Climax (2018), de Gaspar Noé, usa el baile como
manifestación de terror, con esos movimientos que parecen que se están quebrando
los propios huesos, con esos bailes similares a orgías y como la invasión de un
virus que enloquece a sus participantes. Es algo sensual y violento. El baile
lo es todo en el filme, vistoso y virtuoso, con grandes coreografías, una hasta
tomada desde arriba. Como película de terror el filme tiene al baile como arma,
cosa que también pretende cierta polémica vista tanta sexualidad, pero así es
Noé, aunque ésta vez éste filme ha logrado lo imposible, que todo el mundo lo
celebre.
Es un filme que tiene una narrativa escueta, más es el baile
moderno que otra cosa, pero todo tiene perfecta concordancia general, tiene
sentido, en que unos bailarines se reúnen en un lugar abandonado en la nieve,
tipo bunker, y en medio de sus prácticas y exhibiciones exóticas e imponentes se
despierta el daño, el crimen masificado, en la que es también una fiesta desenfrenada,
muy hedonista y libertina.
Antes de que se expanda el mal tenemos un visionado
fascinante, hay que admitirlo, lo mejor del filme, al proponer tremenda maestría
en las coreografías, que no son en absoluto delicadas. Se trata de algo potente,
intenso, decidido, festivo, como lo es el cine del irreverente Noé. Locura que
se despierta a raíz de que la gente es drogada anónimamente, sin mayor razón. Pero
se puede entender fácilmente una justificación.
En el inicio vemos que ante la cámara se presenta cada uno
de los bailarines, ésta parte busca ser irreverente y más bien desanima, no es
una presentación muy interesante, es obvia, pero cuando todos estos “personajes” extravagantes salen en grupo a bailar todo es esplendoroso, entretenido, impactante.
Pero la propuesta no es mucho tampoco, aunque tiene lógica.
En un momento por un cromatismo que domina el filme, el rojo,
de peligro, de ardor, y el constante juego de la cámara, poner en ángulos difíciles
las imágenes o prender y apagar la visibilidad, tenemos el caos en todo apogeo,
producto de que todos quedan drogados excesivamente, pero en éste momento fastidia
observar un poco la película. Luego se verán momentos de violencia
desagradable, típico en Noé, y termina paseando la mirada por un reguero
de perdición en conclusión. Esto no luce muy bien, aun cuando no está tan extendido, o por más que el filme había anunciado que era un hecho real. Las escenas de sexo, aunque sin explicites, tampoco son muy
gratificantes.
El filme con su querer ser polémico o híper libre más bien
lo muestra barato, mediocre. No obstante Noé tiene talento en
manifestar el baile como terror, pero lo sexual le cobra la grandeza; es como
tener grandes técnicas o ideas, pero una exhibición finalmente pobre. El baile como monstruo
es ingenioso, pero las escenas de exceso no están a la altura, es decir, Noé
falla porque quiere ser irreverente, cuando debería enfocarse más bien en lo
que concibe, en la narrativa. Lo mejor es simplemente el baile tal cual y después
su proyección en distintas otras formas. Por todo lo dicho es un filme
imperfecto, como uno ha de esperar de Noé pero también muy irregular, malo por
partes –sobre todo al final-, bueno en otras. Me quedo con las coreografías y
la técnica, pero en construir una película narrativa no mucho.