Tercer trabajo en conjunto entre la belga Bénédicte Liénard
y la peruana Mary Jimenez, película que versa sobre la trata de mujeres. Es una
película que cuenta la historia de Tania que representa a muchas otras en su
situación, es decir son varias historias unificadas las que nos presenta en
realidad éste documental.
Pero pasa por un testimonio, los que recopilaron de casos
como estos las dos directoras y que mediante actores amateurs lo recrean
mientras en voz en off oímos los pensamientos de Tania. Estos pensamientos son
poéticos, inteligentes y muy bien descritos, donde se recoge todo el dolor y
padecimiento de la prostitución forzada.
El filme se ubica en la selva, vemos imágenes de flora
tupida, vemos ríos, vemos la vida de ésta parte de nuestro país. Tania mira a
través del hueco de una ventana en una casa a medio construir hacia otras casas
parecidas mientras melancólica y algo ida reflexiona.
Es un híbrido entre documental y ficción; testimonios reales
por debajo, imágenes que tratan de contener los lugares e historias, sin ser
violentas de observar. Es un documental delicado de un tema duro, pero sopesando
que los comentarios de Tania son de una caladura honda.
También observamos a la policía encargada de la trata de
mujeres haciendo su trabajo, Tania habla con ellos. Tania cuenta su vida desde
que murió su abuela hasta ser rescatada. Ella menciona no tener identidad,
perderla en la prostitución y convertirse en Tania para siempre. No hay escenas
sexuales, solo se sugiere, pero se profundiza bastante.
Es un documental artístico, aunque sin mucha pompa tampoco,
con recreaciones sencillas, que cargan el sentir a flor de piel. Muchos
comentarios llegan a ser sofisticados, las imágenes son más ásperas y humildes,
algunas repetitivas intencionalmente. Tania refleja una chica dura, explotada y
deshumanizada. Es un filme triste, pero el tono es calmado, pausado.
La voz de Tania y chicas como ella se eleva sobre lo
ordinario, y coge el sufrimiento en todo grado, lo que es lo más importante del
filme. El guion lo escriben las directoras y ahí radica todo su poder de
reflexión, sumados momentos como ver un soplete quemando algo, haciendo dura
una materia, rompiendo los contornos de algo, o tipos nadando, sumergiéndose en
el agua del río, escenas que añaden expresión cinematográfica.
Tania baila con otras mujeres en círculo ofreciéndose
sonriente -le han dicho que hay que sonreír siempre, fingir felicidad,
liberalidad y desparpajo-, un hombre cualquiera las observa, un cliente, que trae
polvo de oro, como cuenta un travesti explotador a una niña inocente; las
muchachas secuestradas deben obedecer, mientras yacen cautivas bajo deudas
imaginarias que crecen y crecen -por insolentes o por no querer tomar, entre
otras cosas-.
Se bebe cerveza, se busca infringir inconsciencia, la
entrada de uno de estos recintos mala muerte se muestra a cada rato. Lo tropical,
lo musical y lo paradisíaco toma un sentido sórdido y criminal sobre mujeres
maltratadas, abusadas vilmente; niñas, no solo mujeres.