Las hijas del fuego (2018), de la argentina Albertina Carri,
es una película incendiaria, medio pornográfica, o porno pero sin mantener la explicites
todo el tiempo, con algunos momentos, y luego hay momentos artísticos a ese
respecto. Pero el filme tiene una gran carga porno de todas maneras, siendo el
principal hecho que ocurre en el filme. Un grupo de mujeres emprenden un viaje sin
rumbo, que no sea hacer realidad su hedonismo, su sexualidad. Se van deteniendo
y van aumentando la cantidad de pasajeros en ésta road movie.
Carri quiere que estas mujeres hagan lo que les plazca, como
una oda al libertinaje o la libertad de tener sexo todo el tiempo que uno desee
y éste es lésbico, entonces es la defensa de ésta libertad a voz en cuello, sin
medias tintas. El grupo de mujeres no para de besarse –a cada rato- y de tener
sexo entre ellas, cambiando de pareja y llegando al final hasta una orgía. No
por algo el filme termina con una mujer masturbándose con el genital a la vista
frontal de la cámara por cerca de unos 10 minutos, trasmitiendo toda su
calentura.
El filme no tiene narrativa, o ésta es ir por ahí recogiendo
mujeres, haciendo una porno poética como con esas palabras que vamos oyendo
analizar el viaje y el hacer el propio filme. Hay momentos que son mínimos de
trama como con Erica Rivas haciendo de mujer maltratada, defendida por el grupo
de mujeres, tortilleras, como les llama el marido abusivo; o con la visita a la
madre de una de las mujeres (Cristina Banegas) que prepara una comida con
hongos alucinógenos, como parte de la rebeldía general y el sentido de unidad
de la propuesta.
Las hijas del fuego es un canto al hedonismo, al placer lésbico,
con sexo por doquier, esto es su principal sentido y lo vemos continuamente. No
hay plan que no sea esto en realidad. El resto parece pretexto, la trama casi
no existe. Sofía Gala Castiglione aparece sensual como regente de un lugar sadomasoquista
y un burdel lésbico, luego come de un cuerpo desnudo. El filme se adscribe al
reino de las mujeres, no hay hombres se diría, no es su película ni su poética,
incluso la madre de una de las mujeres que visitan es viuda, aunque recuerda al marido con amor.
El grupo de mujeres es variado, hay todo tipo de cuerpos, bastante
robustos o delgados, también tonalidades, no se trata de estética o sí, pero
en la variedad y reverencia de todos los cuerpos existentes en el mundo. No hay
diferencia entre las mujeres, nos parece decir Carri; lo que importa es la
libertad sexual, ser lesbiana en todo gusto, intensidad y deseo. Eso se percibe
con el final, con el placer buscado sobre todo, no hay nada que mortifique al
deseo carnal ni que lo limite o siquiera lo intimide –como con aquella pelea en
el bar-, sino que se da una y otra vez como un lugar totalmente abierto,
celebrado e idolatrado, en el estado del poliamor, del amar a muchas y entre
todas.