vivencial, frustraciones,
carencias y sufrimientos.