La reina Anne (Olivia Colman) está enferma y medio que se
desentiende de gobernar. La dama de sociedad, Lady Sarah (Rachel Weisz), casada
con un alto mando militar, quiere que la guerra entre su país, Inglaterra, y
Francia, se prolongue, aun cuando su marido está en el frente. El opositor Harley
(Nicholas Hoult), hombre fuerte político, quiere que se firme la paz. Entre estos
dos frentes Lady Sarah manipula a la reina, porque tiene un affaire con ella.
Con éste sencillo contexto sólo falta la llegada de una nueva
sirvienta, Abigail (Emma Stone), mujer que fue una dama de sociedad, pero su
padre la puso en apuesta y perdió su título. Abigail representa la otra relación
de manipulación con la reina, representa a una arribista. El griego Yorgos
Lanthimos pone a Weisz y Stone en duelo, aun cuando son primas. Lady Sarah tiene
fuerte carácter y desprecia a Abigail, que es astuta y algo cruel –velado-. Se
ve cuando pisa a un conejo, uno de los 17 que sintetizan el anhelo de afecto y
paz interior de la reina.
El filme con la rareza, detallismo y artificiosidad de Lanthimos
crece notablemente y se vuelve una apuesta imponente, tal cual la época que
representa, el siglo XVIII, y propio de las luchas en los reinados, los privilegiados
y las cortes. El filme es un poco cruel, como con soltar aves para que hagan
tiro las damas; también en la corte hay un esnobismo bravo que se burla de todo,
como cuando lanzan verduras a un bufón como pasatiempo. El filme propone la superficialidad
como existencia, a lo Marie Antoinette (2006). El filme tiene de Kubrick, de Barry
Lyndon (1975), pero menos de lo que se cree.
Es una propuesta entretenida, de buen ritmo, con su toque de
maldad, de humor sarcástico, con su infaltable extravagancia, típica del
director griego, pero disminuida en comparación a sus anteriores películas. No
obstante no deja de ser una película extraña, menos mainstream que las
habituales competidoras del Oscar donde ahora se halla. Tiene un quehacer rudo
si se quiere, proponiendo un lesbianismo muy poco romántico, interesado. Se
puede ver que Lady Sarah es una mujer dura, que no se derrumba fácilmente, pero
que algo da a entender que siente realmente por la reina, mientras Abigail es
más parecida a una prostituta de la reina.
Es un filme audaz, con poco sentimentalismo, más al servicio
de la estrategia, del interés político y social, es amar el buen vivir de la
clase aristocrática. Abigail sabe bien lo que es ser pobre, las humillaciones y
abusos a los que debe someterse, por ello es una arpía a la hora de trepar y
mejorar su estatus. Hay bastante diversión al respecto, Stone es carismática,
sumamente expresiva, es un salto a otro de gestos poderosos; puede ser una
desgraciada, pero también lleva de alma sufrida –vendida como carne a un tipo
desagradable, empujada literalmente al barro montón de veces-, y debe ser
fuerte para salir del pozo. Pero en ese lugar no se busca enaltecerla, sino
todo la lleva a la superficialidad del dinero.
La reina más es una mujer emotiva, digamos que una buena persona
a grosso modo, pero que el mundo la hace ser un poco vil, pero está al servicio
de su propia felicidad, no es una buena gobernante, Lanthimos la hace en parte
infantil, arrebatada, caprichosa. Lady Sarah tiene todo el portento y la
personalidad del líder político, pero no tiene el poder directo. Por ello debe
recurrir a engolosinar a la reina también, debe ser dulce, rastrera. En todo
esto Weisz, Stone y Colman brindan grandes actuaciones, están perfectas las
tres. Lo mismo Hoult con este personaje suyo que tiene matices, parece un buen
político, pero también es engreído y cruel.
Es una película de relaciones sexuales, de relaciones
extramatrimoniales, para llenar un vacío, el de la reina, mientras las otras ganan
beneficios. Lady Sarah luce algo hipócrita, aunque es difícil de catalogar,
parece muy calculadora, pero más discreta que Abigail, que odia la pobreza, porque
le ha brindado tantos maltratos. Es una película de feminismos, pero no
idealistas, lo que puede hacer rehusar el título. Lady Sarah decide el futuro
de su esposo, es una mujer activa, firme. Abigail, como se ve luego con su
matrimonio, quiere hacer lo que le da la gana, como los aristócratas varones.
Las mujeres luchan por tener el poder. La reina lo
tiene, como toda privilegiada, de siempre y es más egocéntrica, busca el
placer primero, le es algo indiferente la responsabilidad, sobre todo ante
tanto sufrimiento físico y espiritual en su existencia, de esto que veamos su facilidad
para desconfiar de sus amantes, como con la desaparición forzada de una, y el
abuso con su mascota que termina en otro ciclo de humillación. Estéticamente la
película es un portento, igual que por toda su adaptación de época, también por
su detallismo narrativo.