lunes, 10 de abril de 2023
El pagador de promesas
El pagador de promesas (1962), de Anselmo Duarte, es la única película brasileña que ha ganado la palma de oro, el máximo honor del Festival de Cannes. Es una película sobre religión, pero expuesta de una manera interesante si se quiere ver u original en cierta manera. En el filme tenemos a una persona muy devota llamado Zé (un estupendo Leonardo Villar) que hace una promesa a una santa, a Santa Bárbara, Bárbara de Nicomedia, pero curiosamente lo hace a través de una celebración de Candomblé, una religión afrobrasileña donde hay sincretismo, se unifica lo católico con llamémosles mitos o ritos populares, dos tradiciones culturales distintas se vuelven una. Es entonces que Zé le reza -le hace una promesa a cambio de un milagro- en realidad a Lansá, una deidad parte del culto del candomblé, hoy una religión oficial practicada en Brasil y mucho en Salvador, el estado de Bahía, donde se contextualiza el filme de Duarte. Pero él está pensando en Santa Bárbara, considera que es a ella a quien le reza y le promete cargar una cruz tan pesada como la de Cristo desde su fundo o terreno hasta la iglesia de Passo, ubicada en el barrio del Centro histórico de Salvador, donde viviremos ésta película. También promete y cumple regalar la mitad de su terreno a los campesinos, en una transacción en igual de condiciones que la que le quedará a él y a su esposa Rosa (Gloria Menezes). El candomblé yace en igual de condiciones para una cierta cantidad de ciudadanos brasileños, aun cuando la religión más dominante es la de la iglesia católica, que a través del sacerdote de la iglesia de Passo, del padre Olavo (Dionisio Azevedo), veremos cómo lucha por negar a esas religiones populares como el candomblé, a las que llama directamente de paganas, y considera que el sincretismo es realmente una trampa de cierta parte del pueblo para mantener sus cultos de cara al poder de la iglesia católica, la colonización y la modernidad, y también de la política. El candomblé viene de los esclavos negros traídos del África, aquí representa en buena parte al pueblo y hay aun más, estos son representados en particular por capoeristas, proveyendo al filme de folclore, bellas danzas, fiesta, y lucha de artes marciales. Se baila como en un carnaval y al mismo tiempo se pelea, literal y digamos también socialmente. El filme tiene un retrato así mismo costumbrista, vemos a un tipo que lo llaman El Guapo, interpretado por Geraldo Del Rey, quien 2 años más tarde sería uno de los protagonistas de la mítica Dios y el diablo en la tierra del sol (1964). El Guapo es un proxeneta que quiere seducir y aprovecharse sexualmente de Rosa, la mujer de Zé, quien es un tipo un poco inocente, pero también ignorante y no le presta atención a su mujer, está más preocupado en poder meter la gran cruz que ha cargado y prometido llevar al interior de la Iglesia de Passo, la que tiene una enorme escalinata conocida como el camino de la penitencia y donde veremos mucha interacción, muchas grandes escenas y secuencias en ésta. La portentosa escalinata será explotada visualmente y narrativamente con mucho ingenio. Otro retrato costumbrista brasileño y a la vez general, es la del comerciante interesado en publicitar su negocio, como quien pretende hacer campaña publicitaria a la vera de la historia de Zé; lo mismo pasa con un periodista enviado a investigar sobre el llamado imitador de Cristo, a quien literalmente desmerece antes como si fuera un loco, un idiota, pero como se busca vender periódicos, siempre hacer dinero, sin importar los escrúpulos, fabrican con Zé una historia sensacionalista, politizan su sencillez y devoción simple. Zé esperaba un simple milagro y ocurrió, que la santa salvara a su mejor amigo, un animal, un burro, que él considera especial. El filme satiriza un poco Brasil y el mundo a través de la política, medio satanizando a la izquierda en pos del gobierno de derecha de turno -pero sin exagerar el poder de éste gobierno que se ve como que busca apagar una pequeña protesta o la llama de algo que puede crecer- y jugando al héroe social a la vez, el que no sabe que se le compara sensacionalistamente con Cristo, juego maestro que viene de adaptar al dramaturgo izquierdista brasileño Alfredo Dias Gomes, contemporáneo de Anselmo Duarte. Al final curiosamente el padre Olavo es como el malo de la película, aunque maneja cierta simpatía y carisma aun así; se le comprende si bien es discutible su posición. El padre Olavo también es parte del costumbrismo brasileño, es un padre igualmente parte del pueblo, aunque culto, pero terco en su doctrina. Considera que Zé ha pecado al rezarle a Lansá pensando en Santa Bárbara, no cree ni una pizca que puedan llegar a ser lo mismo (ni siquiera un error), lo cree incluso un acto demoniaco y a esas religiones las ve como destructoras del catolicismo (y el acto y promesa de Zé le produce enojo), no pretende ninguna convivencia con el candomblé y similares, aun cuando el candomblé está muy arraigado. Ese acto de sincretismo de ésta religión (como el acto de Zé) se puede llegar a ver incluso un poco en la pintura cusqueña y en ciertas fiestas patronales, es decir en varias partes de Latinoamérica donde prima sólidamente el catolicismo, parece como el paso natural a la transición a una nueva forma de vida. Pero el padre Olavo llega hasta las últimas consecuencias, hasta es importante partícipe de la gran pelea del filme. El final es la aceptación del sincretismo; o de la convivencia del pueblo, la iglesia católica y lo popular. El candomblé encuentra su mejor representante en Zé, un tipo un poco tonto es cierto, pero generoso y fiel pagador de sus promesas, su fe es inquebrantable, no importa ni su mujer, ni lo material; es además un animalista radical, auténtico hasta pasional, dentro de una cierta inocencia que lo hace un poco un santo. Aunque a muchos ojos representa la religión popular éste le rinde devoción al catolicismo. Él piensa en Santa Bárbara, y quizá solo tenía a la mano en su desesperación al candomblé. Como algunos dicen, no es la religión sino lo importante es el mismo Dios al que le hablamos. La cruz (símbolo cristiano) y penitencia, la lleva a la Iglesia de Passo. Pero lo que falla, claro está (y lo que hace interesante al filme), es el trámite que él ejecuta. Extrañamente le cae a Zé como boomerang su honestidad; su ignorancia le afecta un poco. También falta la noble comprensión de ésta ignorancia, y no estar como dos bueyes chocando entre sí. Se le subestima mucho también al humilde Zé. Se ve la complejidad de no contentar fácilmente a nadie. Es un retrato donde todos son discutibles. La propuesta maneja además picardía y amoralidad, como con El Guapo y su amante prostituta, interpretada por la provocativa Norma Bengell, quien más tarde trabajaría con el gran Mario Bava en Terror en el espacio (1965). Finalmente el mensaje es que el que manda es el pueblo, que aquí como comunidad cierra rindiéndose a la humanidad y bondad de los hombres.