Un hombre de familia y vida humilde, Filip Mosz (Jerzy Stuhr),
junta sus ahorros y compra una pequeña cámara de cine, quiere filmar a su hija
recién nacida. En poco tiempo el asunto cambia de intención, empieza a
entusiasmarse con la cámara y a hacer películas, los demás también se
entusiasman, el cine es una fuente de emociones instantáneas. Filip desarrolla
una afición que como él mismo dice le da sentido, pero a su mujer le molesta su
pasatiempo y su apasionamiento. Filip desarrolla una carrera alterna y toma
rumbo social.
El filme del polaco Krzysztof Kieslowski es muy sutil en
enfocarse en la responsabilidad que otorga hacer una película, para el caso
documentales sociales o de denuncia. Lo que filmas sale del estado privado e
íntimo a algo público, digamos que pierde su candor. Un amigo y jefe de trabajo
le dice a Filip que su labor cinematográfica le traerá mucha satisfacción, pero
también un poco de culpa y generará beneficio como algún perjuicio.
Pilip es un tipo de espíritu mujeriego y deseoso -como
todos- de que le den importancia. Su antigua vida familiar, pacífica y anodina,
la que representaba su mujer, Irka (Malgorzata Zabkowska), ya no le llena. La
cámara le trae popularidad y entusiasmo de la gente de la calle, de la gente de
su barrio y de afuera. Aunque Pilip es amateur y lo que hace se ve simple, todo
el mundo reacciona como si fuera un director consagrado o estuviera haciendo
una gran obra. Quizá Kieslowski ironiza un poco, de manera muy discreta. Pero
también genera soportes reales, como el festival de cine amateur. Pilip va
tomando vuelo.
El filme es también toda la revolución que ocasiona hacer
cine, se dice que el cine quiere generar un impacto, una transformación, pero
la consecuencia real suele ser mínima. Sin embargo, en esta propuesta el
impacto es grande. La gente toma mucha importancia a los documentales sociales
de Pilip, se despide gente, se cierran y abren lugares, se cambian los lugares
de inversión, se genera una imagen social empresarial. En el filme toma mucha
importancia la empresa donde trabaja Pilip, que está muy receptiva a sus
películas.
Amator (1979) tiene una narrativa de esas que parecen contar
las cosas transversalmente, porque como que todo es muy pequeño, sencillo y
discreto. Ciertamente es una película inteligente que ausculta la propia
profesión, sin exageraciones ni polémicas ni satirizar nada. Kieslowski es un
cineasta con un humor sumamente fino, con una audacia controlada, en su punto,
es un cineasta culto, pero a la vez dueño de un cine amable y cotidiano.
Finalmente la película parece centrarse en escoger entre la
paz y la tranquilidad de una vida humilde sin estridencia alguna –monótona
quizá- o una vida de aventuras, muchas caídas, soledades, viajes, iras y grandes
entusiasmos –lo impredecible-. Lo curioso es que muchos dirán que la opción
inmediata es la segunda, como que así es la vida en sí y además la mayoría en
realidad así la prefiere, pero, desde luego, en el éxito y lo rutilante, y lo
otro –además- es el anhelo general que nunca llega a concebirse por mucho
tiempo (la paz prolongada prácticamente es una utopía). Pero el filme de
Kieslowski pone las cosas de tal forma –sin ser barato y subrayado- que Pilip
siente el embate de aferrarse a su nueva vida. Lo “pequeño” le cobra factura,
eso que uno llama anodino –y el propio Pilip minimiza y deja en segundo plano-
presenta mucha dignidad, y se da su lugar, un lugar que reorganiza nuestras
prioridades y sentidos sin ser en el trayecto inocente o característico de la
ilusión de la buena voluntad.